Nada tan común y peligroso como el plomo y sus derivados, y no me refiero a las personas plúmbeas, que las hay. Este metal pesado ya ha sido prohibido en la fabricación de gasolinas, pinturas, munición, juguetes y otros productos, y aún así el envenenamiento por plomo se sigue produciendo hoy en día como ocurría en el pasado. La doctora Alice Hamilton descubrió a principios del siglo XX que cuando se ingiere o se inhala plomo, el organismo no es capaz de eliminarlo, sino que se acumula en los huesos y en otros tejidos.

No hace mucho se conocieron los resultados de una sorprendente investigación realizada sobre un mechón de pelo de Beethoven que fue arrancado de su cabeza poco después de morir, a modo de recuerdo piloso. Permaneció conservado en un frasco de cristal durante casi dos siglos y fue adquirido en subasta pública de Sotheby’s en el año 1995 por un urólogo y una investigadora de la Sociedad Americana de Amigos de Beethoven. Los estudios toxicológicos y genéticos realizados sobre los pelos demuestran que el músico tenía una fuerte cirrosis si bien no mostraba altos niveles de mercurio ni arsénico pero sí de plomo. Se estima que la alta concentración de plomo en su organismo pudo haber sido unas cien veces superior a la que hoy se considerable tolerable. El doctor Andreas Wawruch combatió la enfermedad con sales de plomo, habitualmente empleadas en la época contra el exceso de mucosidad. Fue mucho peor el remedio que la enfermedad. Los investigadores concluyen que la causa real de la muerte del músico, el 26 de marzo de 1827 en Viena, fue un envenenamiento crónico y progresivo de plomo por diversas causas: comer tencas y lucios contaminados del río Danubio, lo que le produjo una larga enfermedad y, probablemente, su cabreo constante. El cambio de personalidad que sufrió desde los 20 años concuerdan con el diagnóstico de envenenamiento. Si a eso le añadimos que con frecuencia bebía agua contaminada con plomo obtenida de un arroyo campestre creyendo que tenía propiedades curativas, junto con el plomo de los vasos que se usaban para beber en aquella época, el resultado fue el que fue. Y encima su médico lo remató.

Por si fuera poco, un dato más se ha aportado por parte de un equipo de la Universidad de San José (California). A finales de 2005 identificó dos fragmentos del cráneo de Beethoven -los tenía un californiano por herencia de un tío lejano afincado en Viena- y comprobaron que también contenían altas dosis de plomo y, por lo tanto, le hizo padecer de saturnismo, enfermedad que nunca fue diagnosticada y que le amargó toda su vida.

La caída del imperio romano a plomo

El saturnismo o plumbosis provoca una serie de trastornos mentales, físicos e incluso la muerte. Lo malo es que no da sabor al agua ni a los alimentos y lo peor es que causa anemia, alucinaciones, ataques de locura y daños neurológicos irreversibles cuando llega al cerebro. Si la ingesta del plomo es por medio del agua se llama saturnismo hídrico. Y de eso hubo bastante durante el Imperio Romano puesto que las tuberías para el agua potable y los utensilios de cocina se fabricaban con este metal.

El escritor S. Colum Gilfillan, en su obra Rome’s Ruin by Lead Poison (1990), lanzó una atrevida hipótesis al decir que el saturnismo fue el causante de la disminución de la tasa de natalidad entre la clase pudiente de Roma y que el motivo de que muchos emperadores romanos tuvieran comportamientos mentalmente desequilibrados fue por ese envenenamiento. Hipócrates o Galeno vincularon las comidas copiosas, la gota saturnina y el vino con plomo con la demencia en emperadores como Calígula, Nerón o Cómodo. El investigador canadiense Jerome Niragu fue más allá y afirmó que la caída del Imperio Romano fue a causa en gran medida del saturnismo, tal y como lo publicó en la revista New England Journal of Medicine, en marzo de 1983.

