En los difíciles años de la posguerra española, de hambruna y cartillas de racionamiento, el dicho “el hambre agudiza el ingenio” se hizo demasiado popular. La comida que se entregaba con las cartillas de racionamiento era insuficiente y la gente tení­a que buscarse la vida. Los gatos se degustaban por liebres (“dar gato por liebre”), las patatas a lo pobre o al Avión (patatas hervidas con laurel y un toque de colorante marca “el Avión”), la leche aguada, los guisos de castañas y bellotas sustituyeron a los de legumbres, la achicoria por café, la tortilla de patata sin patatas ni huevos… Aún así, en ocasiones no llegaba y muchas mujeres se vieron forzadas a sobrevivir buscándose la vida de una manera que les repugnaba y pocos meses atrás nunca se habrían podido imaginar.

Las estadísticas oficiales de la posguerra hablaban de 1.140 prostíbulos censados en todo el país, pero la realidad multiplicaba estas cifras. Como ahora, las había de “alta alcurnia”, las que tenían suerte y les ponían un pisito, y todas las demás. El “lugar de trabajo” dependía de su escala y de los recursos económicos de sus clientes. Las más humildes tenían que ejercer en la calle y, además, la alta competencia y la falta de dinero obligaban a bajar las tarifas de un día para otro. Así que, se puso de moda una nueva modalidad: las pajilleras. Éstas tenían dos ventajas: eran más baratas y no existía peligro de contagiarse de enfermedades venéreas. Como este tipo de práctica era muy demandada por los soldados -no por gusto, sino porque la paga no llegaba para más-, las pajilleras frecuentaban las cercanías de los cuarteles. Como en las artes del rijo –como decía Camilo José Cela– había múltiples variedades, cada una podía estar más preparada o ser más experta en una u otra especialidad, pero en la modalidad de las pajilleras había que buscar otros alicientes para ganar la clientela a la competencia. Así que, a alguna de ellas se le ocurrió ofrecer el servicio con música.

¿Con o sin música?, preguntaba.
Por el mismo precio, con.
La pajillera se insertaba unos cuantos aros de cobre en el brazo y parece que el tintineo del cobre debía ser muy estimulante.

Otras, se ofrecían a trabajar en prostíbulos de lo más cutre que por no tener no tenían ni camas. La estampa podía ser algo parecido a esto: un antro donde la higiene y la limpieza brillaban por su ausencia, un pobre diablo que quería desvirgarse acompañado de un habitual de dichos garitos y la madame al frente del prostíbulo. El joven elegía una de las mujeres que allí trabajaban (una joven recién llegada del pueblo, una viuda de la guerra, la mujer de un republicano…) y pasaban al habitáculo del amor: una sala con las paredes llenas de moho por la humedad y en el centro una vieja silla de anea… la silla eléctrica.

La prácticas sexuales se realizaban sobre la silla, denominada silla eléctrica. La diferencia con el modelo de ejecución de los EEUU era que en esta silla había que pagar y que los espasmos no se debían a una descarga eléctrica, sino al placer. Además, el constante uso y el fuerte traqueteo obligaba a repararlas cada cierto tiempo.

En 1942 la Jefatura Superior de Policía asumió definitivamente la vigilancia y la represión de la prostitución, pero en realidad lo que se pretendía era mantener en el cuarto de atrás una situación que se toleraba, ya que en aquella sociedad machista se veía con normalidad que los maridos buscasen fuera del hogar lo que nunca hubiesen permitido hacer a la madre de sus hijos. Con esa doble moral los controles sanitarios periódicos y gratuitos se mantuvieron hasta el Decreto-Ley de 3 de marzo de 1956 sobre la abolición de centros de tolerancia y otras medidas relativas a la prostitución.

Articulo 1º. Velando por la dignidad de la mujer, y en interés de la moral social, se declara tráfico ilícito la prostitución.
Artículo 2º. Quedan prohibidas en todo el territorio nacional las mancebías y casas de tolerancia, cualesquiera que fuesen su denominación y los fines aparentemente lícitos a que declaren dedicarse para encubrir su verdadero objeto.[…]
Artículo 5º. La reeducación y adaptación social de las mujeres que hayan sido objeto del que se declara tráfico ilicito, corresponderán al Patronato para la Protección de la Mujer, al cual se encomienda la creación, fomento y coordinación de las Instituciones que no tengan carácter penitenciario, para la enmienda y regeneración de aquéllas, y para la defensa y protección de todas las que en lo sucesivo, voluntariamente o no, puedan correr el riesgo de dedicarse a dicho ilícito comercio.
Articulo 6º. Las medidas para la lucha contra las enfermedades venéreas incumbirán a la Dirección General de Sanidad, la cual, conforme a las normas especificas de aquélla, actuará en consecuencia. […]

Esta nueva normativa devolvía a la penumbra de los faroles a las mujeres caídas, como las denominaban los teólogos del nacional-catolicismo, y que obviamente no tenían nada que ver con los otros caídos, que muy al contrario se elevaban casi a la categoría de santos.

Fuentes: Prostitución en tiempos de guerra, BOE