Algunos de los alimentos que hoy en día forman parte de nuestra dieta habitual, o deberían hacerlo, no lo tuvieron fácil para conquistar nuestras paladares y nuestros mesas, como por ejemplo las patatas, las zanahorias o las espinacas. Por un motivo u otro hubo que utilizar algún tipo de estrategia, ya fuese tirando de ingenio o aprovechar determinadas circunstancias y errores, para que los consumidores las incluyesen en sus cestas de la compra y, sobre todo, entre los ingredientes de sus platos. Estas fueron las estrategias que se utilizaron para fomentar el consumo de patatas, zanahorias y espinacas.

Patatas

Las patatas son originarias del continente americano, en concreto del altiplano de los Andes peruanos. Los incas las utilizaban como alimento directamente o bien para elaborar el chuño, una especie de puré que se almacena para las épocas de malas cosechas y que se mantiene apto para el consumo durante 10 años. Además, también se utilizaba con fines medicinales. De hecho, el primer cargamento de patatas que llegó a Europa lo envió el gobernador de Cuzco (Perú) a Felipe II, el rey de España, en 1565 por sus propiedades medicinales. En 1573 se administraba a los enfermos del Hospital de la Sangre de Sevilla. Incluso Felipe II, que desde el Concilio de Trento mantenía una relación cordial con el Papa Pío IV, decidió enviarle parte del cargamento como remedio para sus males ya que andaba el hombre un poco tocado. Y el Papa, -que era de los que cuando llueve comparte su paraguas, y si no tiene paraguas comparte la lluvia-, decidió compartir la partida de tubérculos con su amigo, el cardenal holandés Philip de Silvry, también enfermo. No sabemos qué fue del cardenal, pero el Papa murió ese mismo año. Y siguiendo el rastro de las patatas, de la mano del cardenal llegaron al jardín botánico de Viena donde se estudiaron y desde donde se extendió a toda Europa. Pero todavía tendría que pasar años para que los europeos vieran las patatas como un producto de consumo habitual. De hecho, eran más normal ver a un cerdo comer patatas que a un europeo. Eso sí, sus flores solían utilizarse como elemento ornamental en sus casas.

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A pesar de que a mediados del siglo XVII, cuando buena parte de Europa estaba en guerra y el hambre se instaló en los pueblos y ciudades del viejo continente, la patata fue el recurso alimenticio que salvó miles de vidas, el éxito todavía se hizo esperar. En Francia, por ejemplo, hasta finales del XVIII y gracias a los esfuerzos por Antoine-Augustin Parmentier, el farmacéutico mayor de la Casa Real de los Inválidos de Francia. Su primer contacto con la patata fue durante la Guerra de los Siete Años, cuando siendo farmacéutico militar fue capturado por los prusianos y ése fue el alimento que recibió. Toda una experiencia, teniendo en cuenta que el desprecio de los franceses hacia el producto era tal que lo destinaban exclusivamente para alimento del ganado. De hecho, el Parlamento galo había prohibido su cultivo porque lo consideraba causante de lepra. Cuando quedó libre, Parmentier centró su trabajo en el estudio del tubérculo y en 1772 ganó un concurso organizado por la Academia de Besançon, a raíz de una serie de malas cosechas y hambre, para encontrar “plantas capaces de sustituir las comidas habituales para alimentar al hombre en épocas de escasez”. Ese mismo año la Facultad de Medicina de París autorizó el tubérculo, pero no bastó para disminuir el recelo y el empeño de Parmentier de plantarla en el jardín del Hospital de los Inválidos, donde trabajaba, supuso su despido por parte de los religiosos que lo dirigían.

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Antoine-Augustin Parmentier

Viendo la cerrazón mental tan extendida, Parmentier recurrió a la astucia. Fueron varias las acciones que desarrolló pero la que más éxito tuvo fue la de plantar patatas en cincuenta y cuatro fanegas de tierra que el rey Luis XVI le concedió en las afueras de París y poner guardias a vigilarlas de noche, dando a entender su gran valor. Eso sí, advirtió a los centinelas que hicieran la vista gorda ante posibles robos; robos que él mismo fomentó mediante sobornos a ciudadanos. Hasta entonces la patata sólo se cultivaba en los jardines palaciegos con fines ornamentales pero la gente dedujo que si los privilegiados apreciaban tanto la patata no debía ser tan mala. Dicho y hecho, las parcelas eran saqueadas regularmente y la patata se libró así, poco a poco, de su estigma, hasta el punto de que durante el turbulento período revolucionario en que entró el país constituyó una de las principales soluciones a las hambrunas.

