A fines del siglo XIX, el dominio del extremo sudoriental de África estaba dividido entre la Corona Británica y los bóers o afrikáners, colonos de origen holandés sucesores de los primeros europeos que habían colonizado la región en el siglo XVII. En 1886, la reina Victoria –después de sucesivas conquistas, exacciones y una guerra con los bóers– regía sobre las colonias del El Cabo, al sur, y Natal, al sureste. Los afrikáners, por su parte, aún gobernaban dos repúblicas limítrofes entre sí: el Estado Libre de Orange y Transvaal, ambas ubicadas al noreste de la Colonia de El Cabo.

El descubrimiento del fabuloso yacimiento de oro en la región de Witwatersrand (la Tierra del Agua Blanca, en idioma afrikáner), en tierras de Transvaal, generó un desplazamiento masivo de colonos británicos a la región… los llamados uitlanders (extranjeros) por los bóers. Temerosos de aquella «invasión» -ya habían sufrido durante ochenta años sus afrentas y robo de tierras- y en defensa de los ciudadanos bóers, el gobierno del Transvaal, encabezado por Paul Kruger -un afrikáner duro y decidido, de proverbial fuerza física y gran ascendiente sobre su pueblo– dictó una serie de leyes proteccionistas y de exclusión en cuanto a la actividad de los ciudadanos británicos dentro de sus fronteras: no tenían derecho a voto, les requerían varios años de residencia antes de poder acceder a una franquicia minera y gravaban con pesados impuestos a las ganancias que pudieran obtener de la misma. A pesar de estas limitaciones, la población uitlander pronto superó a la de los bóers en Witwatersrand: 60.000 frente a 30.000 varones adultos en el año 1895. Las protestas de la mayoría británica se extendieron y se radicalizaron.

Cecil Rhodes

Cecil Rhodes

El catalizador de esa situación inestable fue Cecil John Rhodes. Este británico que había llegado a África a los 17 años, con dinero prestado, en busca de un clima más beneficioso para su salud y se convirtió, en menos de dos décadas, en uno de los hombres más ricos del planeta. Amasó su fortuna en los campos de diamantes de New Rush (posteriormente llamada Kimberley), comprando a precios irrisorios pequeñas concesiones a los mineros que ya no podían hacer frente a los costos de explotación. En 1888 fundó la célebre De Beers Company en sociedad con otros propietarios de concesiones mineras como Barney Barnato y Charles Rudd. En 1890, Rhodes fue elegido Primer Ministro de la colonia de El Cabo y a partir de ese momento dispuso, además de su riqueza personal, del poder político necesario para impulsar su sueño: que el dominio británico en África se extendiera desde El Cabo, en el sur, hasta El Cairo, en el norte. En ese sentido, impulsa la expansión hacia el Norte, hacia Matabelelandia, llamada así por los nativos que poblaban la zona. Esa campaña cubría los dos aspectos más importantes de su visión: la expansión de los dominios de la reina Victoria y la búsqueda de réditos económicos a través de la obtención de concesiones mineras de parte de los reyes nativos. La compañía que obtuvo la concesión del gobierno británico para esa “colonización” fue la British South Africa Company, cuyo principal accionista era Cecil Rhodes. Los territorios ocupados por los británicos recibieron el nombre de Rhodesia… Él mismo llamaba a los colonos de esa región: mis rhodesianos. Una frase resume su filosofía de vida…

Tenemos que encontrar nuevas tierras a partir de las cuales podamos obtener fácilmente materias primas y al mismo tiempo explotar la mano de obra barata que suponen los nativos de las colonias. Las colonias también proporcionarían una salida para los bienes excedentarios producidos en nuestras fábricas

En 1895, la situación de los colonos británicos en la zona minera de Witwatersrand había alcanzado un nivel intolerable para ellos y se comienza a hablar de sublevación. Rhodes ve la oportunidad de, mediante un audaz golpe de mano, hacerse con el control de los yacimientos auríferos y anexar el Transvaal al Imperio británico. Junto con su hombre de confianza, el Administrador General de Matabelelandia, Leander Starr Jameson, urden un plan para invadir el Transvaal con una fuerza armada que se uniría a los sublevados en la ciudad de Johannesburgo y derrocar al gobierno bóer. Jameson prepara la fuerza invasora en la frontera del Transvaal con Matabelelandia: 600 hombres armados con rifles y ametralladoras Maxim a la espera de la señal para intervenir. Pero ese aviso se demora debido a diferencias entre los dirigentes que debían encabezar la sublevación dentro de Transvaal. Frustrado por la espera, preocupado por que todo el plan se descubra y convencido de que la incursión forzaría a los rebeldes a actuar, el 29 de diciembre de 1895 Jameson da la orden de avanzar sin contar con el visto bueno de Rhodes. Joseph Chamberlain, el Secretario Colonial británico, que teme que esa acción no sea aprobada por la Corona, decide cubrirse las espaldas y sabotearla: envía telegramas a los colonos ingleses del Transvaal advirtiéndoles que no presten apoyo a la columna invasora y advierte a Rhodes que su posición puede verse seriamente comprometida si se descubre su participación en la incursión. Así que Jameson, de la noche a la mañana, se convirtió en un paria, en un individuo que estaba actuando por su propia cuenta sin el más mínimo apoyo oficial.

La fuerza invasora de Jameson se interna en el Transvaal pero no logra concretar una acción fundamental: cortar las líneas de telégrafo que van a Pretoria, la capital bóer. Eso permite que sus movimientos sean rastreados desde el preciso momento en que cruzaron la frontera permitiendo que las fuerzas bóers los embosquen y mermen sus filas. El 2 de enero de 1896, después de tres días de combates, Jameson y sus tropas se rinden al general Piet Cronje y son conducidos a Pretoria. Más tarde, el gobierno bóer los devolverá al Gobierno británico para ser juzgados. En cuanto a los uitlanders que supuestamente encabezarían la rebelión desde dentro, fueron condenados a morir en la horca aunque la sentencia fue luego conmutada por 15 años de prisión.

A pesar de no poder obtener el botín deseado, la incursión de Jameson provocó consecuencias que a la larga fueron favorables a los intereses de la Corona. En primer lugar, los hombres que tomaron parte en la incursión habían salido del cuerpo de la recién creada Policía de Matabelelandia. Ante esta sangría de efectivos, los nativos matabeles, de estirpe guerrera, aprovecharon la ocasión para rebelarse contra los ocupantes blancos. Las tropas británicas tardaron más de un año en sofocar la rebelión que costó miles de vidas en ambos bandos pero les sirvió de excusa para establecer un férreo y brutal dominio. En segundo lugar, las disputas entre los colonos británicos del Transvaal y el gobierno de Paul Kruger se intensificaron y en 1899 las repúblicas bóers declaran la guerra al Imperio, comenzando así la Segunda Guerra Anglo-Bóer que culminaría con la victoria británica y la anexión de ambos estados al dominio inglés.

Debido a las sospechas sobre su apoyo a la incursión, Rhodes debió renunciar a su cargo de Primer Ministro de la Colonia de El Cabo. A partir de entonces, dedicó sus últimos años de vida a “su Rhodesia«. Murió a los 48 años y su tumba está allí, en la actual Zimbabwe, en las Colinas de Matopos, lugar sagrado para los matabeles muy cerca de la tumba de Leander Starr Jameson.

Colaboración de Pablo Petrides
Os recomiendo Beautiful Rhodesia de Carlos Erice.