Pocas raíces son tan productivas en su evolución como la base léxica latina para “casa”, la domus. No la conservamos únicamente en los adjetivos referidos a ella, como doméstico y sus compuestos, sino que a partir de ella tenemos múltiples variables.

De domus viene dominus, literalmente el que pertenece a la casa. En nuestra lengua no conservamos este término tal cual, pero el título de don viene de ahí. Se aprecia mejor en el femenino, pues la domina ha pasado a doña al perder la vocal -i- (domna de donde ya se ve fácilmente). Y una vez que tenemos domna, con la diptongación de la -o- nace dueña. Se piensa que el caso del masculino es anterior, pero la evolución etimológica es más evidente en los femeninos.

Ya tenemos un par, don y dueño y sus femeninos. Pero también del dominus nace el verbo dominare “el que manda en la domus”, y su participio de presente correspondiente que genera nuestro adjetivo: dominante. Y el sustantivo que expresa el agente: dominador. Y paralelo a dominar tenemos domesticar y el doblete domar con su agente respectivo bajo la forma: domador.

Y el asistente de la casa será el mayordomo, en su origen el siervo que tenía las tareas más importantes, el mayor de la casa. No conviene olvidar el dominio, que donde mejor se aprecia es en la palabra inglesa para reino en la forma kingdom, formada sobre rey king y casa dom, por tanto el kingdom sería el dominio o casa del rey. También hablamos de dominio en internet para referirnos al espacio que tenemos en la red.

rincón acogedor

Y la semana sería aburrida sin ese descanso dominical, ese día séptimo de descanso, el domingo; el día del señor, del dominus que también sirve para formar el adjetivo dominicalis. Así vemos que domingo, viene de dominicus, formado sobre dominus que es el que habita en una domus. Extraña es la relación entre el domingo y lo doméstico, pero así es la etimología, sorprendente.

Colaboración de Rubén Ríos Longares