La expresión “son habas contadas” se utiliza para dar a entender que una cosa es cierta, meridianamente clara y de imposible discusión. A ello suma el gran refranero Correas la idea de que tal se dice: “…cuando se echa cuenta de cosas claras y ciertas, y granjeos y ganancias que se harán”. Todo ello remite a la ancestral costumbre de contar y votar con habas, tanto en los ámbitos públicos como privados e incluso religiosos, que no eran pocos los cabildos donde las decisiones se tomaban utilizando habas hablas blancas para el “sí” y negras para el “no”, de lo que después derivaría lo de “tocarle la negra” para referirse a la mala suerte.

Claro que mucho antes, las habas, además de ser alimento de uso común en toda la cuenca mediterránea, habían ganado fama por sus riesgos salutíferos y por el misterio que le había otorgado el filósofo y matemático Pitágoras de Samos (572 a. C. – 497 a. C.) al prohibir tajantemente su consumo a sus discípulos y al correrse por el ancho mundo el rumor de que había sido herido y muerto por negarse a cruzar un campo de habas. En esa linde que media difusamente entre la historia y la leyenda, parece probado que el primer matemático puro y creador del más afamado teorema tenia vetado a sus parroquianos embaularse unas habas en cualquier de sus preparaciones culinarias, y, como es lógico, la posteridad se ha preguntado con frecuencia el por qué.

Pythagoras

Una teoría apunta a que lo que pretendía el maestro era evitar que su grey padeciera de favismo, dolencia que deriva de una deficiencia enzimática que actualmente afecta a unos 400 millones de congéneres y cuya sintomatología es malestar general, orina oscura, ictericia, fiebre y vómitos. Otra hipótesis es que siendo niño y mientras correteaba por un campo de habas sufrió una caída, se golpeó con una piedra y de resultas le quedó la fea cicatriz que surcaba su rostro. Frustración, enojo, trauma psicológico y ahora me las van a pagar todas las habas. No parece muy sensato. Lo más plausible es que el gran Pitágoras, como tantos en sus tiempos y muchos siguientes, creyeran que el alma estaba hecha de viento y que el gas expulsado en las flatulencias subsiguientes a la pitanza de habas era el alma de la legumbre. En definitiva, el matemático debía creer que las habas tenían alma, como siglos después pensaría el teólogo Benito Arias Montano del jamón de la Sierra de Aracena. Subrayar que en ambos momentos se dudaba seriamente de que la tuvieran las mujeres, pero, eso, como diría Kipling, es ya otra historia y además no explica el por qué Pitágoras se autoinmoló ante un campo de habas, lo que sin duda hizo, de haberlo hecho, por negarse a pisar las ánimas leguminosas. Los dioses conserven su memoria. La real y la inventada.

Con este artículo inauguramos la sección «Dichos y Bocados» y la colaboración de Miguel Ángel Almodóvar, un gran divulgador y de esas personas que merece la pena conocer.