Cuando en abril de 1945 los rusos liberaron el campo de Ravensbrück en Alemania, el más grande creado para mujeres, parecía que terminaba el horror para ellas, pero no fue así. Además de lo ocurrido en el resto de campos (hambre, enfermedades, asesinatos, vejaciones, esterilizaciones y experimentos), en Ravensbrück había pasado algo más, y sus protagonistas decidieron callarlo. ¿Qué ocurrió?

Desde su apertura en mayo de 1939 hasta su liberación, más de 130.000 mujeres de diferentes nacionalidades pasaron por aquel horrible lugar. Al contrario que en el resto de campos, en Ravensbrück las mujeres judías eran una minoría; la mayoría de las recluidas habían llegado allí por los «delitos» de ser comunistas, opositoras al régimen nazi, gitanas o calificadas por las SS como de conducta asocial (prostitutas). Con el transcurso de la guerra, a Ravensbrück también llegaron prisioneras de guerra y mujeres capturadas por participar en la resistencia de los países ocupados o directamente en el frente. Horror, desesperación, muerte… y mucha solidaridad y apoyo entre ellas para seguir vivas y proteger a sus hijos en la medida de sus posibilidades.

Mujeres en el campo de Ravensbrück

Tras más de cuarenta años de silencio por la vergüenza y la humillación, se descubrió que aquel campo también había sido el lugar de «reclutamiento» para los burdeles que se crearon en los campos nazis a partir de 1942. En total, se abrieron diez burdeles, el mayor de ellos en Auschwitz, donde llegaron a «trabajar» hasta 21 mujeres a la vez. El último prostíbulo se abrió a principios de 1945, poco antes del fin de la guerra. Y no nos referimos a violaciones en territorios ocupados o prostitución forzada para la satisfacción de los soldados —una constante en cualquier conflicto bélico y de lo que hablaré más tarde—, sino de burdeles para incentivar y recompensar a los prisioneros que trabajaban en las fábricas de armamento.

Irma Grese

Cuando las SS visitaban Ravensbrück para hacer la selección de las mujeres que se enviarían a los campos, iban acompañados de la supervisora del campo, Irma Grese. Esta joven, de apenas 19 años y cara angelical, destacó por su crueldad y sadismo ganándose el sobrenombre de «la bestia bella» o «el ángel de la muerte«. Durante el proceso de selección se seguían criterios de presencia y salud, descartando a las enfermas y las musulmanas (así llamaban a las prisioneras famélicas o demacradas), y también prevalecía la raza, es decir, se seleccionaban alemanas para los alemanes o eslavas para los eslavos —las judías quedaban descartadas, ya que su final era las cámaras de gas—. Algunas obligadas, otras engañadas bajo la promesa de ser liberadas en seis meses, las mujeres eran adecentadas, se les daba alguna ración de comida extra y eran llevadas a los diferentes campos donde debían «trabajar» desde las ocho de la tarde a las diez de la noche. Los prisioneros «premiados» debían pasar un reconocimiento médico para descartar alguna enfermedad venérea antes de pasar a los habitáculos. Transcurridos quince minutos, sonaba una campana y los hombres debían abandonar el recinto para que otro ocupase su lugar —ocho o diez hombres al día por cada una de las mujeres—. Transcurridos los seis meses… eran devueltas al campo Ravensbrück, donde llegaban rotas, humilladas y con la mirada perdida. Ya no eran mujeres, eran fantasmas. Tanto aquellas mujeres humilladas como los prisioneros que participaron, avergonzados por formar parte de aquel miserable episodio, callaron durante más de 40 años pensando que el tiempo y el silencio harían más fácil poder sobrevivir con aquel estigma grabado en su conciencia. Los nazis tuvieron la capacidad de convertir a los prisioneros en verdugos de las mujeres.

Comfort women

Caso aparte, como he dicho anteriormente, fueron los burdeles militares establecidos en los países ocupados. Miles de mujeres de Corea, China, Filipinas… se vieron obligadas a prestar servicios sexuales a los militares del Ejército Imperial japonés. Fueron las llamadas comfort women (mujeres consuelo). Las mujeres jóvenes de países bajo el control japonés eran secuestradas de sus hogares o engañadas con falsas promesas de trabajo. Una vez reclutadas, eran encarceladas en comfort stations, auténticos prostíbulos, donde eran obligadas a satisfacer las necesidades de los soldados japoneses. Muchos negaron la existencia de este tipo de esclavitud, otros llegaron a justificarlo con argumentos tan peregrinos y miserables como aumentar la moral de las tropas, para evitar masivas violaciones, prevenir la propagación de enfermedades de transmisión sexual… Todo permaneció oculto hasta que en 1991 la coreana Kim Hak-Soon, ya con sesenta y tres años, no pudo aguantar más y contó al mundo la existencia de las comfort women.

Kim Hak-Soon

Investigaciones posteriores y un informe de la Oficina de Guerra de EEUU confirmaron los datos de Kim. El citado informe americano dejaba claro que no era un hecho puntual, sino que todo estaba perfectamente regulado:

Soldados. Horario: 10:00-17:00 Precio: ¥ 1,50 Tiempo: 20 a 30 minutos
Suboficiales. Horario: 17:00-21:00 Precio: ¥ 3,00 Tiempo: 30 a 40 minutos
Oficiales. Horario: 21:00-24:00 Precio: ¥ 5,00 Tiempo: 30 a 40 minutos
Miércoles — Día de descanso semanal y examen físico.

