Tal como se establece en el manual de los regímenes totalitarios y dictatoriales, la censura informativa es una práctica determinante para mantener un pensamiento único y teledirigido entre los súbditos. Además, esta práctica suele ir acompañada con la represión y el consecuente exilio de los díscolos, produciendo un empobrecimiento cultural e intelectual. Agravado, en el caso de la posguerra española, con la escasez y la penuria económica. ¡Menudo panorama!

En nuestro caso, para rizar el rizo, teníamos una censura religiosa y civil. Los censores de la Iglesia Católica, encargada del control moral y doctrinal, hacían constar en las publicaciones la inscripción Nihil obstat (abreviatura de nihil obstat quominus imprimatur, no existe impedimento para que sea impresa). Respecto a la censura civil, se promulgó la Ley de prensa de 22 de abril de 1938, todavía en plena Guerra Civil, por la que la prensa pasaba a convertirse en mero transmisor de los valores oficiales e instrumento de adoctrinamiento político y a los periodistas en dignos trabajadores al servicio de España.

En cierta ocasión, según cuenta Juan Eslava Galán en De la alpargata al seiscientos, un joven de la localidad de Oliva de la Frontera (Badajoz), que estrenaba una moto de segunda o tercera mano, se presentó en casa de su novia para invitarle a dar un paseo. La chica, de intachable moral y de familia cercana al Régimen, pidió el correspondiente permiso paterno y, aunque a regañadientes, se lo concedió. Delante de la familia, y de los curiosos, subió a la moto a mujeriegas (con las dos piernas a un lado) y le dijo a su novio: cuando quieras. Dio unas vueltas por el pueblo y, con la excusa de probar la moto en carretera, salió del pueblo hasta un paraje escondido donde paró la moto… ¡Bájate, que hoy no te salva ni Franco! Ese mismo día la pareja de la Guardia Civil se presentó en casa del muchacho y se lo llevó al cuartelillo. El día del juicio no le ocurrió otra cosa que alegar que su novia, delante de muchos testigos, había dicho cuando quieras… Fue condenado tanto por abusos deshonestos como por ofender al jefe del Estado (¡Bájate, que hoy no te salva ni Franco!).

Un periodista, no sé si despistado o con toda la intención del mundo, publicó en un diario de Sevilla… «Condenado por abusos deshonestos y ofensas al jefe de Estado«. La censura estuvo rápida y obligó a modificar aquel titular que daba a entender que el jefe del Estado había sufrido abusos deshonestos.

Imagen: Ruedo Ibérico