En 1212, tan sólo ocho años después de que los caballeros de la Cuarta Cruzada saquearan Constantinopla, un grupo de treinta mil niños atravesó media Europa camino de Jerusalén. Su misión, encomendada por Jesucristo a través de una aparición, era reconquistar la Ciudad Santa, bajo control musulmán. El episodio, que pasó a la historia como la Cruzada de los Niños, fue recogido por medio centenar de cronistas de la época, entre los que se encuentran fuentes tan fiables y reputadas como el teólogo Roger Bacon, el dominico Vincent de Beauvais, autor de la obra Speculum Majus, o el también teólogo Tomás de Cantimpré. Sin embargo dicho episodio jamás tuvo lugar… o por lo menos no de la forma en que fue contado.

El contexto histórico

En ocasiones, una interpretación errónea de las fuentes puede dar lugar a aceptar como ciertos hechos que jamás ocurrieron, o que sucedieron de una forma muy diferente de lo que creemos. Y el caso de la Cruzada de los Niños es un buen ejemplo de ello. Los hechos (fuera como fuese que sucedieron) tuvieron lugar a principios del siglo XIII en Europa. El espíritu de las cruzadas (bien alimentado por la Iglesia) lo inundaba todo. O, al menos, todo lo que las guerras territoriales no conseguían destruir. En ese sentido, el año de 1212 no estaba resultando aburrido.
En la península ibérica los reinos cristianos se encontraban bastante ocupados con los almohades de Al-Andalus. De hecho mientras en Francia y Alemania tenía lugar el episodio que hoy nos ocupa, los reyes de Castilla, Navarra y Aragón se enfrentaban al califa an-Nasir, Miramamolín por mal nombre, en las Navas de Tolosa.

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El rey de Francia, Felipe II, más conocido como Felipe Augusto, se había volcado en la guerra contra Juan sin Tierra (Juan I de Inglaterra) y en conquistar y mantener los territorios que los Plantagenet poseían en Francia, y el Sacro Imperio Romano Germánico se hallaba inmerso en las luchas sucesorias por el título de Rey de Romanos entre Otón IV y Federico Hohenstaufen, futuro Federico II. Luchas a las que, por cierto, Felipe Augusto tampoco era ajeno.No, Europa no estaba para muchas alegrías.

Inocencio III

Y no se puede decir que el papa Inocencio III mediara para conseguir la paz en el continente. Pocos años antes había proclamado la Cuarta Cruzada, que muy a su pesar había derivado en la conquista y saqueo de Constantinopla (ciudad cristiana aún, capital del Imperio bizantino), con la intención de recuperar Jerusalén, que había quedado bajo control musulmán tras el acuerdo firmado entre Ricardo Corazón de León y Saladino al final de la Tercera Cruzada. Además había ordenado quemar vivos a miles de europeos herejes en la cruzada albigense, provocando el terror entre la población cátara del sur de Francia, asunto que terminó en 1213 con la toma de Béziers y con el legado papal pronunciando la famosa frase…

Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos.

Por si estas credenciales no eran suficientes, Inocencio III provocó las guerras sucesorias en el Sacro Imperio Romano Germánico con sus pretensiones de crear en Europa un gobierno teocrático a la cabeza del cual estaría, por supuesto, él mismo.

La Cruzada de los Niños: lo que nos cuenta la tradición

Así estaba Europa cuando comienza esta historia, en 1212, en la pequeña aldea francesa de Cloyes-sur-le-Loir. Cloyes es una bonita población a orillas del río Loira que a día de hoy cuenta con menos de tres mil habitantes. Así que imagina cómo era aquello a principios del siglo XIII.

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El protagonista es un pequeño pastor de doce años, Étienne (el equivalente francés de Esteban). En el mes de junio el pequeño Esteban tiene una visión: Jesucristo le insta a escribir una carta al rey de Francia pidiéndole que dirija una nueva cruzada para la liberación de Tierra Santa. Felipe Augusto, que ya había participado personalmente en la Tercera Cruzada dos décadas antes junto a Ricardo Corazón de León sin conseguir nada, y enzarzado como estaba en su guerra con los Plantagenet, ignoró por completo la carta del pequeño Esteban. De hecho lo sorprendente es que el pastor consiguiera hacérsela llegar. La cuestión es que tras la negativa del rey a Esteban se le vuelve a aparecer Jesús, pero esta vez con un mensaje distinto: será él el encargado de liderar una cruzada formada por niños para liberar la Ciudad Santa. El poder divino abrirá las aguas del Mediterráneo para que puedan cruzarlo, como ya ocurrió con Moisés, y Jerusalén caerá bajo el poder de la pureza de sus almas y de su bondad.

