Ya en tiempos de Al-Hakam I cobró fuerza entre la comunidad islámica la escuela malikí­, que propugnaba un seguimiento estricto de los prefectos del Corán. La presión sobre los mozárabes, sobre todo de Córdoba, comenzó a ser asfixiante.
En 822 muere sanguinario Al-Hakam I y le sucede su hijo Abd al-Rahman II, un buen gobernante que se ve envuelto en la radicalización hacia los cristianos. Los mozárabes comenzaron a exteriorizar su malestar. Un presbí­tero cordobés, Perfecto, se atrevió, en público, a tildar a Mahoma de falso profeta (la blasfemia contra Mahoma está penada con la muerte) y fue decapitado en el 850. Sólo sirvió para empeorar las cosas, los que se ofrecí­an voluntarios para el martirio aumentaban cada dí­a y las condenas a muerte crecí­an peligrosamente.
Álvaro de Córdoba y el presbí­tero Eulogio encabezaron la resistencia pací­fica contra la represión de la idealizada «libertad religiosa». Viendo que se le iba de las manos, Abd al-Rahman II con los obispos mozárabes convocó el I Concilio de Córdoba en 852. Los obispos desaconsejaban el martirio, pero el emir no obtuvo lo que buscaba: que condenasen la conducta desafiante y los futuros actos de provocación martirial.
En 852 muere Abd al-Rahman II y llega al trono Muhammad I que, pareciéndose más a su abuelo, continuará con la represión. Las muertes continuaban, el sacerdote Rodrigo, Isaac, la virgen Flora, la monja Marí­a… Eulogio fue recogiendo en el libro «Memorias de los mártires» todos estos hechos; comenzó a cobrar importancia entre los mozárabes, e incluso fue elegido obispo de Toledo en 858, cargó que nunca ocupó porque necesitaba el visto bueno del emir y éste se opuso. Al año siguiente era acusado de ocultar en su casa a una conversa (la joven Lucrecia). La pobre fue ejecutada por apóstata siguiendo la ley islámica, pero Eulogio tuvo una oportunidad. Fue llevado ante el emir y esto es lo que pasó:

Emir: Comprendo que los plebeyos y los idiotas vayan a entregar inútilmente su cabeza al verdugo; pero tú, que eres respetado por todo el mundo a causa de tu virtud y tu sabidurí­a, ¿es posible que cometas ese disparate?. Escúchame, te lo ruego; cede un solo momento a la necesidad irremediable, pronuncia una sola palabra de retracción, y después piensa lo que más te convenga; te prometo no volver a molestarte.
Eulogio: Ni puedo ni quiero hacer lo que me propones. ¡Oh, si supieses lo que nos espera a los adoradores de Cristo! ¡Si yo pudiese trasladar a tu pecho lo que siento en el mí­o! Entonces no me hablarí­as como me hablas y te apresurarí­as a dejar alegremente esos honores mundanos. Despreciad los placeres de una vida impí­a; creed en Cristo, verdadero rey del cielo y tierra; rechazad al profeta que tantos pueblos ha arrojado al fuego eterno.

No hace falta decir que fue condenado a muerte. Eulogio (hoy San Eulogio) fue decapitado en marzo de 859. Desde aquel momento el movimiento de resistencia quedó huérfano y fue difuminándose poco a poco.