Algunas costumbres nunca cambian. Desde los tiempos más remotos, el ser humano se dio cuenta de que algunos de sus acompañantes despedían un desagradable olor a chotuno, con lo que tuvo que poner su ingenio a solucionar el problema.

Los sumeroacadios, por aquello de vivir en una tierra plagada de canales, parece ser que fueron aficionados a lavarse. Curiosamente, se han encontrado pocas pruebas físicas de ello: tuberías de cerámica en el Palacio de Mari y una sala de baños en la ciudad de Umma. Es problemático localizar más restos porque las ciudades sumerias aparecen convertidas en un revoltijo de adobes, siendo muy difícil determinar si un trozo de pared perteneció a un palacio, a un almacén o a un templo. Sin embargo, en la literatura de los dos ríos encontramos pruebas de que practicaban métodos de limpieza. Aparte de algunos libros de medicina, en un poema de la hierogamia bastante popular (Ver “El Año Nuevo en Sumeria, el sueño de un guionista porno”), se nos describe minuciosamente el proceso del baño de una sacerdotisa.

La gente pobre y humilde podía recurrir al viejo sistema de frotarse con ceniza o barro y enjuagar luego la piel con agua de algún pozo. Los canales en Sumer solo se utilizaban para nadar o viajar por ellos, pues eran tan apreciados que las leyes prohibían hacer aguas mayores y menores en los mismos bajo pena de castigos muy duros.

Mesopotamia

Si la persona era más acomodada, se untaba el cuerpo con aceite de oliva, y luego se frotaba la piel retirando aceite y suciedad. Las mujeres se echaban en las piernas aceitadas un polvo de sosa muy diluida y ceniza de incienso frotando luego con una piedra pómez, lo que constituía un sistema de depilación. Eso sí, luego debían recurrir a cremas hidratantes, muchas de las cuales tenían entre sus componentes la leche de almendras y la harina de avena.

La clase alta, cómo no, recurría a sistemas más sofisticados. Se comenzaba por el untado con aceite de oliva, y luego se frotaba sobre la piel aceitada un polvo negruzco compuesto por varios ingredientes como la ceniza de incienso y la de lo que ellos denominaban “madera de agua”. ¿De qué planta procedía? ¡Misterio! Hasta el día de hoy no se ha podido averiguar. Lo cierto es que actualmente sabemos que mezclar una grasa (aceite) con un álcali (ceniza vegetal) aplicando calor (frotar, por ejemplo), produce… jabón. En suma, los sumeroacadios acomodados hacían uso de un jabón primitivo para lavarse.

Los extremadamente acomodados recurrían también al agua blanquecina, y ligeramente jabonosa, que queda tras el primer lavado de la lana recién esquilada. Habían descubierto que no solo dejaba la ropa limpia, sino que la piel quedaba tersa y bonita. Hoy día sabemos que uno de los ingredientes de dicha agua es la Lanolina, que se incluye en cremas cosméticas.

El-Rey-Escorpion

Y para finalizar, a nadie debe extrañar que, como dije antes, las mujeres sumeroacadias se depilaran las piernas. Se consideraba de buen gusto. Eso sí, solamente se depilaban esa parte del cuerpo. Toda jovencita de los dos ríos se deshacía en gritos de gruppie ante la vista de un fornido mocetón con piernas pilosas, pecho de camionero en área de descanso, larga barba (rizada en el caso de los acadios) y cabeza rasurada (sumerios) o un coqueto moño (acadios). En cuanto al Ken de turno, aullaba a la Luna si su Barbie salía de fiestuki luciendo un vistoso entrecejo (las que no tenían, se lo pintaban).

Y es que, aunque algunas costumbres no cambian, otras, en cambio, lo hacen cantidad.

Colaboración de Joshua BedwyR autor de En un mundo azul oscuro