Que todos los seres vivos nos nutrimos, de una manera u otra, es una verdad evidente; como lo es que gracias a la alimentación conseguimos desarrollarnos y crecer. Pero a veces ocurre que no todas las viandas se sirven preparadas. El estudio, por ejemplo, que nos alimenta el ánima, sigue sus propias reglas de nutrición. Y es que, ciertamente, el estudio nos alimenta. Veamos cómo.

Cuando uno estudia, es un alumno. Pues bien, alumno y alimento tienen la misma raíz. Ambas formas provienen del verbo latino alo, (alo, alis, alere, alui, alitum o altum) que significa, precisamente, alimentar, nutrir, criar… Y nos ofrece un campo tan rico y variado como alimentar y sus derivados, alimentación y alimento. Alimentum que se forma con nuestra raíz verbal *al– y el sufijo *–mentum, que encontramos también, por ejemplo, en monumentum que procede del verbo moneo , recordar. Así pues, el alimento es lo que nutre, como el monumento es lo que hace recordar (me disgrego para hablar un momentum del verbo moveo y su movimentum que al padecer síncopa o pérdida de la –vi– nos recuerda que el momento es movimiento. Del mismo sentido surge el adjetivo alto, con esa raíz *al– pues el que se alimenta, crece (y no siempre a lo alto), y su familia, como altitud, altanería… Pero también alumno, el que se nutre de otro, en este caso, del profesor que alimenta sus ansías de conocer. Además, del frecuentativo con nuestro viejo conocido sufijo *-sco se obtiene el vocablo latino alesco con análogo sentido; y de ahí viene, al añadir el elemento preverbial ad-, el verbo adulesco, que si no lo hemos conservado en nuestra lengua, sí que tenemos el participio de presente: adolescente (adulescens), el que está creciendo. Y el resultado es convertirse en adulto, que al mantener el timbre -u- pocas veces lo asociamos con su familia y etimología.

Tras esto, comprobamos que el adulto llega a serlo porque antes fue adolescente, que gracias al alimento alcanzó una altura y que con el estudio fue alumno y se nutrió de las enseñanzas de otro que le hicieron crecer.

Colaboración de Rubén Ríos Longares