Ese mismo año se creó el Consejo Coreano para las Mujeres Reclutadas para la Esclavitud Sexual por Japón que exigía: admitir la existencia de las esclavas sexuales, una disculpa pública, un monumento homenaje a las víctimas y que las supervivientes y las familias de las víctimas recibiesen una compensación. A fecha de hoy, todavía siguen esperando…

Y terminaremos este terrible capítulo de la Segunda Guerra Mundial con las violaciones masivas producidas en Italia.

Si ganan esta batalla, durante cincuenta horas serán los dueños absolutos de todo lo que encuentren más allá de las filas enemigas. Nadie les castigará por lo que hagan, nadie les pedirá explicaciones por lo que cojan…

Esta fue la arenga que soltó el general francés Alphonse Juin a las tropas coloniales del Cuerpo Expedicionario Francés (FEC) poco antes de derrotar a los alemanes en la batalla de Montecassino (Italia). Y se lo tomaron al pie de la letra.

Alphonse Juin

Después del desembarco en el sur de Italia, y desde su base en Nápoles, el objetivo de los Aliados era llegar hasta Roma para liberarla. Eran algo más de 200 Km, pero las condiciones climatológicas (invierno de 1943) y la efectiva resistencia alemana basada en sucesivas líneas defensivas dificultaron el avance. La más importante de estas líneas defensivas era la llamada Línea Gustav —a unos 100 Km de la capital—, cuyo eje principal estaba situado en la localidad de Cassino y, sobre todo, en el Monasterio benedictino de Montecassino, situado en una colina de 1.100 metros. Hicieron falta cuatro meses (de enero a mayo de 1944) y varios ataques para derrotar a los alemanes atrincherados en las ruinas del monasterio, en los que tuvieron especial protagonismo los Ghurkas nepalíes y los Goumiers del norte de África. El nombre de Goumiers se dio originalmente a las tropas irregulares tribales que luchaban como aliados con el ejército francés en la década del 1900 en el sur de Argelia; más tarde, pasaría a designar a las tropas coloniales marroquíes del Cuerpo Expedicionario Francés. Y fueron estos Goumiers los que tomaron al pie de la letra la miserable arenga del general Alphonse Juin. Incluso se llegó a acuñar un término para lo que allí ocurrió: Marocchinate, violaciones masivas llevadas a cabo por los Goumiers contra civiles de ambos sexos y de todas las edades después de la batalla de Montecassino… con el beneplácito de los oficiales del FEC.

Goumiers

Según Emiliano Ciotti, presidente de L’Associazione Nazionale Vittime delle Marocchinate…

A partir de los numerosos documentos recogidos hoy podemos decir que hubo al menos 20.000 casos de violaciones. Sin embargo, esa cifra no refleja la realidad, ya que varios informes médicos de la época advierten que un tercio de las mujeres violadas, ya sea por vergüenza o pudor, optaron por no denunciar. ¿Cómo hacer una evaluación general de violaciones cometidas por el Cuerpo Expedicionario Francés, que comenzó sus actividades en Sicilia y terminó a las puertas de Florencia? [Aunque el término Marocchinate se acuñó tras la batalla de Montecassino, fueron muchas las poblaciones que recibieron la visita de los goumiers] Podemos decir, sin riesgo a equivocarnos, que hubo un mínimo de 60.000 mujeres violadas, y muchas de ellas en varias ocasiones.

Los informes médicos corroboraron la brutalidad con la que se emplearon, señalando laceraciones vaginales, anales y de las cuerdas vocales por las penetraciones, dientes rotos para evitar el mordisco de las víctimas, empalamientos y castraciones —reservados especialmente para los hombres que trataron de defender sus esposas, madres o hijas—, mutilaciones… y las infecciones de sífilis, gonorrea y otras enfermedades de transmisión sexual — solo el uso de la penicilina estadounidense salvó estas zonas de una epidemia—. Alberto Terilli, el párroco de Esperia, fue torturado y sodomizado por tratar de salvar a tres mujeres. El general Alphonse Juin nunca condenó la violencia cometida por sus propios soldados.

El 18 de junio de 1944 el Papa Pío XII instó a Charles de Gaulle a tomar medidas. Un año más tarde, los tribunales franceses habían procesado a 360 marroquíes por lo ocurrido en tierras italianas, pero aquello no era ni la punta del iceberg. El 26 de noviembre de 2004, el presidente de una asociación de ex combatientes marroquíes, Ahmid Benrahhalate, se disculpó oficialmente por lo ocurrido en Montecassino.

Fotograma de «La ciociara»

En 1957 Alberto Moravia publicó La ciociara, la historia de dos mujeres, Cesira y su hija Rosetta, que luchan por sobrevivir en la Italia ocupada. Tras la liberación de la Ciociaria, donde se habían refugiado, su hija fue brutalmente violada por los goumiers. En 1960 Vittorio De Sica llevó la novela a la gran pantalla con La ciociara (“Dos mujeres” en España) y Sophia Loren recibió el Óscar a la mejor actriz, la primera vez que se entregó ese premio a alguien que hubiese actuado en una película en lengua no inglesa.

Fuente: Ni tontas ni locas