Para bien o para mal, uno no decide cómo te va a juzgar la historia o cuál va a ser tu legado para la posteridad. Y algo así debió pensar Hedwig Eva Maria Kiesler hasta que cumplió los 83 años, cuando la Electronic Frontier Foundation (fundación sin ánimo de lucro que defiende las libertades civiles en el mundo digital) le concedió un premio en reconocimiento al trabajo realizado en el campo de las tecnologías inalámbricas. Porque hasta ese momento nuestra protagonista era conocida por su belleza, su carrera cinematográfica y por haber protagonizado el primer desnudo integral y la primera simulación de un orgasmo en la historia del cine —con el cigarro «de después» incluido—. Hedwig Eva Maria Kiesler nació en Viena en 1914 en el seno de una familia judía. Desde muy pequeña comenzó a interesarse por las ciencias y la interpretación, dos mundos antagónicos que intentó compaginar. Aunque inició los estudios de ingeniería, el teatro y, sobre todo, la participación en la película checoslovaca Éxtasis (1933), dirigida por Gustav Machaty, marcarían su futuro más inmediato. Y no para bien precisamente.

Hedy Lamarr – Éxtasis (1933)

Cuando el industrial alemán Fritz Mandl vio la película, en la que aparecía nadando en una piscina, corriendo por un bosque completamente desnuda y fingiendo un orgasmo, se encaprichó de ella e hizo todo lo posible para «hacerla suya». Y lo tuvo fácil. Fritz, además de un reconocido nazi, era un fabricante de armas que tenía contacto directo con Hitler. Así que, conociendo el origen judío de su familia, la chantajeó: te casas conmigo o tu familia pagará las consecuencias. Y no le quedó más remedio que aceptar. Aquel matrimonio se convirtió en una pesadilla, y lo de «hacerla suya» era literal. No le permitía salir de casa si no era acompañada por él, y los días de Hedwig transcurrían entre las paredes de una cárcel dorada. Con todo el tiempo del mundo, decidió recuperar su pasión por las ciencias y la tecnología, y pasaba horas y horas en la biblioteca de la mansión. Además, en las cenas que organizaba su marido con los jerarcas nazis, a las que era invitada para ser exhibida como un trofeo, ella, aparentemente distraída y ajena a las conversaciones, tomaba buena nota de todo lo referente a las nuevas armas y la tecnología empleada en su desarrollo.

Había jugado a tenerme prisionera. Yo jugué a escaparme. Él perdió.

También tuvo tiempo para preparar un plan de huida, y tras dos años de calvario consiguió escapar. Llegó hasta Londres y allí, ya fuese por casualidad o porque ella lo preparó, coincidió en el barco que la llevaría a los EEUU con Louis B. Mayer, el mandamás de la Metro Goldwyn Mayer (MGM). Cuando el barco llegó a puerto, Hedwig desembarcó con un contrato firmado bajo el brazo y un nombre artístico: Hedy Lamarr. Ya en Hollywood, sus primeras películas pasaron sin pena ni gloria —incluso se cuenta que rechazó el papel protagonista de Casablanca—, pero poco a poco se fue ganando la confianza de los directores y el beneplácito del público. Eso sí, desde los comienzos de su aventura hollywoodiense era tenida por una de las mujeres más hermosas del mundo, pero para ella esas cosas eran irrelevantes…

Cualquier mujer puede ser glamurosa, todo lo que tiene que hacer es quedarse quieta y parecer estúpida.

A pesar de que su vida ahora nada tenía que ver con el infierno sufrido en su primer matrimonio —se había casado por segunda vez, y esta por amor, con el compositor George Antheil—, en su interior seguía albergando el dolor por el exterminio de los judíos en Europa y por lo sufrido en sus propias carnes al verse obligada a compartir varios años de su vida con un nazi. Con la entrada de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial, el Departamento de Estado ofreció a Hedy, al igual que a otras estrellas de Hollywood, participar en la promoción y venta de los bonos de guerra, títulos de deuda pública emitidos para financiar la contienda. De hecho, en una de estas promociones, la actriz Carole Lombard, esposa de Clark Gable, falleció cuando regresaba de un acto en Indiana al estrellarse el avión en el que viajaba, por lo que el presidente norteamericano, Roosevelt, le concedió la Medalla de la Libertad y la declaró la primera mujer que murió en el cumplimiento del deber en la Segunda Guerra Mundial. Clark Gable, totalmente destrozado, se unió a las tropas estadounidenses desplegadas en Europa. Por su parte, otra actriz, conocida como Dorothy Lamour, tuvo tanto éxito en la venta de bonos que el gobierno la eximió del pago de impuestos de por vida. Pero Hedy, quería hacer más. Y lo hizo.

Aunque muy poca gente lo sabía, el motivo de sus ausencias en las fiestas y saraos de Hollywood no era otro que seguir leyendo y estudiando. Se encontraba más a gusto rodeada de libros, sobre todo de tecnología, que de botellas de champán, plumas y lentejuelas. Aunque sobre su mesa de estudio había otros inventos en potencia, como el de una pastilla que se disolvía en agua para convertirse en un vaso de soda, su proyecto más importante, y en el que tantas horas estuvo trabajando junto a su marido, tenía nombre y apellidos: Sistema Secreto de Comunicaciones, registrado en 1942 con número de patente US 2.292.387.

Hedy Lamarr y George Antheil

Una investigadora científica autodidacta y un músico un tanto excéntrico habían diseñado un sistema para guiar los torpedos basado en señales de radio con saltos de frecuencia arbitraria que evitaba que fuesen interceptados. Hedy y George ofrecieron su invento al gobierno de los EEUU, pero se ignoró aquella hazaña tecnológica… hasta veinte años después, cuando se utilizó, con las modificaciones oportunas, durante la Crisis de los misiles en Cuba (1962) —curiosamente, después de que hubiera expirado la patente—. Aunque inventado para un propósito diferente, los fundamentos de los saltos de frecuencia se convirtieron en la base para las tecnologías inalámbricas que utilizamos hoy en día, como el Bluetooth o el WIFI.

En cuanto a su carrera como actriz, Hedy siguió teniendo éxito en el cine interpretando papeles de mujer fatal hasta que se retiró en 1958. Respecto al amor, se casó en seis ocasiones…

Debo dejar de casarme con hombres que se sienten inferiores a mí. En algún lugar debe haber un hombre que podría ser mi esposo y no sentirse inferior.

En 1997, tres años antes de fallecer, se reconoció su labor como científica. Hedy rehusó recoger el premio y solo dijo…

Bueno, ya era hora.

Fuente: Ni tontas ni locas