Los sumerios eran muy aficionados a realizar sacrificios de animales. Hay que entender que los dioses sumerios eran como un enorme ministerio con toda su burocracia añadida. Tenían más de 3.600 dioses y ninguno de ellos prestaba demasiada atención a los pobres humanos. Los sacrificios se podían utilizar para engrasar el mecanismo burocrático de ese divino ministerio, por una parte halagando a las divinidades y, por otra, sobornándolas descaradamente. Se suponía que el dios residía de forma real en el templo, con lo que los animales sacrificados servían para su alimentación. Cuantos más animales, más alegre estaría la divinidad de turno. Un estómago repleto, es un estómago agradecido.

¿Cómo era un sacrificio? Pues al igual que en otras religiones antiguas, se llevaba a la pobre víctima ante el altar y allí se le cortaba el cuello. Eso sí, con condiciones. Por ejemplo, el animal no debía tener defectos exteriores y, lógicamente, se apreciaban unos más que otros (los bueyes blancos eran el Kobe’s Steak de la época). El sacrificador o matarife era un sacerdote especializado en su trabajo, el Nashpatum. No sabemos por qué, pero realizaba su labor totalmente desnudo. Si era una fiesta especial y había muchos animales para sacrificar, se solicitaba la ayuda de algún carnicero, al que se otorgaba el título honorífico de Sesgallum o “hermano del templo”. El momento más curioso de la ceremonia no estaba en los adornos, las bailarinas, las sacerdotisas o la música, sino justo antes de cortar el cuello al animal. En ese preciso instante, el Nashpatum le susurraba a la oreja al pobre animal el mensaje que debía transmitir a los dioses. Antes del momento del sacrificio, los animales eran bien alimentados y se trataba de que fuesen «felices»… una víctima enfadada podía transmitir mal el mensaje a propósito. Esto era tan importante que Sargón de Akhad, el fundador del Imperio acadio, ordenó que se le susurrara el mensaje en dos idiomas: acadio y sumerio.

Sacrifico cordero

El cordero que da título a este artículo vivió en la ciudad de Ur durante el citado imperio. En concreto, durante el reinado de Manishtusu. Fueron nueve años casi de paz y de felicidad en un imperio normalmente convulso. Justo en el momento de comprobar las entrañas del cordero sacrificado, aparecieron dos malformaciones en el hígado. Esto hizo que los sacerdotes y sacerdotisas interpretadores de presagios se rompieran la cabeza intentando averiguar qué significa aquello. Solían utilizar “manuales” donde se recogían los presagios y su significado, pero este en concreto no aparecía en ninguno. Finalmente llegó desde la capital, Agadé, la noticia de que Manishtusu había sido asesinado en un golpe de estado. Acto seguido, comenzó una terrible guerra civil que duró casi cinco años.

Algo semejante no sucede todos los días. Así que, aquel presagio se detalló, se registró en los libros adivinatorios de Babilonia y se le puso nombre, el cordero de Manishtushu. Siglos después, al ser recuperados estos libros en las excavaciones, se encontró este suceso con el texto:

La maldición de Manishtushu, si el animal sacrificado tiene dos malformaciones en su hígado, el rey morirá y el reino se dividirá.

Dicen que hay muchas formas de conseguir la fama: algunos van a la televisión y otros… hunden imperios.

Colaboración de Joshua BedwyR autor de  En un mundo azul oscuro