La España actual debe muchas de sus instituciones a los Reyes Católicos. Siglos antes de que se fundara la Policía Nacional, dichos monarcas comprendieron la necesidad de crear un cuerpo armado que velara por la seguridad de los ciudadanos. Así, en 1476 el reino de Castilla se convirtió en el primero de Europa en tener una organización pública para perseguir a los criminales, aunque en sus inicios también iba detrás de los herejes. Los promotores de la idea fueron el contador mayor de cuentas, el asturiano Alonso de Quintanilla, el primer sacristán, el burgalés Juan de Ortega, y el provisor de Villafranca de Montes de Oca. En marzo de 1476, en la ciudad palentina de Dueñas se organizó la primera reunión general con representantes de las ciudades más importantes de la actual Castilla y León: Burgos, Palencia, Medina, Segovia, Olmedo, Salamanca y Zamora entre otras, componían el Consejo de la Hermandad.

Santa Hermandad

Este cuerpo, la Santa Hermandad que así se hizo llamar, estuvo vigente hasta 1834, cuando se extinguió tras la creación de la Policía diez años antes, en tanto que la Guardia Civil nació en 1844. Su formación ya había tomado forma bajo el reinado de Enrique IV, pero su muerte dejó el proceso inconcluso, hasta que Isabel I, en las cortes de Madrigal, instituyó la Santa Hermandad. Su creación fue una medida hábil, porque limitó la jurisdicción de los alcaldes, actuó no solo contra los malhechores, sino también contra los nobles indisciplinados.

En total se configuró de un cuerpo formado por unos 2.000 hombres armados que podían actuar en todo el territorio de la Corona. El primer capitán fue el duque de Villahermosa, Alfonso de Aragón, hermanastro del rey Fernando el Católico. Consiguió su propósito: lograr la paz en los reinos, la seguridad en los caminos y la tranquilidad en las calles. Fue tan eficaz que hasta participó en la toma de Granada.

Aunque en un principio esta policía rural fue muy eficiente, pronto se convirtió en una carga para los concejos, que eran los encargados de pagarla. Lo hacían mediante el establecimiento del impuesto de la sisa -era muy impopular porque gravaba bienes de primera necesidad y consistía en descontar en el momento de la compra una cantidad en el peso de ciertos productos, la diferencia entre el precio pagado y el de lo recibido era la “sisa”-. Otra de las razones que acrecentó su paulatina innecesariedad fue que los mangas verdes (como se les conocía por su indumentaria) no llegaban nunca a tiempo, por lo que la mayoría de los delitos quedaban impunes, dando lugar al conocido refrán

¡A buenas horas, mangas verdes!

Colaboración de Javier Ramos de Lugares con Historia