Madrid, primer tercio del siglo XVII. Día tras día, el lento tráfico de carrozas y coches de paseo entre el Alcázar y el paseo del Prado era una constante en la hora punta vespertina de la villa. Tanto el Consejo de Castilla como el Concejo de Madrid llevaban tiempo intentando poner orden en este caos, pero la moda de los paseos en coche superaba sus intentos. Si el siglo XVII fue el Siglo de Oro de las letras españolas, también lo fue en la movilidad y en los atascos, a pesar de la incomodidad de un transporte sin ningún tipo de amortiguación en vías que dejaban mucho que desear.

"La fiesta en el Jardín Botánico” - Luis Paret y Alcázar

«La fiesta en el Jardín Botánico” – Luis Paret y Alcázar

Los primeros siniestros

El número de coches iba en aumento -unos 1.200 a finales de siglo en Madrid- y surgían nuevos modelos de «gama alta«: las primeras calesas, las berlinas y las estufas (acristaladas). Las calles madrileñas se revolucionaron cuando en 1625 el Marqués de Toral salió a pasear con el primer coche con cristales -era el primero en todo el reino-. Las gentes marchaban junto al coche esperando el momento en que se rompieran los cristales debido a la mala calidad de las calzadas y a la nula suspensión del coche. El excesivo crecimiento y el hecho de circular sin ningún orden, provocaron los primeros incidentes. El más relevante sucedió en el centro de Madrid en 1655: el coche del gobernador de Madrid, con exceso de velocidad, chocó contra el carruaje del conde de Lodosa y lo hizo volcar. El conde de Lodosa, acordándose de la madre del gobernador, sacó su espada y allí mismo abrió en canal los caballos del vehículo del gobernador.

El número de incidentes creía proporcionalmente al número de coches que circulaban por la villa, así que hubo que regular el tráfico mediante leyes y multas. Por ejemplo…

  • Se limitó el uso del látigo con los animales, ya que se escapaban algunos latigazos y los peatones recibían el mismo castigo que las bestias.
  • La multa por exceso de velocidad era de 10 días de cadenas (la pena máxima).
  • En las intersecciones, había que ceder el paso al coche de la clase social más alta.
  • No se permitía el «transporte» de prostitutas en los coches, excepto para la clase alta…

Aunque los coches eran caros y muchos no se podían costear uno propio, se podían alquilar para dar un paseo por las calles de Madrid dando lugar al coqueteo que narraban Lope de Vega, Quevedo o Vélez de Guevara, cuando los hombres paseaban a pie o a caballo y las damas se insinuaban desde el interior de los coches. De esta forma, el paseo en coche se convirtió en un espectáculo tan atrayente como el teatro o los toros.

Fuente: Madrid, Villa y Coche (1993) – Javier Leralt
Autor: Edmundo Pérez.