La historia de Rani Lakshmi Bai bien podría haber sido la de la princesa de un cuento de hadas con su príncipe azul, pero los avatares de la vida y la colonización británica de la India la convirtieron en una guerrera.

Manikarnika o Manu, que era su verdadero nombre, perdió a su madre a los cuatro años y su padre tuvo que encargarse de su educación. La cercanía con el poder, su padre trabajaba con el Peshwa (Primer Ministro), le permitió tener acceso a otras disciplinas como la equitación – cuentan que incluso manejaba el caballo con las riendas en la boca -, lucha, tiro con arco… además de las propias de una mujer. A los 12 años se casó con el maharajá Jhansi, Raja Rao Gangadhar Niwalkar, y cambió su nombre por Rani (reina) Lakshmi Bai. Todo era de color de rosa hasta que la alegría de tener un hijo se convirtió en pena cuando falleció a los 4 meses. Poco tiempo después el maharajá cayó enfermo y, ante la imposibilidad de tener más hijos, decidieron adoptar Rao Damodar, hijo de un primo del maharajá recientemente fallecido. Además de aliviar el dolor se aseguraban que la Compañía Británica de las Indias Orientales no pudiese anexionarse Jhansi aplicando la Doctrina de Caducidad. Según esta doctrina, si el gobernante de algún estado o territorio era “manifiestamente incompetente o moría sin un heredero directo” automáticamente dicho territorio pasaba a manos de la Compañía. A los 18 años quedó viuda y comenzó a ejercer de Rani.

Los británicos no aceptaron a Rao Damodar como el heredero legal y, aplicando la Doctrina de Caducidad, la Compañía se anexionó Jhansi. Pero Lakshmi Bai no se iba a quedar de brazos cruzados. Intentó la vía legal y contrató a un abogado británico e interpuso un recurso contra aquel atropello… su petición fue denegada. Como la vía legal no funcionó reclutó a un ejército de 14.000 voluntarios – por primer vez compuesto por hombres y mujeres – y se enfrentó a los británicos. Durante varias semanas aguantaron el ataque pero el poderío militar de los británicos doblegó a los rebeldes. Según cuenta la leyenda de esta heroína hindú, cuando se vio acorralada se ató a su hijo a la espalda y blandiendo una espada en cada mano pudo escapar, junto a un grupo de rebeldes, hasta la fortaleza de Kalpi.

Paralelamente a la lucha de Lakshmi Bai en la India había estallado la llamada Rebelión de los Cipayos. En 1857, la Compañía, con un poderoso ejército compuesto por 40.000 británicos y 200.000 cipayos (soldados locales hindúes y musulmanes), comenzó a utilizar el fusil Lee-Enfield en el que para introducir los cartuchos debían romperse por un extremo y lo que se hacía habitualmente era morderlos. Comenzó a correr el rumor de que los cartuchos estaban engrasados con grasa de cerdo y de vaca. Como para los musulmanes el cerdo es un animal impuro y para los hindúes la vaca es un animal sagrado, se negaron a utilizar los nuevos fusiles y los oficiales británicos los encerraron. Al día siguiente, los Regimientos de Caballería 10º y 20º de Bengala en Meerut, se sublevaron contra sus oficiales. Liberaron a los prisioneros y atacaron los enclaves europeos de la zona, matando a todo europeos.

En Kalpi, Lakshmi Bai se unió a Tatya Tope uno de los líderes rebeldes y se enfrentaron en Gwalior al general británico Sir Hugh Rose que la había perseguido desde Jhansi. En el transcurso de la batalla, Lakshmi Bai recibió un disparo en la espalda y murió. Las palabras de Sir Hugh Rose dejan clara la valentía de la reina:

De los amotinados el más valiente y el más grande fue la Rani.

En 1858, con 22 años, Lakshmi Bai se convirtió en un icono de la rebelión y en casi todas las representaciones (esculturas, pinturas, grabados…) aparece en un caballo y con su hijo a la espalda.

Fuentes e imágenes: I love India, Maps of India, I Am Woman