La propaganda desmesurada durante la Primera Guerra Mundial, basada mayormente en informaciones falsas y/o desvirtuadas, produjo una ola de protestas en Europa, cuando sus ciudadanos se enteraron de la verdad. La sensación de haber sido engañados y burlados por las autoridades correspondientes tuvo unas consecuencias opuestas en los países aliados y en Alemania. El desengaño sufrido por la población británica y norteamericana tras conocer la manipulación informativa de la que habían sido objeto, influyó notablemente en la decisión de los responsables de esos países de prescindir de los cuentos de atrocidades en la época de entreguerras y en la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, Hitler encontró en los abusos periodísticos sufridos por Alemania y en sus fallos propagandísticos las pautas según las cuales desarrollaría posteriormente la propaganda nazi. Y para eso tenía al maestro de la propaganda y la confusión, Joseph Goebbels.

En Alemania, el Ministerio de Propaganda, al frente del que estaba Goebbels, controló la radio y la televisión. Una vez controlados los medios de emisión había que asegurarse que los mensajes llegasen a la población. Para ello, se destinó una importante partida para subvencionar la fabricación de receptores de radio. De esta forma, los precios de venta eran asequibles y todos los alemanes podían hacerse con una radio para poder escuchar la propaganda teledirigida de los nazis. Una vez controlada la información en casa, Goebbels lanzó la ofensiva radiofónica tras las líneas enemigas.

Se instalaron potentes emisoras de radio en Colonia, Stuttgart y Leipzig desde la que se emitían boletines durante la ofensiva en Francia. Dichos boletines se emitían en francés -lógicamente por locutores alemanes que hablaban perfectamente el idioma galo-, haciéndose pasar por una emisora comunista llamada Radio Humanité (como el periódico comunista francés). Comenzaron a hacer correr bulos sobre espías alemanes que se infiltraban entre la población vestidos de monjas -se dieron casos en los que a grupos de monjas se les ponía en fila e inspeccionaban las manos y la nuez para comprobar que realmente eran mujeres-, paracaidistas alemanes que utilizaban uniformes de color azul cielo que los hacían mimetizarse de tal forma que eran invisibles durante el descenso… Todos sospechaban de todos, los espías se convirtieron en una epidemia. Una vez creada la alarma social y sintiéndose amenazados, millones de franceses abandonaron sus hogares en busca de un lugar seguro. Goebbels tenía a los franceses donde quería. El siguiente paso, guiar a este «rebaño» sin pastor. Los boletines comenzaron a indicar «zonas seguras a través de caminos concretos que se encontraban libres de tropas alemanas”. Realmente, estos caminos eran los empleados por las tropas francesas para dirigirse al frente, enviar suministros y armas, y por las que los heridos franceses eran trasladados a los centros médicos. Guiando aquel éxodo civil consiguió colapsar las rutas del ejército francés. Por si fuera poco, también evitaba el congestionamiento de las vías que los Panzers necesitaban para avanzar rápidamente hacia París.

Aquella batalla la había ganado Goebbels.

Fuentes: Todo por la patria, Radiodifusión