Los términos güelfos y gibelinos proceden de los términos italianos guelfi y ghibellini, con los que se denominaban las dos facciones que desde el siglo XII apoyaron en el Sacro Imperio Romano, respectivamente, a la casa de Baviera (los Welfen, y de ahí la palabra güelfo) y a la casa de los Hohenstaufen de Suabia, señores del castillo de Waiblingen (y de ahí la palabra gibelino). Tras la muerte sin descendencia del emperador Enrique V en 1125, estalló la guerra civil entre güelfos, que apoyaban a Lotario, duque de Sajonia, y gibelinos, que apoyaban a Conrado, duque de Suabia. Unos y otros nombraron a su propio emperador: Conrado III y Lotario II. Aunque la guerra terminó en 1135 con la sumisión de Conrado III, las tornas cambiaron en 1137 al morir el emperador Lotario II, y Conrado III fue elegido emperador del Sacro Imperio frente a Enrique el Soberbio, heredero de Lotario. Aún así, las hostilidades no cesaron y Conrado III sitió en 1140 el castillo de Weinsberg en Baviera.

Conrado III

El asedio se estaba prolongando en demasía y el emperador envió un ultimátúm…

A menos que os rindáis, voy a demoler la ciudad, quemar vuestras casas y pasar a todos a cuchillo.

Los sitiados de Weinsberg, hastiados, cansados y sabiendo que no podían recibir ayuda, solicitaron reunirse con el emperador…

Los hombres de Weinsberg no tenemos miedo a morir y estamos dispuestos a seguir luchando. Incluso a ver cómo se destruye el castillo y se queman nuestras casas, pero no a ver cómo mueren nuestras mujeres. Así que, suplicamos que se les perdone la vida y se les permita abandonar el castillo.

El emperador se mostró inflexible en su amenaza de destruir la ciudad y matar a los hombres, pero accedió en su petición de perdonar la vida a las mujeres. Así que, decidió que a la mañana siguiente permitiría a todas las mujeres abandonar del castillo y, además, podrían llevar con ellas sus bienes más preciados, pero únicamente lo que ellas pudiesen llevar sin ayuda de carros o animales. Cuando los sitiados escucharon la oferta del emperador de boca de los emisarios, los hombres asintieron, pero las mujeres abandonaron la plaza y se reunieron ellas solas… y tomaron una decisión que asombraría a los hombres y hasta el propio emperador. A la mañana siguiente, cuando las puertas del castillo se abrieron, esto es lo que vio el emperador…

Todas las mujeres salieron con su bienes más preciados cargados a sus espaldas: sus hijos, sus maridos o sus padres. El emperador pasó de la indignación a la admiración, y decidió que aquella muestra de amor e inteligencia merecía una respuesta del mismo calibre: les perdonó la vida a las mujeres, a los hombres… y decidió no destruir la ciudad. Las mujeres de Weinsberg salvaron a los hombres y a la ciudad.

Fuentes: The wives of Weinsberg, The women of Weinsberg