Nos trasladamos a la época victoriana, más o menos coincidente con el reinado de la reina Victoria I del Reino Unido (1837-1901), que se caracterizó por el enorme desarrollo económico producto de la llamada Revolución Industrial y la expansión del Imperio colonial británico. Estos significativos cambios a nivel social, económico y tecnológico consolidaron al Reino Unido como la primera potencia de su época. A pesar de estos cambios, la sociedad victoriana se seguía rigiendo por los principios puritanos: vida discreta y ordenada, austeridad económica, metodismo religioso y conservadurismo político. El libro de cabecera de los puritanos era el Libro de etiqueta de lady Gough -una especie de manual del perfecto puritano- llegando a extremos tan absurdos como el de aconsejar no mezclar en una misma estantería los libros escritos por hombres y mujeres… sólo podían estar juntos si los autores estaban casados.

Lógicamente, y en medio de esta sociedad puritana y moralista, un hijo fuera del matrimonio era un estigma que marcaría a madre e hijo durante toda la vida. Así que, se instituyeron y legalizaron en el Reino Unido y sus colonias las Baby farming. Era una especie de institución, regida por particulares, donde los hijos nacidos fuera del matrimonio, o los de madres solteras e incluso los de prostitutas podían colocarlos y seguir sus vidas –ojos que no ven, corazón que no siente-. Sin ningún tipo de preguntas, las mujeres en estas situaciones podían entregar sus bebés en acogida en estos negocios -porque para sus regentes era un negocio- por una cantidad periódica (unos cinco chelines al mes) y poder recuperarlos en el futuro o hacer un único pago (unas 10 libras) para que los granjeros -porque actuaban como auténticos criadores de ganado- los diesen en adopción. Las adopciones se tramitaban mediante anuncios en los periódicos y en un trámite muy rápido los mediadores colocaban a los niños… y volvían a cobrar de los padres adoptivos. Un negocio en toda regla. Algunas madres -y digo madres sólo por el hecho de que parieron a sus hijos- optaron por la vía más rápida y económica… el abandono o el asesinato de sus bebés. De hecho, la primera persona ajusticiada en el siglo XX en Inglaterra fue Louise Josephine Masset por asesinar a su hijo.

Amelia Dyer

Amelia Dyer

Una de las regentes de este tipo de establecimientos fue Amelia Dyer. Amelia era una joven inglesa que tras el fallecimiento de sus padres se fue a vivir con una tía y comenzó a trabajar como enfermera. Al poco tiempo, y aunque ella sólo tenía 24 años, se casó con George Thomas de 59 años (ambos mintieron en su edad en el certificado de matrimonio). En el hospital se enteró de la existencia de este tipo de lucrativos negocios y se decidió a montar uno en su propia casa. Su posición acomodada y el hecho de ser enfermera, le sirvieron para conseguir bebés con los primero anuncios que puso en el periódico. Aunque ella prefería los bebés con pago único y posterior adopción con otro pago, la mayoría de los bebés que le llegaron fueron en acogida y pagos periódicos; aquello suponía una casa llena de niños a los que había que alimentar y cuidar. Era demasiado trabajo… dejó de alimentarlos y para tenerlos tranquilos les administraba el jarabe de la señorita Winslows -una especie de Apiretal o Dalsy de la época con la diferencia de que áquel contenía sulfato de morfina, cloroformo y heroína-. Lógicamente, muchos niños enfermaron y murieron. Gracias a las sospechas y la denuncia de un médico que certificó la muerte de varios niños, en 1879 fue detenida y condenada a seis meses de reclusión… no por homicidio sino por negligencia.

Winslows

Tras cumplir la sentencia, se mudó de Bristol a Caversham, comenzó a utilizar alias como Sra. Harding o Sra. Smith… y volvió al negocio con su hija Mary Ann (conocida como Polly) y Arthur Palmer. Ahora sólo aceptaría pagos únicos para adopción, nada de pagos periódicos en acogida. Tras recibir el pago de 10 libras y el bebé, se deshacía de éste estrangulándolo con una cinta blanca hasta asfixiarlo. Y, claro está, sin certificado médico de defunción… hacía paquetes y los arrojaba al río Támesis. En 1896, uno de esos paquetes fue encontrado por un barquero con los restos de un niño y lo denunció a la policía. Al poco tiempo apareció otro paquete y con las evidencias encontradas entre los cuerpos de los bebés llevaron a la policía hasta la Sra. Harding o Sra. Smith… Amelia Dyer. Cuando entraron en la casa, todo apuntaba a que allí se habían producido un asesinato en masa: cartillas de vacunación, un rollo de cinta blanca, ropa de bebés, recortes de anuncios en periódicos… y, sobre todo, un fuerte hedor a carne putrefacta proveniente de la despensa de la cocina. Antes las evidencias, Amelia confesó…

Reconocerán a los míos por una cinta blanca alrededor del cuello.

Durante sus tres semanas en la celda de los condenados, llenó cinco libros con su «última confesión, verdadera y única» en la que admitía toda su culpa exonerando a su hija y su yerno. El 10 de junio de 1896, con 57 años, era ahorcada en la prisión de Newgate. Aunque ni mucho menos se encontraron todos los cuerpos, pero por las pruebas encontradas y los 30 años ejerciendo esta miserable profesión, se calcula que pudo haber asesinado entre 300 y 400 niños.

Lamentablemente, no fue la única condenada por este tipo de prácticas -infanticidios-, en el Reino Unido seis granjeros más fueron ahorcados entre 1870 y 1909. También es muy conocido el caso de la neozelandesa Williamina Dean (conocida como la Bruja de Southland), la única mujer ejecutada en Nueva Zelanda, también por infanticidio como granjera. Posteriormente, las leyes de adopción se hicieron más estrictas, dando a las autoridades locales la facultad de vigilar las granjas de bebés con la esperanza de acabar con aquellas prácticas. A pesar de esto, el tráfico y el abuso de los niños no se detuvo. Dos años después de la ejecución de Dyer, los trabajadores ferroviarios encontraron un paquete abandonado en un vagón en el que encontraron una niña de menos de un mes aún con vida. Era el bebé de una viuda llamada Jane Hill que lo había entregado a una tal señora Stewart por 12 libras. Se cuenta que la misteriosa Sra. Stewart era Polly, la hija de Amelia. Nada se pudo probar… .

Fuentes e imágenes: The Independent, Daily Mail, Baby farming