Cuenta Heródoto en sus Nueve libros de la Historia que las mujeres de Babilonia debían acudir al Templo de Milita para perder la virginidad con el primer hombre que entregase una simple moneda a cambio. No hay duda de que es una buena anécdota, sobre todo partiendo del hecho de que un griego como Heródoto debió sentirse en Babilonia como el personaje de Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mí”. Lo malo es que algunos autores cometen el error de extrapolar la cultura babilónica a la de toda la historia mesopotámica. Y es una gran equivocación, porque siglos antes de Babilonia, en Sumer, la actitud hacia el sexo era bastante distinta.

Para un sumerio de la II Dinastía de Ur, por ejemplo, la virginidad no tenía ni el más mínimo valor. Malamente una muchacha iba a ir a un templo a perderla cuando no la tenían en consideración. Hasta tal punto les importaba poco, que en el matrimonio sumerio se añadían cinco o seis meses de relaciones prematrimoniales previas a la boda, con sexo incluido, y durante los cuales podía romperse el acuerdo matrimonial sin problema. Se ha conservado un refrán típico que dice: “¿Acaso debo reservar mi vientre para el viento?”.

Sumerios casados hace muchos años

En Sumer, el matrimonio se parecía poco a la institución judeocristiana que conocemos. Entre los dos ríos, era un simple contrato social sin connotaciones religiosas, aunque un/a sacerdote/isa actuara como testigo. A fin de cuentas, en todo contrato siempre había un testigo del clero. Para los sumerios el sexo era bueno, y debía practicarse como parte fundamental de la vida, por una parte porque la diosa más grande, Inanna (Ishtar), lo ordenaba, y por otra porque permitía tener hijos. Precisamente, en el pasaje de la prostituta Shamhat en la Epopeya de Gilgamesh, se indica que para los sumerios la civilización le llegó al hombre de la mano de la sexualidad. La fiesta más grande de los dos ríos era la del Año Nuevo, que se celebraba en honor de Inanna, y durante la cual se practicaba el sexo por todos los rincones. Y esto de “todos los rincones” no es en sentido figurado. Ellos no tenían ningún prejuicio a la hora de copular en público. En cualquier taberna, un cliente podía hacerlo delante de los demás con una “esposa de la cerveza”, que eran esclavas contratadas para tal menester.

Para los habitantes de Mesopotamia tener hijos era fundamental, pues el actual desierto de Iraq, en aquellos tiempos, era una gran sabana con bosques de cedros y grandes pantanos rodeando las ciudades sureñas. Esos pantanos producían fiebres que acababan con la vida de 7 de cada 10 niños antes de la pubertad. Perder un hijo era quedarse sin un miembro de la “unidad de producción”. Era una tragedia personal y social. Por ello procuraban tener el máximo posible de ellos. Se piensa que en la época arcaica estaba permitida tanto la poligamia como la poliandria. Ambas fueron abolidas por el rey Urulkagina, pero con el tiempo la poligamia retornó como un sistema para tener retoños adicionales, ya que las leyes en ese aspecto eran muy liberales. Un hombre podía tener consortes, cuyos hijos tenían todos los derechos, incluso de herencia. Si una mujer se cansaba de darle hijos al marido, podía regalarle una esclava como concubina, y también sus hijos tenían todos los derechos. La esposa podía tener amantes siempre que su marido le otorgara el permiso para ello. ¿Solían darlo? Pues parece ser que sí, ya que les preocupaba poco que se quedase embarazada. Si eso sucedía, el hijo pasaba a ser del marido. Para un sumerio era una victoria: se quedaba con el hijo de otro.

Tampoco estaba mal vista la homosexualidad, aunque no se ahorraban chistes sobre el tema. En el culto de Inanna encontramos sacerdotes travestidos, los Assinum. El mayor tabú sexual lo tenían hacia el incesto, que se consideraba algo espantoso. Tanto, que se condenaba a muerte al padre o madre que lo practicase, tras pagar unas fortísimas multas.

¿Y las madres solteras? Pues sin mayor problema. Como mucho, les parecía curioso que una madre renunciara a tener su “unidad de producción”, pero no la despreciaban por ello. El mismo Sargón de Akhad, fundador del imperio acadio, se jactaba de ser hijo de una madre soltera, y eso no le había creado ningún trauma.

Inanna

Entre las sacerdotisas, el sexo pasaba a ser una función social y religiosa. En el culto a Inanna, ellas eran prostitutas sagradas y exhibían su sexualidad por cuestiones religiosas y por compasión. Había un tipo de sacerdotisas que tenían prohibido el sexo, las Naditu. Eran lo más parecido a las monjas cristianas de hoy día, pues debían vivir recluidas en el templo sin poder salir. Sin embargo, el tabú sexual solo las alcanza de pleno en la sociedad babilónica, más patriarcal. Anteriormente, hasta la III Dinastía de Ur, solamente tienen prohibido tener hijos. Esto se debe a que se las recluía, no por razones sexuales, sino sociales. Si no querías tener problemas con tus sobrinos y la herencia, mandabas como Naditu a tu hermana a un templo. Al no poder tener hijos… asunto resuelto. Sin embargo, no tenían prohibido el sexo en muchas ciudades, con lo que recurrían a sistemas más… pornográficos (hay representaciones muy concretas de cómo se las arreglaban para tener sexo sin procreación). Sin embargo, y esto es más curioso aún, se les permitía adoptar, y eso debió producir más de una sorpresa cuando los hermanos abrieron el testamento.

Escena de cama en Sumeria

Finalmente, y para que nos hagamos una idea de la importancia que le daban al sexo, hay que señalar que en los restos del Eanna, el gran recinto sagrado de Inanna en la ciudad de Uruk, se descubrieron cientos de exvotos. En un inicio se pensó que eran para pedir hijos, dado que a la diosa se le atribuye un cierto carácter de fertilidad, aunque ese carácter no era tan grande como algunos se piensan, ni siquiera era una diosa madre, pese a que se diga a veces muy equivocadamente. Hoy se sabe que esos objetos no eran para pedir hijos, sino para pedir sexo, un abundante y agradable sexo.

Por elementos como todos estos, los sumerios nos resultan hoy día una sociedad extraña, pero sin duda, fascinante.

Colaboración de Joshua BedwyR autor de  En un mundo azul oscuro