La juventud comenzó a experimentar una revalorización a comienzos del siglo XX. Hasta entonces, se había tomado como un periodo en tierra de nadie. Se deja de ver a la persona como un niño pero no se le daba un estatus o trabajo de adulto. Sin embargo, a partir de la regulación del acceso al mercado laboral, del establecimiento de un periodo de educación obligatorio, de la creación de ejércitos nacionales y de la regulación del derecho a voto se favoreció el desarrollo de la juventud como un grupo social definido. En Europa en general, y en Alemania en particular, la primera gran oleada de movilización juvenil apareció tras la Gran Guerra, la cual tuvo un especial impacto en los jóvenes: muchos se quedaron huérfanos y asumieron responsabilidades que antes no tenían, numerosas familias quedaron completamente desestructuradas, lo que aumentó el nivel de autonomía de la juventud y, en consecuencia, el acrecentado interés de los grupos políticos en ella.

Durante aquellos años, la programación tanto de actuaciones como de publicaciones o discursos políticos iban a ir dirigidos, en su mayoría, a captar jóvenes desencantados de la posguerra que buscaban nuevos caminos y soluciones. Habían escarmentado y abandonado, casi por completo, los valores sociales tradicionales defendidos por sus mayores que habían sido aplastados por la Primera Guerra Mundial. Esta crisis ideológica y social comenzó a manifestarse a partir de 1919. El descontento juvenil fue aumentando durante el periodo de la República de Weimar debido a las consecuencias del Tratado de Versalles, a la hiperinflación que tuvo lugar entre 1921 y 1924 y a la Gran Depresión económica de 1929, cuya consecuencia más significativa fue el aumento de la tasa de desempleo: de 1.320.000 parados en septiembre de 1929 se pasó a unos 6.000.000 a comienzos de 1932.

Niños alemanes jugando con fajos de marcos

¿Qué más podía pasar? Solo faltaba que se pusiera a llover…y así fue. Las dificultades económicas que atravesaba la sociedad alemana junto a la incertidumbre política y a la baja moral de los adolescentes tuvieron un efecto devastador: la tasa de suicidios entre los estudiantes universitarios era tres veces más alta que la de la población en general. El suicidio pasó a convertirse en un acto extremo de protesta social. En definitiva, los alemanes nacidos entre 1903 y 1915 -que tendrían entre 18 y 30 años cuando Hitler llegó al poder en 1933– estuvieron afectados por problemas psicológicos, políticos, sociales y económicos.

Hitler entró en escena en medio de este panorama de malestar, la situación de inestabilidad que se respiraba en la sociedad facilitó su trabajo. El Führer dio un paso al frente y se presentó como una nueva fuerza y esperanza de cambio para el futuro. Así mismo, la gente joven veía en él un hermano mayor, una figura de referencia en la que confiar. Al César lo que es del César, Hitler tuvo el mérito de saber aprovechar la situación y sacarle el mayor partido posible a lo que estaba sucediendo. Los jóvenes, con su energía, sus ideales e inquietudes, fueron especialmente vulnerables a sus propósitos. Por ello, fueron tomados como pilares fundamentales de la política nacionalsocialista. Antes de llegar al poder, Adolf Hitler ya había dejado muy claro en Mein Kampf cuáles eran sus intenciones respecto a la juventud:

habrá que atender antes que a ninguna otra cosa, a la formación del carácter, al fomento de la fuerza de voluntad […] El Estado debe actuar en la presunción de que un hombre educado, sano de cuerpo, firme de carácter y lleno de confianza en sí mismo es más valioso para la comunidad que el poseedor de una alta cultura pero encanijado y pusilánime

Un alto número de niños y jóvenes fueron cautivados por el sentimiento de comunidad, de fe nacional y de odio racial que profesaba el régimen nazi. Esta nueva educación buscaba dar un mayor énfasis al entrenamiento, la disciplina y el ordenamiento… el sistema escolar fue suplantado por un entrenamiento, a todas luces, militar.

Por supuesto, el factor clave en el moldeamiento de los jóvenes fue el control del sistema educativo. Se creó un instrumento de regulación social para moldear a las juventudes dependiendo del objetivo que en ese momento persiguiera el gobierno. Los nazis estaban tan obsesionados con el control que crearon el Servicio de Patrulla de la Juventud Hitleriana para vigilar y combatir tanto la delincuencia como la mala conducta de los adolescentes. Como vemos utilizaban también a los jóvenes como un mecanismo de control y de guía para con sus iguales. Para Hitler el destino estaba en manos de la sangre de la raza, los jóvenes encontrarían la felicidad plena cuando adquiriesen conciencia de que era la sangre nórdica, única y exclusivamente, la que creaba unión entre los distintos individuos, formando así un sentimiento de comunidad. Este declive del individualismo -propio del siglo XIX- hizo su aparición en la educación.

