Puede que hubiera piratas de mayor éxito que él, como Bartholomew Roberts, y otros que fueran más excéntricos, como Jack Rackham; sin embargo solo hubo un pirata que logró crear un personaje que ha conseguido llegar hasta nuestros días, y hacerlo de tal forma que, todavía hoy, cuando alguien piensa en un pirata el primero que viene a nuestra mente es él. Estamos hablando del temible Barbanegra.

Barbanegra

Antes de que fuera conocido con el sobre nombre de Blackbeard, Edward Teach —o Thatch, o Thach, dependiendo de la fuente—, fue un marino como cualquier otro de la Armada Real Británica, nacido en Bristol en 1680. Empezó sus andanzas durante la Guerra de Sucesión Española (1702-1715). Sin embargo, cuando el conflicto terminó con la paz, Teach se negó a abandonar la vida que había conocido durante la guerra, y gracias a la balandra que le había cedido el capitán pirata Benjamin Hornigold, se lanzó a la mar y la vida de fechorías a finales 1716. Tras capturar buques de diversas nacionalidades, llegó el momento que lo cambiaría por completo. Tras recalar en la costa de Virginia para carenar y seguir hacia Martinica, el capitán Teach abordó un gran buque francés, con pistolas y espadas en ristre, que capturaría y convertiría en su nave insignia, rebautizada como Queen Anne’s Revenge.

Será por aquel entonces, poco antes o poco después de hacerse con su mayor presa, Teach empezó a crear el temible personaje que todos recordarían. Entre 1716 y 1718 aterrorizaría todo el Caribe, pero no lo haría tanto por sus presas, sino por su aterrador aspecto. Por naturaleza, Teach era un hombre alto y fornido, así que cuando se dejó crecer una frondosa y larga barba que le nacía justo debajo de los ojos, que se trenzaba; y, durante el combate, empezó lucir tres pares de pistolas, además de espadas y cuchillos, era completamente normal que sus enemigos se amedrentaran con tan solo verlo. Además, para aumentar la teatralidad de su aparición, bajo el sombre se ponía largas mechas de cañón encendidas, haciendo que su rostro se ocultara tras una capa de humo, como si fuera el mismo diablo salido del infierno.

Pero su aterrador personaje no se limitaba tan solo a su aspecto, sino también a su peculiar forma de actuar. En una ocasión se encerró en la bodega con algunos miembros de su tripulación y prendieron una gran cantidad de azufre, para, según sus propias palabras, ver si podían crear su propio infierno y saber cuanto tiempo eran capaces de soportarlo. Como no podía ser de otro modo, el último en salir fue él, después que los demás hombres tuvieran que salir por miedo a asfixiarse. En otra ocasión, apagó la luz de su camarote y disparó a ciegas a cuantos le acompañaban, hiriendo en la rodilla de gravedad a uno de ellos, y, para justificarse, solo dijo que debía hacerlo de vez en cuando para saber quién era el que mandaba.

Queen Anne’s Revenge

Queen Anne’s Revenge

Capitaneando su enorme navío de cuarenta cañones, haciendo gala de una violenta personalidad y de un aspecto que hacía temblar a todos aquellos que lo hubieran visto en alguna ocasión, Barbanegra no dudó en sacar el mayor provecho de sus corta pero meteórica carrera pirata. Tras menos de dos años, comandaba una flotilla de cuatro naves, entre la que se encontraba la de Stede Bonnet, un rico y antiguo oficial de la Armada que, tras la guerra, había decidido perseguir el sueño romántico de la libertad de la piratería, pero que era un absoluto negado en cuanto a navegación.

Finalmente, como no podía ser de otro modo, las colonias de Carolina del Norte y Virginia pusieron precio a su cabeza. En concreto, la tasaron por un valor de cien libras, cuando lo habitual era no superar las cuarenta. Para acabar con el pirata de una vez por todas, el gobernador de Virginia envío al joven y bravo teniente de la marina Robert Maynard tras la pista de Barbanegra. Tras varios días, el oficial de marina consiguió encontrar la nave de Barbanegra varada cerca del río James, en la costa sureste de Virginia, pero el capitán pirata, gracias a sus contactos, estaba preparado. Tras una larga lucha, en la que Barbanegra demostró que era algo más que una temible fachada, Maynard consiguió acabar con la vida del pirata, para lo que tuvo que requerir más de una veintena de heridas para derribarlo. Era el 22 de noviembre de 1718.

Su aterradora leyenda fue más allá de su muerte, ya que después de que Maynard le cortará la cabeza y la hiciera colgar del bauprés del Pearl, se dice que su cuerpo dio varias vueltas alrededor de la nave antes de hundirse para siempre. El abrupto final de un pirata de éxito como Barbanegra, fue consecuencia directa de la fama que él mismo había querido fomentar sobre su persona; que si bien le valió para hacerse con capturas y presas que no hubiera conseguido sin el miedo que provocaba, seguramente hubiera llamado menos la atención si solo se hubiese dedicado a «piratear honradamente».

Colaboración de Francesc Marí Company