Si ojeamos el índice de un manual actual sobre la historia de la pintura francesa del siglo XIX, veremos algo muy parecido a esto:
1. Neoclásico (David e Ingres)
2. Romanticismo (Gericault, Delacroix y Chasseriau)
3. Realismo (Courbet, Millet, Daumier, Escuela de Barbizon)
4. Impresionismo (Manet, Monet, Renoir, Pissarro, Degas…)
5. Post impresionismo (Gauguin, Tolouse-Lautrec, Van Gogh, Seurat, Cezzane)
6. Simbolismo (Moreau, Puvis de Chavannes, Redon).

Es decir, veremos una sucesión de estilos, sus autores más afamados y sus principales obras. Como he dicho, este supuesto índice sólo lo veríamos en un manual actual, pero no en uno por ejemplo de 1900. ¿Por qué? Porque hoy en día, y desde hace varias décadas, se han puesto en valor obras, autores y estilos, que en la propia época eran ignorados o detestados por el público y la crítica; hablo sobre todo de los impresionistas. Mientras que los más famosos de la época, junto con sus grandes obras, pertenecientes al estilo ecléctico académico o pompier, hoy han desaparecido de las obras de divulgación y de los manuales de escuela y por tanto del conocimiento del público general.

Si le contásemos este hecho a un señor burgués parisino de la época, conocedor de la pintura francesa de la segunda mitad del siglo XIX, nos tomaría por loco. ¿Cómo iba a estar más valoradas las inacabadas obras de Manet, Renoir, Monet o Van Gogh que las obras de Geyre, Cavanel, Gerome, Bouguereau, Couture o Bonnat con su infinita gracia?

“Una sesión del jurado en el Salón”, pintura de Henry Gervex, 1885

Estos artistas hoy son desconocidos para el gran público y los impresionistas son por todos conocidos, ¿verdad? Pues para el aficionado “común” parisino de la época, serían todo lo contrario. Los Bonnat, Couture y demás, serían las grandes estrellas que les gustaban, mientras que esos mismos verían a Manet probablemente como un pintor odioso por su intención constante de escandalizar a la burguesía con temas y modelos humanos demasiado realistas y contemporáneos. Si conocía a los impresionistas, que probablemente no, no entendería sus obras, sino que las vería como bocetos inacabados de unas pinturas muy vulgares por los temas que solían pintar. Un ejemplo del estilo academicista “Jóvenes griegos, una pelea de gallos”, de Jean-León Gérôme.

“Jóvenes griegos, una pelea de gallos”, Jean-León Gérôme 1846

Los pompiers, como decíamos, eran la élite artística. Su concepción del arte venía marcada por la senda oficial creada por la Academia de Bellas Artes parisina que organizaba exposiciones o Salones oficiales, donde los jurados de turno decidían que cuadros y autores eran dignos de ser premiados y cuáles no, y al seguir la norma, éstos triunfaban año tras año.

Los impresionistas, mientras tanto, no eran nada de nada. A excepción de Manet, desistieron de intentar triunfar por la vía del Salón. El jurado nunca les admitió ya que para ellos era una pintura de segunda categoría, una pintura sin ningún valor. Así, estos artistas, antes de ser conocidos como “impresionistas”, crearon exposiciones privadas donde exponer sus obras y darse a conocer. El burgués de 1874 tendría conocimiento de esa exposición, pero a priori no pensaría ir a verla. Sólo tras leer las hirientes y feroces críticas en los periódicos, en las que se contaba que la gente salía de allí entre escandalizada y muerta de risa, sólo entonces, quedaría con algún amigo para ir a verla y hacer lo que hacía la mayoría, escandalizarse, reírse y minusvalorar esas obras. Estos comportamientos se dieron ya que las obras de ambas escuelas se encuentran en las antípodas desde todos los puntos de vista posibles. Veamos alguno:

  • Si las obras impresionistas parecen inacabadas y se observa perfectamente las pinceladas, en las eclécticas se busca el efecto contrario, no parecen haber sido pintadas, no hay rastro ni huella del pincel. La rugosidad de las obras impresionistas contrasta con la pulcritud y suavidad de las pompiers, lo que se conoce en lenguaje artístico como “relamido”.
  • El colorismo desbordante de los impresionistas, contrasta con el poco valor otorgado por los académicos al color, muy supeditado a un dibujo bien marcado. Y el estallido de luminosidad impresionista va mucho más allá de la simple luminosidad homogénea de los eclécticos.
  • Mientras los academicistas realizan obras de gran formato sobre los géneros más nobles, como el mitológico o histórico, los impresionistas realizan obras de pequeño y medio formato sobre los géneros totalmente desterrados por la Academia, paisajes rurales y urbanos y escenas de género.
  • Si los impresionistas salían a pintar al campo directamente del natural, sin bocetos previos e iban cargados con el caballete, las pinturas, los pinceles, el lienzo de un tamaño transportable, un taburete y el bocata; los academicistas pintan como siempre se ha hecho, en su taller, primero realizando bocetos de la composición general y de las figuras en particular y, a los meses, cuando todo esté listo, pasarlo a una tela que no medirá menos de tres metros de largo por dos de alto. Total, en un año y medio o dos, tendrá el cuadro terminado, (a tiempo para presentarlo en el Salón, por supuesto), mientras que el impresionista, si se le da mal, lo tendrá listo en una semana o dos.
  • Según las pautas academicistas, había que huir del presente. Se podían recrear en sus obras escenas de todo tipo siempre y cuando se desarrollasen en el pasado, ya fuese clásico, oriental o medieval y siempre, con una pizca de irrealidad e idealización y a veces incluso con un cierto toque erótico. Las pautas que siguieron los impresionistas eran muy simples, representar el momento presente ya sea en un lago, ciudad, río, aldea o bosque, siempre de manera realista. Por lo que las vistas del París de la época y sus gentes las hicieron los impresionistas, no los otros.
  • Si los eclécticos pintaban figuras en posturas forzadas, estudiadas, y de manera idealizada, los impresionistas, cuando las pintaban de lejos, directamente las representaban con manchas difusas, y si las pintaban de cerca, lo hacían en posturas realistas de la vida cotidiana, incluso bostezando, como hacía Degas con sus planchadoras.

«Las planchadoras» de Degas

Monet pintando al aire libre

Por tanto, ¿por qué la historia del arte ha virado y quienes eran las figuras hoy apenas se recuerdan y ensalzamos a quienes se denostaba o ignoraba? Básicamente porque la pintura académica no aportaba ninguna novedad: ni temática, ni estilística. Por eso los Bouguereau, Gleyre, Cavanel, Gerome, Bonnat o Couture y su estilo en general han caído en el olvido, y cuando se habla de ellos, se reconoce que hay que “recuperarlos”, como por ejemplo con la exposición que el Museo Thyssen de Madrid dedicó a Jean-León Gerome en 2011. Y los impresionistas, los que fueron unos incomprendidos por la radicalidad de sus postulados artísticos, hoy son adorados y su estilo es el más querido por el público desde hace décadas.

Colaboración de Rafael Heranz