Hay que recordar que ya los romanos conocían los problemas del saturnismo y el arquitecto romano Vitruvio (siglo I d.C.) advirtió que los caños de plomo se debían utilizar para cañerías de aguas fecales, pero no para aguas potables.

Saturno mareando a los pintores

Ser pintor ha sido una profesión de riesgo y no tanto porque al hacer el retrato de un noble o un monarca el retratado, al ver los resultados, se sintiera ofendido sino más bien por los materiales utilizados para tan noble arte. En la obra de Bernardinus Ramazzini, De Morbis Artificum Diatriba (1713), considerada la fundadora de la moderna Higiene Laboral, se dice:

Yo de mí sé decir que cuantos pintores he conocido, a casi todos los he encontrado enfermizos […]. La causa del semblante caquéctico y descolorido de los pintores, así como de los sentimientos melancólicos de los que con tanta frecuencia son víctimas, no habría que buscarla más que en la índole nociva de los colorantes.

El temible cólico saturnino era en aquella época casi sinónimo de «cólico de los pintores«. Tras analizar los datos patobiográficos de algunos geniales pintores se sospechó en varios de ellos una intoxicación por este metal debido a la utilización del blanco de plomo (carbonato básico de plomo), el minio (tetróxido de plomo) o el amarillo de Nápoles (antimoniato de plomo). En Mariano Fortuny dicho padecimiento fue adquirido por la mala costumbre de chupar los pinceles de las acuarelas, junto con la malaria que contrajo en Portici, todo lo cual precipitó su muerte a los 36 años en su casa de Roma.

Autorretrato de Goya con el Dr. Eugenio García Arrieta (1820)

Junto con Beethoven, otro sordo célebre de la historia fue Francisco de Goya cuya vida quedará marcada por una enfermedad mal diagnosticada cuando tenía 46 años y que le sobrevino durante un viaje por Andalucía. Tal proceso se manifestó de forma aguda por cólicos abdominales, vértigos, alteraciones visuales, temblores y paresia del brazo derecho. Dichos trastornos le deja una sordera irreversible tal que «no usando de las cifras de la mano no puedo entender cosa alguna«, obligándole a aprender el lenguaje de los sordomudos. La farmacéutica María Teresa Rodríguez Torres demostró la causa de esa enfermedad en su revelador ensayo: Goya, Saturno y el saturnismo (1993).

El pintor brasileño Cándido Portinari (1903-1962) conocido mundialmente por sus grandiosos murales Guerra y Paz realizados para la sede de la ONU en Nueva York o los frescos sobre la colonización de Latinoamérica para la Biblioteca del Congreso en Washington en EE.UU. fue diagnosticado de saturnismo siete años antes de su muerte por causa de los pigmentos que empleaba en su paleta, algunos de ellos muy semejantes a los usados por Van Gogh (el amarillo de cromo y otros compuestos ricos en arsénico).

Y en unas recientes exhumaciones realizadas en el antiguo cementerio de Porto Ércole (Italia) de los restos de Michelangelo Merisi, alias Caravaggio, se ha encontrado que sufría también de saturnismo debido al uso del plomo en el albayalde de las pinturas, que también se usaba en los cosméticos. Con el apoyo de las tecnologías de datación, uno de los restos óseos de Caravaggio, el llamado «fragmento 5», presentaba una alta concentración de plomo y mercurio cuando murió en 1610 y las dimensiones de los huesos coincidían con la constitución del italiano. Por otra parte, se intentó verificar la identidad de los huesos con una prueba genética, para lo que se recurrió al análisis del ADN de personas que en la actualidad se apellidan Merisi o su derivado Merisio. Los resultados, dados a conocer por la Universidad de Bolonia, no fueron lo bastante concluyentes.

Hay más casos de famosos relacionados con esta terrible enfermedad pero me temo que si abundo en ellos el artículo resultará al final un poco «plomizo».

Colaboración de Jesús Callejo