Tras el ataque de la Marina imperial japonesa contra la flota del Pacífico de los Estados Unidos en Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, se produjo otro hecho que llevó la psicosis a la costa Oeste de los EEUU.

El 23 de febrero de 1942 el submarino I-17 de la Marina imperial japonesa, que había participado en el ataque a Pearl Harbor, bombardeaba la costa americana causando daños en una refinería de petróleo en Santa Mónica (California). Antes de que el ejército pudiese reaccionar, el submarino se sumergió y desapareció. Los japoneses habían atacado en suelo americano. Las muestras de pánico se sucedían y el temor a un ataque aéreo, como en Pearl Harbor, se extendió entre la población. Pero nada más ocurrió… aquel día. A las tres horas y quince minutos de la madrugada del 24 al 25 de febrero, y con el miedo en el cuerpo, las sirenas de alarma sonaron en Los Ángeles y el ejército, ante el posible ataque aéreo de los japoneses, ordenó un apagón general. Las baterías antiaéreas americanas dispararon más de mil cuatrocientos proyectiles durante una hora a los aviones enemigos. Tras horas de tensa calma, a las siete y veintiún minutos se volvió a conectar la luz. El resultado final de la llamada batalla de Los Ángeles fue seis estadounidenses muertos… por daños colaterales de fuego amigo (tres por cascotes de edificios dañados y otros tres por infartos).

Al día siguiente, reinaba la confusión, nadie sabía cuántos aviones se habían visto —algunos hablaban de OVNIS— y, lógicamente, tampoco había señales de ningún bombardeo (solo el las baterías antiaéreas). A las pocas horas, Frank Knox, el secretario de la Marina, dio una rueda de prensa en la aseguró que había sido una falsa alarma producida por la psicosis del bombardeo del día anterior. Algunos medios sensacionalistas, que en todos los sitios hay, vieron en esta respuesta la mano de la censura y el encubrimiento.

¿Qué ocurrió realmente?

En los años treinta se descubrieron las corrientes de chorro (jet stream), fuertes corrientes de aire concentradas a lo largo de un eje casi horizontal en la alta troposfera o en la estratosfera y que discurren, normalmente, a lo largo de varios miles de kilómetros. Los japoneses, sirviéndose de globos aerostáticos, estudiaron estas corrientes y descubrieron que una de ellas, situada a más de nueve mil metros de altura, atravesaba el Pacífico y llegaba hasta los Estados Unidos en tres días. Así que pusieron en marcha la Operación  Fu-Go, que consistía en enviar globos aerostáticos con un regalito: bombas incendiarias.

Desde noviembre de 1944 se enviaron más de nueve mil globos con la esperanza de que un 10 por ciento llegasen a su objetivo. El caso es que la estadística falló, debido a la complejidad del sistema solo se tuvieron conocimiento de la llegada de poco más de trescientos globos. Por otra parte, al contrario de lo ocurrido en Santa Mónica y para que no se repitiese lo de Los Angeles, el ejército pidió a los medios de comunicación que silenciasen la noticia para que no cundiese el pánico. Así lo hicieron, y los japoneses, al no tener noticia de su operación, la cancelaron en abril de 1945. El caso más grave se produjo en el estado de Oregón, en el que fallecieron seis personas cuando uno de estos artefactos fue encontrado por una familia en un parque y explotó cuando lo estaban manipulando.