La Capilla Sixtina fue construida entre 1471 y 1483 por orden del Papa Sixto IV, al que debe su nombre. Fue el resultado de rehabilitar y ampliar la Capilla Magna, antigua aula medieval fortificada donde tenían lugar las reuniones de la corte papal y, desde aquel momento, se convertiría en la sede de la elección de cada Papa en el cónclave del Colegio cardenalicio. Y como Sixto IV era de los que pensaba que la historia le juzgaría por sus obras -de arte, que no por su forma de obrar-, encargó los frescos de la capilla a los pintores florentinos más famosos: Sandro Botticelli, Domenico Ghirlandaio, Cosimo Rosselli, Pietro Perugino… En 1483 se inauguró la capilla con una ceremonia en la que fue consagrada y dedicada a la Virgen María.

Capilla Sixtina

La tradición católica sitúa la Basílica de San Pedro sobre la tumba del primer obispo de Roma, San Pedro. La construcción del actual edificio, sobre una basílica del siglo IV en la época del emperador Constantino el Grande, comenzó en 1506 por orden del Papa Julio II, sobrino de Sixto IV, y finalizó en 1626. En el haber de Julio II también hay que añadir el hecho de que ordenase al gran Miguel Ángel la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina. Aunque en un principio se mostró reticente, aceptó el encargo cuando consiguió del Papa libertad creativa: un conjunto de pinturas al fresco en las que se representa la historia del mundo y del cosmos antes de Jesucristo.

Basílica San Pedro

Harto difícil cuantificar el enorme coste de estas dos emblemáticas construcciones pero, cual político español con sus proyectos aeroportuarios, nada iba a detener los aires de grandeza de tío y sobrino… y menos la financiación.

Sixto IV

Sixto IV fue un adelantado a su tiempo, ya que legalizó la prostitución en Roma -si entendemos por legalizar gravar la actividad con un impuesto-. Todas las prostitutas debían pagar un tributo para ejercer su profesión y, visto que aquello reportaba pingües beneficios, decidió ampliar aquel impuesto a todos los miembros del clero que mantuviesen barraganas y a los miembros de la nobleza que quisiesen tener libre acceso a la cama de alguna joven doncella. Pero todavía quedaba su obra maestra: la venta de indulgencias. Según la RAE, las indulgencias son la remisión ante Dios de la pena temporal correspondiente a los pecados ya perdonados, que se obtiene por mediación de la Iglesia; en palabras de Sixto IV…

Los que murieron en la luz de la caridad de Cristo pueden ser ayudados por las oraciones de los vivos. Y no sólo eso. Si se dieren limosnas para las necesidades de la Iglesia, las almas ganarán la indulgencia de Dios.

Se convirtió en un auténtico mercado en el que el Papa obtenía financiación y los compradores el perdón de sus pecados. Pero Sixto fue un poco más allá, también podía sacar tajada con los muertos. Hasta la fecha, los beneficiarios de las indulgencias eran los vivos, pero ahora los vivos podían comprar un pasaje en un crucero de lujo para que sus difuntos saliesen del aterrador purgatorio, donde se redimían las penas, y alcanzar el paraíso celestial. Otra ventaja de este mercado, a diferencia de anteriores Papas que vendieron reliquias más falsas que Judas u obtenidas de expoliar tumbas de santos, era que al no entregar nada a cambio era un producto inagotable. Una legión de clérigos recorrieron ciudades y pueblos vendiendo humo que los temerosos de Dios compraban en beneficio de sus difuntos.

Julio II

A Julio II, el Papa Guerrero, más que un líder de la Iglesia se le podía considerar un monarca. Gustaba vestir la armadura y beber con sus soldados; luchó contra los Borgia y sus aliados, contra Venecia y contra los franceses. Estas guerras implicaban un preciado botín que en buena parte fueron destinados a financiar las obras arquitectónicas y contratar a los mejores artistas de la época. Además, y siguiendo los pasos de su tío, también obtuvo importantes ingresos de la prostitución pero añadiendo otra fuente: creó su propio burdel. E incluso parece que Julio II era el que hacía los castings para contratar a los/las profesionales. En 1508, el día de Viernes Santo, no se permitió besar los pies del Papa por las ulceraciones que los cubrían, propias del morbo gálico o mal francés. Murió de sífilis, quizás contraída en los castings.

Fuentes: De lo humano y lo divino, Los Papas y el Sexo – Eric Frattini