Los elementos de mayor atracción para el ingreso en las Juventudes Hitlerianas (Hitlerjugend o HJ) fueron la naturaleza autoritaria del régimen nazi, la ideología despiadada de la supervivencia del más fuerte, el uso de armas y uniformes, las altas posibilidades de movilidad social o de estudiar una carrera y de conseguir estabilidad a partir de la educación. Quizás, otro motivo de atracción fue la edad de los dirigentes nazis, la mayoría eran jóvenes, lo que les hacía identificarse con la gente adolescente. Hitler era el mayor, contaba con 44 años en 1933, al frente de las HJ estaba Baldur Von Schirach con apenas 26, Himmler tenía 33 y Goebbels 36. No hay que olvidar que algunas adhesiones fueron obligadas mediante miedos y amenazas.

Con la llegada de Hitler al poder se produjeron cambios en la educación escolar. Las asignaturas de educación física -en la que si sacabas calificaciones bajas suponía la expulsión inmediata de la escuela- historia, alemán y biología -para el estudio de la raza y de la exclusión judía- tendrían mayor importancia. Además, la práctica del boxeo sería obligatoria porque aumentaba la obediencia, la coordinación, la camaradería, el espíritu varonil, la capacidad de autocontrol, una mayor disciplina y un desarrollo del carácter (casi ná). También se organizaban excursiones por la naturaleza para conocer mejor su patria y a los compañeros de otras partes del Reich.

Con el paso del tiempo, la formación intelectual pasó a un segundo plano en beneficio del fortalecimiento del carácter y el aumento de autoestima para los jóvenes. En 1938 el régimen nazi llevó a cabo una reorganización de la educación: ahora las lecciones debían ir dirigidas al desarrollo de la fortaleza, del sacrificio, de la lealtad y del silencio antes que al desarrollo intelectual. El nuevo rol que estaban adquiriendo los jóvenes en Alemania produjo una separación de la familia todavía mayor a la existente hasta 1933. Ahora los hijos debían ser los faros de sus padres, seres inadaptados de la época que estaban viviendo.

Hemos hablado de los alumnos pero ¿qué hay de los profesores? Cuando Hitler llega al poder, el 97% de ellos estaban enrolados en la Unión Nacionalsocialista de Profesores (Nationalsozialistische Lehrerbund). En 1936, el 32% de esta unión pertenecía al partido nazi y el 14% de este último porcentaje pertenecía al cuerpo de la dirección política del partido. En el caso de que los profesores no fueran simpatizantes del ideal nazi podían ser condenados, excluidos de su trabajo o formados para simpatizar con el régimen.

Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial muchos alumnos e integrantes de las juventudes, sobre todo los más competentes y comprometidos, tuvieron que alistarse y combatir. A medida que la guerra avanzaba se iban alistando sin apenas entrenamiento militar, lucharon de manera desigual los últimos meses de la guerra y sufrieron elevadísimas bajas: el 30 de enero de 1945, en la localidad de Gotenhafen, perdieron la vida cerca de 8.000 jóvenes. Parece clara la finalidad del sistema educativo nazi: formar jóvenes para que estuvieran preparados para morir y luchar por la nación. Al final de la guerra, la imagen de la HJ cambió. Pasaron a ser jóvenes desencantados, a sentirse abandonados y comenzaron a realizar actividades más solidarias como la identificación y el enterramiento de cadáveres o la extinción de incendios. Algunos historiadores han llegado a afirmar que Hitler renegaba de la HJ, así como que sus muertes le importaban más bien poco. Sin embargo, dejó escrito en su testamento político lo siguiente: “muero con el corazón feliz, consciente de los incalculables legados y logros de nuestros soldados en el frente, nuestras mujeres en casa, los logros de nuestros campesinos y obreros en su trabajo, únicos en la historia, y de las juventudes que llevan mi nombre

Si queremos buscar una evidencia más reciente de lo decisiva que fue la educación del régimen nacionalsocialista podemos tomar como referencia un estudio realizado por la Universidad de California entre 1996 y 2006. Se realizaron 5.300 entrevistas a alemanes nacidos entre los años 20 y 30 y se llegó a la conclusión de que la propaganda y el adoctrinamiento tuvo un resultado espectacular, sobre todo, aquel que se centraba en fomentar el odio racial: los jóvenes alemanes nacidos entre esas fechas eran mucho más antisemitas que los nacidos antes o después. ¡Qué sencillo resulta cambiar las creencias e ideales a través de la política!

Colaboración de Ruth Martín