Imaginemos miles de personas en una gran ciudad haciendo el amor por las calles. ¿Estamos en el sueño de un guionista porno? Pues no. Estaremos en una ciudad sumeria durante la fiesta del Año Nuevo. Los sumerios solamente consideraban dos estaciones: el verano y el invierno. El Año Nuevo se celebraba a principios del verano coincidiendo con lo que para nosotros sería finales del mes de abril.

La fiesta del Año Nuevo era en honor de la diosa Inanna (más tarde Ishtar), diosa del amor, del sexo y la guerra. Inanna no fue jamás una diosa madre como algunos creen, de hecho, ni siquiera tuvo hijos. Era la joven rebelde del panteón sumerio. Inteligente y dispuesta a aprender de los errores; pero también con una gran ambición personal, compasión hacia los humanos y paralelamente un carácter muy vengativo. En una ocasión, tras haber sido violada por un jardinero, lanzó contra la humanidad una serie de plagas (agua que se convierte en sangre, lluvia de ranas y langostas, úlceras en la piel… ¿De qué me suena esto? ¿Dónde lo he leído antes? Tengo una extraña sensación de déjà vu…). La fiesta conmemoraba la bajada de la diosa al infierno, donde atravesaba las siete puertas del mismo, dejando una prenda en cada una y entregando su propio cuerpo en la última, tras lo que moría. Sin embargo, al tercer día resucitaba y retornaba triunfante al mundo más poderosa que nunca (vuelvo a tener una extraña sensación de déjà vu). En las primeras versiones del mito, Inanna encuentra a su marido, Dumuzi, en medio de una fiesta y enfadada lo envía de una patada al infierno. En las más modernas, el mito se había descafeinado y ella es una esposa sumisa y enamorada que baja al infierno para salvar al marido en vez de para convertirse en una superdiosa.

Inanna de mi paisano Luis Royo

Inanna, de mi paisano Luis Royo

Los sumerios tenían una total desinhibición hacia el sexo, considerándolo una parte fundamental de la vida, por lo que en esos días se practicaba, y mucho. Se piensa que también era una forma de conseguir “sincronizar” los nacimientos, pues se intentaría que gran parte de las mujeres quedasen embarazadas dando a luz en un momento del año en que, recogida la cosecha, los bebés podían ser mejor atendidos. Dependiendo de las ciudades, la fiesta duraba más o menos días -la media era de una semana-. A lo largo de esas jornadas se celebraban banquetes públicos costeados por los templos o el palacio del gobernante, y se organizaban recitales de música y procesiones solemnes durante las cuales se arrojaban regalos a la multitud. El acto central del Año Nuevo era la ceremonia de la hierogamia o matrimonio sagrado. Durante la misma el gobernante pasaba al interior del templo y, ante la estatua divina, se acostaba con la gran sacerdotisa, momento en que le eran transmitidos sus poderes de mando. En realidad, se piensa que la mayor parte de las veces el sexo era fingido, pues se sabe de casos en que dicha gran sacerdotisa era hija del gobernante y para los sumerios el incesto era un delito terrible. El hecho de que fuera real o fingido dependía de las épocas y las ciudades. Hubo casos en los que la gran sacerdotisa quedaba embarazada y al hijo/a se le otorgaba un carácter semidivino. Hay que tener en cuenta que, para los sumerios, no era vergonzoso ser madre soltera. De hecho, Sargón de Akhad, gran conquistador y fundador de la dinastía acadia, se jactaba en su biografía de ser hijo de una madre soltera, la cual lo había abandonado en una cesta en el río, siendo y adoptado por un miembro de la corte real de Kish que lo encontró (de nuevo me asalta el maldito déjà vu ¿De qué me sonará esa historia?).

Tras la hierogamia, todo el mundo hacía el amor, ya fuese con su media naranja o con las hieródulas del templo (prostitutas sagradas). Tampoco estaba mal visto hacer el amor esos días con el/la amante de turno. Los hombres podían tener concubinas y amantes, y las mujeres podían tener amantes siempre que el marido les diera su permiso. Y parece que sí era habitual que lo dieran, además tampoco importaba si la mujer quedaba embarazada, pues para los sumerios los hijos eran fundamentales y el marido no tenía inconveniente alguno en adoptar al retoño, teniendo éste todos los derechos de un hijo natural. En su mentalidad, el perdedor era el amante que se quedaba sin un hijo y el ganador era el marido que conseguía un descendiente más. Como eran gente muy desinhibida, no era nada extraño ver a parejas haciéndolo incluso por las calles. Se bebía cerveza, se cantaba y se hacía el amor… Y ni siquiera tenían que confesarse o sentirse culpables por ello. ¡No es de extrañar que fuera la fiesta más importante de la religión sumeria!

Colaboración de Joshua BedwyR autor de En un mundo azul oscuro
Imagen: Journeying to the Goddess