Es curioso que, en sus primeros años de reinado, Nerón fuera reconocido por el Senado Romano como Pater Patriae, Padre de la Patria. Era un título no implícito en el cargo de emperador y que el Senado concedía por méritos. Fue desde luego una época de prosperidad para Roma. Nerón redujo los impuestos, aseguró las fronteras, fue un esforzado gestor de los negocios públicos e, incluso, obtuvo algunos brillantes éxitos en política exterior. Todo presagiaba que el joven emperador llevaría a Roma a una época dorada. Una fugaz ilusión, que continuó mientras duró la influencia de sus asesores, Séneca y Burro. Por pasar rápidamente sobre el asunto, de sobra conocido, diré que pronto comenzaron a sucederse los asesinatos de sus opositores y de todo aquel que intentaba moderar el carácter cada vez más despótico y megalómano del emperador. Los asesinatos de su madre, Agripina, y de su mentor Burro significaron el declive definitivo de la personalidad de Nerón. Y con él, la ruina de Roma.

Nerón

El gran incendio de Roma

Pronto sus extravagancias y sus derroches pusieron en peligro no ya la hacienda pública, que se acercaba a la bancarrota, sino incluso la propia Pax romana, con la situación en las fronteras y la política exterior abandonadas a su suerte. Fueron los años del alzamiento de la reina Boudica en Britania, de la revuelta judía y la destrucción de Jerusalén, de la rebelión de Vindex en la Galia… Así estaban las cosas en Roma cuando, una noche de julio del año 64, se desató un feroz incendio en Roma, en la zona del Circo Máximo, donde se situaban los comercios que vendían aceites. Durante días la ciudad ardió sin control y barrios enteros fueron devastados por el fuego.
Y, cuando por fin se pudo establecer un cortafuegos y detener las llamas, un segundo incendio se inició en una finca perteneciente a Tigelino, mano derecha y principal asesor de Nerón por aquel entonces.

Incendio Roma

El comienzo de la persecución a los cristianos

Seis días estuvo ardiendo la ciudad. De los catorce distritos de Roma, cuatro fueron arrasados por completo y otros siete quedaron seriamente dañados. La ciudad imperial tendría que ser reconstruida. El caso es que el comportamiento de Nerón inmediatamente tras el incendio fue intachable. Abrió las puertas de su palacio a los damnificados y les alimentó. Todo ello, sin embargo, no impidió que las sospechas de la autoría del incendio se dirigieran a él. Aún hoy no está claro si Nerón fue realmente el autor aunque, como podréis ver a continuación, le vino bastante bien. El emperador por su parte acusó a los cristianos, una secta judía que comenzaba a despuntar en Roma. Muchos fueron detenidos y ejecutados, y este episodio marcó el comienzo de su persecución. Fuera quien fuese el culpable, al menos una décima parte de la ciudad había quedado totalmente arrasada y Nerón ordenó que los escombros fuesen retirados rápidamente para evitar enfermedades. Era momento de pensar en la reconstrucción.

La Domus Aurea

Y vaya si se ocupó de ello. Sobre la tabula rasa dejada por el incendio Nerón planeó levantar un palacio digno de su megalomanía y de su amor por el arte. Y así comenzó la construcción de la más extravagante edificación de la historia de Roma: la Domus Aurea (la Casa de Oro). Cincuenta hectáreas de lujosos salones cubiertos de frescos, oro, marfil y piedras preciosas, techos con compuertas a través de las cuales los esclavos arrojaban flores y perfumes, un enorme salón cubierto por una cúpula dorada y que giraba continuamente movido por la fuerza del agua, jardines y patios porticados, más de trescientas habitaciones sólo en la zona privada y una gran laguna artificial, la Stagnum Neronis. Al entrar por primera vez en su nuevo palacio, Nerón exclamó:

¡Por fin podré vivir como un ser humano!

Domus Aurea

El Coloso de Nerón y el Anfiteatro Flavio

Y el Coloso. Una estatua de bronce representando a Nerón con los atributos de Helios, de más de treinta metros de altura, que el emperador ordenó situar en el vestíbulo porticado de la Domus Aurea. Años después el emperador Adriano reubicó la estatua para dejar sitio para la construcción del Templo de Venus y Roma, con lo que el Coloso de Nerón acabó situado frente al Anfiteatro Flavio, que precisamente había sido construido sobre la anterior ubicación de la laguna de la Domus Aurea. Con el tiempo, el anfiteatro comenzó a ser conocido popularmente como Colosseum, debido a la proximidad del coloso, y que es como se conoce actualmente en italiano (Colosseo), pasando al español como Coliseo.

EL COLOSO DE NERÓN

Con la muerte de Nerón el año 68, la Domus Aurea quedó inacabada. La Stagnum fue, como hemos visto, cegada para construir sobre ella el Anfiteatro Flavio y el edificio fue dañado por un incendio en el año 104. Por fin el emperador Trajano ordenó cubrir la gran construcción de escombros, poniendo fin a la extravagancia de Nerón. Curiosamente esta medida aseguró a la larga la conservación del fastuoso palacio al evitar el pillaje y la exposición a los elementos. Así, la Domus Aurea permaneció oculta bajo tierra mientras, en la superficie, el Imperio que la había creado caía y la Edad Oscura cubría Europa.

El grottesco

Y fue precisamente con la llegada del Renacimiento, en el siglo XV, cuando la casualidad devolvió la Casa de Oro de Nerón, olvidada hacía ya mucho tiempo, a la vida romana. Sucedió que un joven romano cayó accidentalmente a través de una grieta en la colina Esquilina y halló un acceso a las ruinas de la Domus Aurea. La sociedad de la Roma renacentista, ignorante de la historia de las ruinas, quedó maravillada con aquellas “grutas” y su fascinante decoración. Los frescos, las paredes doradas, las piedras preciosas y, en fin, toda la decoración grottesca (la traducción sería “grutesco”, relativo a las grutas) acabó despertando la inspiración de decenas de artistas, que asimilaron este estilo. Un estilo que acabó difundiéndose por Europa. Elementos vegetales combinándose con vasijas, cornucopias, figuras humanas y seres mitológicos llenando todo el espacio… El gusto de Nerón acabó de esta forma influyendo e inspirando a artistas como Rafael o Giovanni da Udine. Y dándonos una nueva palabra, ya que el estilo recargado, extravagante, incluso en ocasiones vulgar o grosero que salió de aquellas grutas se conoció en lo sucesivo como grotesco.

Colaboración de Enrique Ros de Apuntes de Historia