La rama alemana

Pocas semanas antes de que a Esteban le fuera dado su mensaje otro pequeño pastor, Nicolás, esta vez de la región de Renania en Alemania, recibe un encargo similar y comienza a predicarlo por toda la región, para finalmente converger en la ciudad de Colonia junto con miles niños que escucharon su mensaje. Y emprendieron camino a través de los Alpes, rumbo a Italia. Un camino difícil, como podréis imaginar, aún en verano. Muchos murieron y otros muchos dieron la vuelta de regreso a sus casas. Que la vida de un pastor o un campesino era muy difícil a principios del siglo XIII, pero de morir siempre estamos a tiempo, debieron pensar. El caso es que unos siete mil llegaron a Génova a finales de agosto. Se dirigieron a la costa y esperaron que las aguas se abrieran para cruzar hacia su destino.

El fin de la Cruzada de los Niños

Mientras tanto, Esteban había conseguido reunir unos treinta mil niños y pusieron rumbo al sur, a la costa mediterránea. En su camino iban viviendo de la caridad de los pueblos que atravesaban, pero eran demasiadas bocas que alimentar: muchos murieron de hambre y, al igual que los niños alemanes, otros muchos regresaron a casa.

La Cruzada Infantil, lámina de Gustave Doré

La Cruzada Infantil, lámina de Gustave Doré

Menos de dos mil llegaron finalmente a la costa, donde comenzaron a rezar de sol a sol en espera de que se abrieran las aguas. Pero el milagro no llegaba. Tras varios días rezando, unos comerciantes les ofrecieron sus barcos para trasladarse a Jerusalén. Esteban y sus seguidores, agradecidos, creyeron ver en el gesto el milagro prometido y embarcaron confiados. Sin embargo los barcos pusieron rumbo a Alejandría, donde los niños fueron vendidos como esclavos. Años después uno de estos niños, ya adulto, conseguiría volver a Francia y contar su historia.

A Nicolás y los suyos tampoco les fue demasiado bien. Las autoridades genovesas se apiadaron de ellos y ofrecieron la ciudadanía a aquellos que quisieran establecerse allí. Y muchos lo hicieron, pero Nicolás y sus seguidores más fieles no quisieron darse por vencidos y continuaron camino hasta los Estados Pontificios, donde les recibió Inocencio III, exhortándoles a regresar junto a sus familias. No sobrevivieron a un segundo viaje a través de los Alpes.

La realidad

Es extraño cómo una sola palabra puede cambiarlo todo. Pueri, en este caso. A principios del siglo XIII Europa se llenó de vagabundos. No sólo a causa de las guerras, que eran constantes y generalizadas como hemos visto al principio, sino también (y sobre todo) debido a los cambios económicos. La población rural había aumentado mucho y, sin embargo, las mejoras en la agricultura desde finales del siglo XII (el arado de vertedera, la rotación de los cultivos y el uso de molinos de agua y viento, estos últimos traídos a Europa por los cruzados) hacía innecesaria tanta mano de obra.

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Esto dio lugar a que muchos campesinos, familias enteras empobrecidas, sobre todo en Francia y Alemania, tuvieran que vender sus tierras y pusieran rumbo a las ciudades, vagando en grupos y viviendo de la caridad. Pronto se empezó a conocer a estos grupos de vagabundos como pueri (del latín, niños) de forma condescendiente. Así, estos pueri (entre los que había niños, pero también adultos), vagaban de ciudad en ciudad, rezando plegarias. Años después, incluso en el mismo siglo, los cronistas que leyeron estos relatos no supieron dar la interpretación correcta al término, cuyo sentido figurado ya se había perdido. Comenzó así una leyenda que incluso se ha introducido en el folclore: seguro que leyendo esta historia te ha venido a la mente cierto cuento protagonizado por un flautista. Y todo por una palabra tomada en sentido literal.

Colaboración de Enrique Ros de Apuntes de Historia