De las montañas del Altái procede una leyenda que habla de dos conceptos misteriosos: hermandad de seres sabios y que habita un reino oculto. No, no voy a hablar de Shambala ni de Agharta ni de la Ciudad de los Césares, ni tampoco de Avalón, Paititi o las Siete Ciudades de Cíbola.

Entre los innumerables cuentos populares, se pueden encontrar relatos de tribus perdidas o habitantes subterráneos cuya capacidad técnica y longevidad sería superior a la de los seres de la superficie. Se da un mismo leitmotiv en los folklores del Tíbet, Mongolia, China, Cachemira, Persia, Altái, Siberia, los Urales, Brasil, Amazonas, Lituania, Polonia, Hungría, Alemania, Francia y, por supuesto, Turquía y España.

Montes Altái

Uno de esos reinos es el de Belovodié, palabra que significa «Aguas Blancas«, ubicado debajo de los montes Altái (que hoy ocupan territorios de Rusia, China, Mongolia y Kazajistán). Antes del siglo XVII nadie había oído hablar de él, pero a partir de esta época comenzaron los rusos a contar historias acerca de un lugar maravilloso y subterráneo, con todas las delicias que caracterizan a un edén, incluidas las gastronómicas y las climatológicas. Todo un Sangri-la cuyos horizontes lejanos estaban más que perdidos. Estamos hablando de un reino físico construido por personas que huyeron de Anatolia tras la toma de Constantinopla en 1453 por parte de los turcos otomanos. Para algunos investigadores, su anterior habitáculo habían sido las ciudades subterráneas de Capadocia que dejaron desiertas y “selladas” tras su partida, aunque ellos no fueron los que las construyeron.

Sus miembros se dejaban ver en contadas y esporádicas ocasiones y siempre para transmitir algún mensaje o profecía relacionada con el futuro de la humanidad. En el año 1923, una expedición de hombres partió en busca de este enclave sobre los montes Kokushi con nulo resultado, como era de esperar, de lo contrario vaya reino oculto de pacotilla que iba a ser. Eso sí, las pistas indicaban y señalaban caminos que no conducían a ninguna parte o bien eran contradictorias. El resultado desesperante fue que Belovodié se había desplazado de sitio o, literalmente, había desaparecido. Nunca más se supo de ellos. Según los datos de esta expedición, el lugar lo situaban en el Tíbet, aunque en un principio, cuando se tuvieron noticias de él por primera vez, debió estar más cerca de Rusia. El escritor Geoffrey Ashe, en su obra Los misterios de la sabiduría antigua (1977), cree que Belovodié “es el nombre ruso de un lugar de trascendente misterio conocido por los mongoles y los tibetanos como Shambala”. Podría ser, pero va a ser que no.

Precisamente en los montes Altái, en el magnífico valle elevado de Uimon, un venerable Viejo Creyente (starover), una rama del cristianismo ortodoxo ruso, le habló un día de 1928 al antropólogo ruso Nikolái Roerich de los Chud (que sería el supuesto nombre de los misteriosos habitantes de Belovodié), asegurándole que no era ninguna fantasía y le condujo hasta la entrada de su reino subterráneo:

Nos aproximamos a una baja colina rocosa. Con orgullo me enseñó:

-Aquí estamos. He aquí la entrada del gran reino subterráneo. Cuando los Chud entraron en el pasaje subterráneo, cerraron la entrada con piedras. Ahora nos encontramos junto a esta sagrada entrada.

Estábamos delante de una enorme tumba rodeada de piedras grandes, tan típicas del período de las grandes migraciones. Vimos estas tumbas, con los bellos restos de reliquias góticas, en las estepas de la Rusia meridional, a los pies de las colinas del Cáucaso septentrional. Al estudiar esta colina, recordé que durante nuestro cruce del paso del Karakorum, mi guía, que provenía de Ladak, me había preguntado:

– ¿Sabe por qué hay una meseta tan peculiar aquí? ¿Sabe que en las cuevas subterráneas de aquí hay muchos tesoros ocultos y que en ellas vive una maravillosa tribu que aborrece los pecados de la tierra?

Y nuevamente, cuando nos acercamos a Khotán, los cascos de nuestros caballos sonaban huecos, como si cabalgáramos sobre cuevas o vacíos. La gente de nuestra caravana atrajo nuestra atención hacia ello, diciendo:

– ¿Oís qué pasajes subterráneos estamos cruzando? A través de estos pasajes, aquellos que los conocen bien pueden llegar a tierras lejanas…

Les pregunté si también nosotros podríamos ver a estas personas. Y ellos respondieron:

– Sí, si vuestros pensamientos son igual de elevados y están en contacto con este pueblo sagrado, pues en la tierra sólo hay pecadores y las personas puras y valerosas pasan a algo más bello.

La búsqueda de Belovodié es similar a otras que lleva a cabo el ser humano en su peregrinaje por encontrar su Paraíso Perdido, su Utopía, sus raíces y su identidad. El escritor austriaco Gustav Meyrink, conocedor de los temas ocultos, relató en una de sus obras que: «según la tradición, tres hombres descendieron un día al Reino de las Tinieblas. Uno se volvió loco y el otro ciego; sólo el tercero, el Rabbi Ben Akiba, regresó a su casa sano y salvo y declaró que allí se había encontrado a sí mismo«.

El que tenga oídos para oír…

Colaboración de Jesús Callejo