Si pidiéramos a la gente que elaborase un listado con las profesiones más peligrosas que se le ocurriesen, con casi toda seguridad estarían copadas por empleos del tipo artificiero, domador de leones o gestor de residuos nucleares. Todas estas y algunas más son labores que merecen respeto y reconocimiento por el riesgo que supone para aquellos que eligen desempeñarlas. Pero hubo un lapso de tiempo, hace ya algunos años, en los cuales la profesión más peligrosa que uno podía desarrollar en la ciudad escocesa de Glasgow era, por sorprendente que parezca, la de vendedor de helados.

A finales de la década de los 60 y los 70 se popularizaron los carritos de helados que perviven todavía hoy en día en el Reino Unido. Estos se diversificaron y con el tiempo dejaron de dedicarse en exclusiva a la venta de polos y granizados para distribuir otros productos como alimentos, papel higiénico e incluso medicamentos. Pero el afán de lucro unido a la falta de escrúpulos dieron lugar a un conflicto que se extendió por años y que ha pasado a la historia como “The Glasgow Ice Cream Wars” (La guerra de los carritos de helado de Glasgow), un hecho que parece el argumento de una película de serie B pero que marcó un antes y un después para el país británico en general y la ciudad escocesa en particular.

Ya en los 80, en esta urbe se había creado una especie de duopolio de los carritos que se repartían los Campbell y los hermanos Marchetti. Aunque se habían dividido el territorio, pronto comenzaron a surgir conflictos sobre los puntos de venta. Todo esto puede parecer excesivo si el objetivo es la venta de helados y accesoriamente otros productos, pero lo que no hemos dicho hasta ahora es que los mismos pasaron a ser negocios sumamente rentables a la par que peligrosos porque incluyeron la venta de drogas, especialmente heroína, así como armas y productos robados. La gran capacidad de carga de los camiones, el conocimiento de las calles de sus conductores y las nulas sospechas que en los primeros años pudieran levantar, los convirtieron en las herramientas perfectas para este lucrativo negocio. Entre ambas bandas, así como contra los vendedores independientes, comenzaron a actuar lo que se dio en llamar “frighteners”, mafiosos de baja categoría que utilizaban tácticas de intimidación que incluían lanzamiento de piedras, tiroteos y ataques con arma blanca. Y obviamente, con el tiempo esta violencia fue escalando hasta el punto de generar tensiones mucho mayores.

La muerte de “Fat Boy”

El punto álgido de este episodio se dio en 1984, cuando un distribuidor y propietario de un camión llamado Andrew Doyle, conocido por todos como “Fat Boy”, se negó desde un principio a participar en la venta de otra cosa que no fueran helados. Ni siquiera el tiroteo que sufrió mientras hacía su ruta de reparto logró amedrentarlo. Así que los gánsteres decidieron pasar a un plan mucho más agresivo: durante la madrugada del 16 de abril rociaron con gasolina la puerta de su casa y la incendiaron. El fuego acabó propagándose y matando al desafortunado e íntegro vendedor de helados y a toda su familia: 6 personas en total entre las que se encontraba un bebé de 18 meses. La desesperación echó a las gentes a las calles exigiendo que se tomasen medidas para acabar con la oleada de robos, tiroteos y ajustes de cuentas en las que se había visto inmerso Glasgow. Y comenzaron las presiones judiciales y sociales a la policía para encontrar a los culpables.

Entierro de la familia Doyle

La confesión de un delincuente de poca monta llamado William Love, apresado por el robo en y de vehículos, puso sobred la pista a la policía y consiguieron detener a los autores del incendio y asesinato: dos vendedores de helados llamados Thomas Campbell y Joe Steele, Aunque durante el proceso mantuvieron su inocencia, e incluso llegaron a protagonizar huelgas de hambre como protesta, fueron condenados. Años después, el testigo que había sido clave para la detención de ambos heladeros reconoció haberse inventado la declaración, aunque el caso no fue reabierto hasta el 2001. Fueron liberados en 2004. Nunca se encontró a los pirómanos.

Después de este grave incidente, la policía puso en jaque a los clanes mafiosos a cargo de ese negocio y la guerra de los carritos de helado se fue diluyendo. Aunque sería la liberalización del sector comercial y la apertura de centros de venta lo que la remataría. De esta forma, los ciudadanos de Glasgow pudieron comprar los productos que necesitaban fuera de estos circuitos.

Colaboración Antonio Capilla Vega