Por todos los lugares del mundo donde pisaron las caligae (sandalias de los legionarios romanos) hoy en día se pueden encontrar puentes, acueductos, anfiteatros… y otras muchas construcciones que han aguantado en pie más de 2.000 años. ¿No os habéis preguntado nunca cuál es el secreto de la solidez de estos testigos del tiempo? Pues simplemente porque el hormigón romano, no siendo tan fuerte como el moderno, resiste mucho mejor el paso del tiempo y, además, su proceso de fabricación es menos dañino para el medio ambiente.

Nunca llueve a gusto de todos...

Nunca llueve a gusto de todos…

Lo más lógico será analizar la composición del hormigón romano para ver si existe algún componente especial que le hace ser más resistente. Y como yo no soy un experto en la materia -realmente, en nada-, voy a tirar del estudio realizado por investigadores italianos y estadounidenses sobre varias estructuras de esta época situadas en Italia y que se publicó en la revista American Ceramic Society and American Mineralogist en 2013. La muestra que más interés despertó fue un fragmento de un rompeolas de hormigón datado en el 37 a.C. por el buen estado en el que se encontraba tras haber estado sometido durante más de 2.000 años a la fuerza del oleaje. El análisis de este fragmento reveló que estaba hecho con cal, agua, arena, restos de ladrillos, pequeños fragmentos de roca y… -redoble de tambores- piedras y ceniza volcánicas. Si la construcción lo merecía y la distancia lo permitía, se utilizaba ceniza puzolánica, llamada así porque se extraía en la población de Pozzuoli, en las faldas del Vesubio. De las excelencias de esta ceniza, que él llama pulueris (polvo), ya nos habla Vitruvio en el siglo I a.C.

Hay también una clase de polvo que por su naturaleza produce unos resultados sorprendentes. Se da en los territorios de los municipios que hay cerca del monte Vesubio. Este producto mezclado con la cal y los guijarros, no solamente proporciona firmeza a todo tipo de construcciones, sino que cuando se construyen muelles en el mar pueden fraguar bajo el agua.

Por tanto, la mayor diferencia entre el hormigón romano y el actual, ya que el resto de componentes apenas han cambiado en siglos, es el llamado aglomerante: nosotros utilizamos el cemento Portland –que tiene que ver con la isla de Portland, situada en el Canal de la Mancha, y no con la ciudad de EEUU- y los romanos la mezcla de cal y cenizas volcánicas. Además, si se utilizasen estas cenizas en la producción del cemento Portland, disminuiría la cantidad empleada de cal y necesitaría de menor temperatura en su elaboración, por lo que se quemaría menos combustible y las emisiones de dióxido de carbono también serían menores.

Fuente: Los inventos de los antiguos