Durante la Segunda Guerra Mundial la aviación tuvo una importancia vital, pero, al final, la infantería junto a los vehículos y carros de combate debían tomar las ciudades calle a calle e incluso edificio a edificio. Con algunos francotiradores bien pertrechados, unas minas y algún carro de combate situado estratégicamente, una ciudad se podía convertir en una ratonera. Para este tipo de combate, o guerra urbana, en la que avanzar por las calles suponía demasiado riesgo, los aliados utilizaron la táctica mouse-holing,
creando accesos a habitaciones o edificios adyacentes mediante explosiones o túneles a través de una pared.

Tras la exitosa invasión de Sicilia, en el otoño de 1943, los aliados ocuparon todo el sur de Italia y trasladaron la 15ª fuerza aérea de los Estados Unidos de Túnez a Foggia (Italia) para atacar los campos de petróleo y refinerías de Ploesti (Rumanía), que para Hitler eran la principal fuente de suministro de combustible. Los aliados llegaron hasta la llamada Línea Gustav —una serie de fortificaciones que se extendían desde la desembocadura del río Garigliano, en el mar Tirreno, cruzando los Apeninos, hasta la desembocadura del río Sangro en el Adriático—, donde los alemanes e italianos se habían hecho fuertes. Al norte de la desembocadura del Sangro estaba situada la población de Ortona, el «Pequeño Stalingrado», que quedó prácticamente destruida al ser durante semanas el objetivo de los bombardeos alemanes por el norte y de los aliados desde el sur. Cuando el regimiento Seaforth Highlanders de Canadá consiguió entrar en la ciudad devastada por los bombardeos, se encontraron en una ratonera. Por primera vez, utilizaron la táctica mouse-holing.

Ayudados por el arma antitanque Projector Infantry Anti Tank (PIAT) abrían butrones en las medianeras de los edificios de un tamaño que permitiese pasar a los soldados pero que no pusiese en peligro la estructura de la construcción, para ir avanzando por los edificios evitando el fuego enemigo y, al mismo tiempo, ir limpiando la zona de francotiradores.


Projector Infantry Anti Tank (PIAT)

Un ejemplo de cómo se podía resistir en un edificio lo encontramos en Stalingrado. La batalla de Stalingrado, actual Volgogrado, ha sido considerada como una de las más sangrientas, no solo de la Segunda Guerra Mundial sino de toda la historia. Entre agosto de 1942 y febrero de de 1943 murieron más de tres millones de soldados alemanes y soldados y civiles rusos. Y de entre todos los enfrentamientos durante estos dos meses, hay un edificio de cuatro plantas en el centro de la ciudad junto al río Volga que fue protagonista de aquella encarnizada lucha. El edificio en cuestión era un punto estratégico desde el que se controlaban los accesos al centro de la ciudad, así lo entendieron los alemanes y consiguieron tomarlo. Ante aquel imprevisto, los rusos enviaron un pelotón de treinta hombres para recuperarlo a las órdenes del sargento Yakov Pavlov.


Yakov Pavlov.

Aunque las bajas fueron numerosas —solo quedaron cuatro soldados y el sargento—, consiguieron hacerse con aquel edificio casi en ruinas. En el sótano, Pavlov encontró un pequeño grupo de civiles y varios soldados rusos heridos de gravedad. Ellos solos lograron defender el edificio hasta que, días después y dada la importancia de aquel enclave, se enviaron refuerzos: veinticinco hombres, ametralladoras, minas, morteros, alambradas de espino y abundante munición. Pavlov fortificó el edificio. Durante dos meses, desde el 27 de septiembre al 25 de noviembre de 1942, aguantaron los múltiples ataques y acabaron con un batallón alemán completo. Cuando ya comenzaban a escasear los alimentos y la munición, un contraataque ruso consiguió liberarlos. Al sargento Yakov Pavlov se le concedió el galardón de Héroe de la Unión Soviética y la casa, llamada «Dom Pavlov» (Casa de Pavlov), se convirtió en un símbolo de la lucha y resistencia frente al invasor. A fecha de hoy es un edificio de apartamentos y una de sus esquinas se reconstruyó con los ladrillos de la casa original.