El desarrollo de las armas de fuego y las escasas alternativas para avanzar ante su mayor alcance, propiciaron que la Primera Guerra Mundial se convirtiese en una guerra de trincheras. La vida en las trincheras suponía una constante prueba de resistencia humana durante las veinticuatro horas del día. La vida en las trincheras era agotadora en muchos aspectos, no sólo en lo físico, sino también en lo moral. Era aburrida y se tenía miedo a la muerte. No solo estaban expuestos a los bombardeos y disparos del enemigo sino también a la inhalación de gases tóxicos y corrosivos. Cada día morían compañeros; los soldados estaban cara a cara con la muerte y muchas veces los cadáveres se descomponían frente a las trincheras. El sueño y el cansancio también desmoralizaban a las tropas. Los soldados se sentían deprimidos, agotados, apenas con ánimos para vivir y seguir luchando, cayendo muchos de ellos en desórdenes mentales, especialmente durante los últimos años de la guerra.

Neurosis de guerra

Se ha estimado que hasta un tercio de las bajas aliadas en la Gran Guerra se produjeron en las trincheras. Y es que, aparte de las producidas en combate, las enfermedades también fueron una pesada carga: vivir mal alimentados, casi siempre mojados y embarrados, enterrados en lugares reducidos y en una tierra tan fría y húmeda como el Norte de Francia y el Sur de Bélgica causó muchos millares de bajas debido a la gripe, pulmonía, tuberculosis, disentería y a todo tipo de enfermedades contagiosas propagadas por piojos, pulgas y ladillas. A veces, la simple lluvia podía dar lugar a todo un mar de lodo. Las trincheras se llenaban de barro. Si los soldados pasaban demasiado tiempo en una zanja llena de agua y la situación se complicaba con el frío de los inviernos extremadamente duros (hasta 20 bajo cero) el resultado eran los llamados pies de trinchera, el primer paso para la posterior gangrena. Hacia finales de 1915, y para tratar de combatir el pie de trinchera, los soldados británicos estaban equipados con tres pares de calcetines y tenían órdenes de cambiárselos al menos dos veces al día.

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También había millones de ratas, algunas incluso del tamaño de un gato. Tenían que quitárselas de la cara y de las manos mientras dormían. Los soldados trataban de eliminarlas a disparos y con sus bayonetas, incluso hubo quienes, con la ayuda de perros, se especializaron en desratizar las trincheras. Sin embargo era inútil. Las ratas, bien alimentadas de tanto cadáver, proliferaron a su gusto (una sola pareja de ratas puede producir hasta 900 descendientes en un año). Un soldado escribió en su diario:

2 de junio 1916: Las trincheras en esta parte de la línea están infestadas de ratas. Frecuentemente caminan sobre uno cuando duermes. Estaba muy preocupado porque venían y lamían la brillantina de mi cabello. Por eso tuve que dejar de usar grasa en mi cabeza.

Aún así, hasta en las peligrosas trincheras se podía encontrar un momento y algún rincón para ausentarse de aquella barbarie y poder escribir una carta a la familia a la luz de una luciérnaga en un bote de cristal [ver nota final], compartir un cigarro con otro soldado al que puede que fuese la última vez que vieses con vida, acordarse de las comidas de casa mientras tratabas de tragar las duras galletas que previamente habían roído las ratas… o leer The Wipers Times, el periódico más popular en las trincheras.

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A comienzos de 1916, unidades del 12th Battalion Sherwood Foresters del ejército británico encontraron una imprenta abandonada entre las ruinas de un edificio con un cartel que decía «no está en buen estado, pero funciona«. Uno de los soldados, que en tiempos de paz había trabajado en una imprenta, decidió probar la veracidad del aviso y, efectivamente, funcionaba… con aquella hoja de prueba había nacido The Wipers Times. El nombre de Wipers era la britanización de Ypres, la ciudad belga en la que el batallón estaba destinado. En aquella primera tirada de unas pocas copias, había un poco de emociones y un mucho de ironía. Aquellas pocas copias fueron pasando de mano en mano convirtiéndose en lo más leído en las trincheras. Poco a poco, más soldados se ofrecieron como colaboradores, unas veces con seudónimos y otras con nombres que satirizaban a periodistas británicos, añadiendo grabados, poesía y, sobre todo, corrosivo humor inglés al más puro estilo Monty Python. Desde fuera, y con decenas de años de distancia, es difícil entender aquel panfleto, pero para ellos era una vía de escape para huir de la barbarie y la muerte.

Se vende una parcela con excelentes vistas a la histórica ciudad de Ypres (destruida por el bombardeo alemán).
5 a 1 niebla; 11 a 2 frío; 8 a 1 gas venenoso… (pronóstico del tiempo).
¿Es usted víctima del optimismo? Con dos días de estancia en nuestro establecimiento erradicaremos cualquier rastro de optimismo…

The Wipers Times se publicó a intervalos irregulares (23 ediciones) desde 1916 hasta 1918. El título cambiaba cada vez que el batallón se trasladaba a otro lugar del frente.

[Nota] En el año 2004 la princesa Ana del Reino Unido, la única hija de la reina Isabel II, inauguró un monumento en el parque Lane de Londres como homenaje a todos los animales que sirvieron y murieron por Gran Bretaña durante los conflictos bélicos.

Animals-in-War

El monumento en cuestión es una escultura de bronce hecha por David Backhouse en el que se inmortaliza a dos mulas transportando material de guerra, un perro, un caballo y, rodeándolos, un muro de piedra con los perfiles grabados de varios animales más. Además, una inscripción que reza:

Este monumento está dedicado a todos los animales que sirvieron y murieron junto a las fuerzas británicas y sus aliados en las guerras y campañas. Ellos no tuvieron elección.

Entre los animales grabados en el muro están las luciérnagas. Durante la Primera Guerra Mundial eran capturadas para meterlas en botes de cristal y servir de lámparas para leer en la oscuridad de la noche los mapas, órdenes… o The Wipers Times

Fuentes: ¡Fuego a discreción!