Zanahorias

Durante la Segunda Guerra Mundial, el piloto británico John Cunningham se hizo famoso por su especial habilidad durante las batallas aéreas nocturnas: acreditó 20 derribos de aviones alemanes. De ellos, nada menos que 19 de noche. Desde septiembre de 1940 hasta mayo de 1941 la Luftwaffe estaba llevando a cabo un intenso y continuo bombardeo de diversas ciudades del Reino Unido, fundamentalmente Londres. Grupos de pilotos de la Fuerza Aérea Real (RAF) operaban durante el día, tratando de derribar los bombarderos alemanes que literalmente arrasaban el país, dada la debilidad de las defensas antiaéreas. Por las noches, era el grupo del capitán John Cunningham el encargado de acosar las formaciones de bombarderos de la Luftwaffe. Cunningham, noche tras noche, iba anotando derribos en sus misiones nocturnas, hasta llegar a los 19, acumulando también numerosas condecoraciones por sus arriesgadas misiones. Famoso como una estrella de cine, recibió el apodo Cat Eyes (Ojos de gato) por su excepcional habilidad en la batalla nocturna. Tal habilidad, se había logrado gracias a una dieta especial de zanahorias a la que tanto él como su grupo de pilotos habían sido sometidos durante varios años, consiguiendo así desarrollar en los pilotos una visión nocturna superior.

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La campaña publicitaria fue espectacular: todos a comer zanahorias… mejoran la visión nocturna como a nuestros pilotos… Los niños ponían la imagen del piloto en las paredes de sus dormitorios… los hombres sembraban sus jardines con zanahorias… Pero esa era la explicación oficial, la realidad tenía que ver con el desarrollo de un sofisticado sistema de radar denominado AI (Airborne Interception), instalado por primera vez en los aviones y que, con la ayuda de los radares de tierra, guiaban a los cazas nocturnos hasta los bombarderos alemanes. Evidentemente, el Ministerio de Propaganda británico quería mantener en secreto sus investigaciones y progresos con el radar, y para ello desplegó esa fantástica explicación de las zanahorias y la visión nocturna. El engaño también ayudó al Ministerio de Alimentos británico, a través del aumento del consumo de hortalizas, especialmente zanahorias, en los difíciles momentos del racionamiento y escasez de guerra, sobre todo ante las quejas por la falta de suficiente carne y otros alimentos racionados. ¿Qué mejor manera de animar a los niños a comer zanahorias que decirles que es el alimento elegido por los héroes?

John Cunningham Ojos de gato es considerado como el primer piloto que ha derribado un avión enemigo usando el radar. Fueron el arrojo y el valor de pilotos como John Cunningham, así como el desarrollo del radar, y con ello la precisión de las defensas antiaéreas, y la inminente invasión de la URSS por Hitler, requiriendo el traslado de su fuerza aérea hacia el frente de Este, las causas que hicieron que en mayo de 1941 finalizaran los bombardeos sobre Londres.

Espinacas

Cuando era pequeño mi madre me vendía la moto de que tenía que comer espinacas porque tenían mucho hierro. Lógicamente, aquella teoría tenía un apoyo visual brutal: los dibujos animados de Popeye, el marinero que cuando se tomaban las latas de espinacas se ponían cachas y zurraba al pobre Brutus. Pues mi madre no mentía, fue un error científico el que hizo creer a la sociedad que las espinacas tenían mucho más hierro del que realmente tienen.

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A finales del siglo XIX el científico J. Alexander estudiaba los nutrientes y las propiedades de las espinacas y en sus anotaciones hizo constar que 100 gr. contenían 0’003 gr (3 miligramos) de hierro. Cuando su secretaría transcribió las notas cometió un error al colocar la coma y el estudio se publicó con el dato de que contenían 0’03 gr (30 miligramos) de hierro. El consumo de espinacas se incrementó un 30% -lógicamente, los productores estaban encantados-. En 1930 un grupo de científicos alemanes publicó un estudio desmintiendo esos datos y haciendo constar el error de transcripción. Por lo visto, hay mentiras, en este caso errores, que tienen más vidas que un gato porque si preguntáis la gente todavía sigue creyendo que las espinacas son uno de los alimentos que más hierro contiene.

Fuentes e imágenes: ¡Fuego a discreción!, La brújula verde, La famosa patata de Parmentier, Daily Mail