Muy poca gente sabe que al Premio Nobel de Medicina, Santiago Ramón y Cajal, el fundador de la neurociencia moderna, le interesaba profundamente los fenómenos del espiritismo y la mediumnidad, y que pasó muchos años de su vida estudiándolo y menos aún saben que escribió un libro sobre estos misterios que nunca llegó a publicar porque fue destruido.

Santiago Ramón y Cajal

Ramón y Cajal se acercó al espiritismo, al igual que lo hizo Harry Houdini, para desenmascarar a los fraudulentos y denunciar a los embaucadores. Había muchos que se aprovechaban de la credulidad de la gente y las ganas de ponerse en contacto con sus seres queridos fallecidos, sobre todo a raíz de las diferentes guerras que asolaban el mundo en esos momentos. “Bastaba que yo asistiera a una sesión de adivinación, de sugestión mental, de doble vista, comunicación con los espíritus, posesión demoniaca, etc., para que, a la luz de la más sencilla crítica, se disiparan cual humo todas las propiedades maravillosas de los médiums o de las histéricas zahoríes. Lo admirable de aquellas sesiones no eran los sujetos, sino la increíble ingenuidad de los asistentes“, escribió en Historia de mi labor científica (1905).

Pero, de tanto investigar, se dio cuenta que algunos médiums podían tener esos poderes o facultades que aseguraban tener a la hora de ponerse en contacto con el Más Allá. Así pues, don Santiago participó en sesiones espíritas y se puso a escribir un libro que iba a titularse Solos ante el misterio en el que pretendía recoger los resultados de sus estudios en torno a los sueños, la metapsíquica (lo que hoy sería la parasicología), la telepatía, la hipnosis o la mediumnidad, temas a los que eran aficionados tanto él como su hermano Pedro, también médico y esperantista.

Pedro Ramón y Cajal

Recordemos que Ramón y Cajal fue un excelente hipnotizador y mantuvo abierto un gabinete en Valencia cuando ejerció su cátedra en esta ciudad durante 1884 a 1887 y en el que practicaba la hipnosis con sus pacientes. Cajal convenció a sus contertulios del Casino de Agricultura y montó un discreto Gabinete de Estudios Psicológicos con sede en su propio domicilio. Allí, con la participación de su esposa Silveria, experimentó con la hipnosis entre los miembros de la tertulia para después hacerlo con médiums y con personas que tenían cuadros neuróticos o depresivos. Y les curaba. La noticia corrió de boca en boca, las colas de pacientes aumentaron y nuestro hipnotizador cerró la consulta por falta de tiempo y capacidad para atender a tanta gente. La experiencia valenciana le ayudó a llevar a la práctica la utilización de la hipnosis como anestesia. Silveria no tuvo reparo en ser hipnotizada por él en Barcelona durante los partos de sus dos últimos hijos, Pilar y Luis. Cajal comprobó que el estado de inhibición sensorial inducido por la sugestión hipnótica mitigaba considerablemente el dolor. Y lo dejó escrito en un artículo de 1889, que casi nadie conoce.

Cajal contrató a determinados médiums para estudiarlos e incluso instaló a una mujer en su propia casa de Zaragoza para analizarla de cerca. La médium transmitía, según ella, mensajes de alemanes famosos y afirmaba estar inspirada por el arcángel san Gabriel y contestar las preguntas a través del espíritu de su hermana monja, fallecida tiempo atrás. Cajal la acabó desenmascarando al darse cuenta que el espectro que aparecía en las sesiones era en realidad la misma médium disfrazada y con unas prótesis de goma que se metía en las fosas nasales y en la boca para simular la voz gutural de la difunta.

El propio Cajal nos habla en sus memorias, El mundo visto a los ochenta años, de ese enigmático libro inédito que estaba escribiendo sobre sus experiencias en el campo de lo paranormal, una obra a la que dedicó varios años de su vida y que recogía sus estudios más heterodoxos, inquietud que le venía de mucho antes. Él mismo se recordaba así:

Para decirlo de una vez: durante mi niñez fui criatura díscola, excesivamente misteriosa, retraída y antipática.

El problema es que el contenido de ese libro nunca podremos leerlo porque se produjeron dos fatalidades. Una, la muerte de don Santiago en octubre de 1934 que le impidió terminarlo. La otra fue un bombardeo. Tal como recordaba su nieta María Ángeles Ramón y Cajal Junquera, justo cuando por fin se había decidido publicar el manuscrito, el Instituto de Higiene Alfonso XIII, donde se custodiaba, fue bombardeado al inicio de la Guerra Civil. Se perdieron muchas cosas bajo los escombros y una de ellas fue este original donde quedaban reflejadas sus ideas y pesquisas en el mundo del misterio de uno de los grandes científicos que ha tenido el mundo. El destino no ha querido que sepamos hasta donde llegó en sus conclusiones. Aunque Cajal dejó de ser católico, en sus memorias se declara creyente en la inmortalidad del alma.

No es la única obra literaria que se ha perdido. Están en paradero desconocido unas 12.000 cartas suyas. En la Guerra Civil se quemaron o perdieron muchos documentos del archivo del sabio, y las fotos de carácter erótico que hizo Cajal fueron quemadas por sus propios familiares. Escribió 12 relatos de ficción, pero consideró dignos de publicar sólo cinco, que vieron la luz en 1905, un año antes de recibir el Nobel. Tituló al compendio Cuentos de vacaciones (Narraciones pseudocientíficas). Algunos de sus cuentos, como La casa maldita o El fabricante de honradez, tenían un fin pedagógico para combatir la superstición que imperaba en España. Muchas de sus obras de ficción se perdieron cuando estuvo en la Guerra de Cuba, otras van apareciendo casi de milagro, como ha ocurrido con uno de los cuentos que no llegó a publicarse, La vida en el año 6000.

Dentro de los numerosos misterios de la vida de Cajal, está su actividad masónica. Sus preocupaciones humanistas y la amistad con notorios francmasones, hizo que con 25 años ingresara en la logia “Caballeros de la Noche, número 68” de Zaragoza y adoptó el nombre simbólico de Averroes. Otro aspecto desconocido es que escribía sus sueños de forma sistemática, decidido a convertirlos en material para un libro anti Freud pues no compartía su teoría. Empezó en 1918 y no dejaría de hacerlo hasta poco antes de su muerte, cuando entregó el material y unas notas adjuntas a un amigo. El científico murió en 1934 y el libro acabó sufriendo las consecuencias de la Guerra Civil. Se pensó que se había perdido, aunque lo cierto es que se conservó en el exilio gracias a su familia. En 2014 fue recuperado con el título Los sueños de Santiago Ramón y Cajal, acompañados de notas del autor sobre su posible interpretación. Uno de esos sueños -o pesadillas- tiene mucho que ver con la obsesión de muchos escritores:

Me encuentro en una imprenta corrigiendo copias de un libro sobre la regeneración. Descubro que faltan muchas letras, que no hay preposiciones y que las sílabas saltan de una línea a otra. Estoy sorprendido y avergonzado de todos estos errores.

Colaboración de Jesús Callejo