Uno de los documentos más curiosos que nos legaron los mesopotámicos es la Lista Real Sumeria. En ella aparece un listado de reyes, clasificados por dinastías y ciudades, que supuestamente gobernaron desde tiempos arcaicos entre los dos ríos. He dicho “supuestamente” porque podríamos hacer tres grupos con dichos monarcas. El primero de ellos estaría compuesto por aquellos que son simples leyendas y que se caracterizan por tener adjudicados reinados muy largos, desde cien años hasta los 43.000 años de Enmenluana de Badtibira. Haremos bien en suponer que son reyes inventados. En tiempos remotos, en Sumeria los gobernantes eran elegidos por una asamblea. Cuando los generales comenzaron a dar golpes de estado, y a dejar el cargo a sus hijos, tuvieron que inventarse un pretexto para justificar su derecho y permanencia en el cargo. Si te haces pasar por descendiente de alguien legendario, e incluso divino, es posible que evites algún atentado contra tu persona y, después de todo, no queda mal en las tarjetas de visita. Incluso el famoso Alejandro Magno se presentaba como descendiente de Aquiles. Curiosamente, en muchas webs magufas se sostiene que existieron de verdad porque eran extraterrestres, atlantes o antecesores de los superhéroes de la Marvel, y que vivieron tanto tiempo sin dejar un solo rastro genético o físico de ellos. Bueno, no vamos a entrar en polémicas, todo el mundo tiene derecho a creer en los Reyes Magos, aunque estos sean, ojo al spoiler… ¡los padres!

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El otro grupo de la lista, más pequeño, lo constituyen aquellos gobernantes que pudieron haber existido, aunque no como se les describe. O sea, gobernantes reales a los que el tiempo pudo aplicar una pátina de leyenda. Entre ellos podríamos destacar al famoso Gilgamesh de Uruk o a Enmerkar, de la misma ciudad. Tal vez existieron, pero ni se acostaron con tantas mujeres, ni pasaron tantas aventuras, ni eran tan guapos y altos, ni Angelina Jolie les dio su número de teléfono.

El tercer grupo, más numeroso e interesante para los arqueólogos, está formado por aquellos de los cuales tenemos constancia de su existencia. O sea, que hemos encontrado pruebas físicas de su paso por este mundo. También destacan por tener períodos de mandato bastante más razonables, desde los 56 años de reinado de Sargón de Akhad, hasta apenas unos días en el caso de los últimos monarcas acadios. O sea, como la vida misma. Unos mueren en la cama y otros dimitidos por el ayuda de cámara y un cuchillo bien afilado.

En este grupo, y entre los reyes de la Dinastía de Isin, encontramos el caso de Erra-imitti. Las ruinas de Isin se encuentran a unos 40 km de Diwaniya, en Irak. En tiempos de Sumeria estaban a unos 30 km de la famosa ciudad de Nippur. Esta última era un trofeo muy codiciado, pues el recinto sagrado de Enlil, en dicha localidad, era el que refrendaba el derecho a reinar. La ciudad de Isin logró independizarse al final de la III Dinastía de Ur, y creó su propia dinastía hacia el 2000 a.C. No les fue nada mal, pero se pasaron todo el tiempo en guerra casi permanente con la ciudad de Larsa por el dominio de la codiciada Nippur y otras localidades menores. Erra-imitti sucedió al rey Lilpit-Enlil, que había reinado solo 5 años, habiendo perdido Nippur. No era de su familia, y no hay noticias de que Lipit-Enlil muriera en batalla, por lo que se sospecha que Erra-imitti fue el que le dio el pase a la jubilación forzosa. Hay sospechas, por algún texto encontrado, de que Erra-imitti podría haber sido general, lo que explicaría fácilmente el cambio de titular en el trono, y más ante el fracaso como estratega de Lipit-Enlil.

El caso es que Erra-imitti reinó durante 8 años. Recuperó temporalmente Nippur y alguna otra ciudad, como Kisurra. No debía ser mal militar y, además, se conservan textos que hablan de sus donaciones a templos. Pero su Waterloo llegó con la fiesta de Año Nuevo el octavo año de su mandato. Y es que los primeros sacrificios realizados al comienzo de la celebración salieron con muy malos augurios. Los repitieron varias veces pero los animales se empeñaban en dar malas noticias. Debido a ello, Erra-imitti optó por usar un pequeño truco al que recurrían a veces los gobernantes sumerios. Buscó un sustituto en el trono para que las desgracias le cayeran a él, mientras abdicaba “temporalmente”. El seleccionado para cargar con el gafe fue un jardinero llamado Enlilbani. Fue ungido como monarca provisional con todo el ceremonial correspondiente y, todo hubiera transcurrido como se suponía, pero los dioses sumerios son vengativos y cabezotas. Como dice un proverbio de los dos ríos: “El necio cree que se puede esconder del ojo de un dios”.

Mientras Enlilbani participaba en una de las ceremonias, Erra-imitti se dispuso a saborear un apetitoso cuenco de sopa de avena y resultó estar tan caliente que le abrasó la boca, y de la impresión, falleció. La historia puede resultar curiosa, pero lo cuenta la propia Lista Real Sumeria, aunque no nos dieron la receta. Enlilbani siguió en el cargo durante 24 años. Y no parece que lo hiciera nada mal, pues le tiró de las orejas a la ciudad de Larsa, reconstruyó las murallas de Isin y construyó un nuevo palacio, así como varias obras públicas.

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Podría decir, a modo de moraleja, que nadie escapa a la voluntad de los dioses, pero a mí me gusta la sabiduría de nuestros mayores, así que prefiero deducir de esta historia que mi abuela tenía razón cuando me decía que soplara la sopa, y que con la cantidad de gobernantes incompetentes que ha habido desde que el mundo es mundo, para regir con sabiduría… basta un jardinero con buena estrella.

Colaboración de Joshua BedwyR autor de  En un mundo azul oscuro