Estamos hablando del científico sueco Emanuel Swedenborg (1688 – 1772) que, si hacemos caso de Wikipedia, fue hidrógrafo, fisiólogo, astrónomo (fabricando él mismo sus propias lentes, su telescopio y su microscopio), relojero, lingüista (hablaba quince lenguas), biógrafo, poeta, editor, psicólogo, filósofo, matemático, geólogo, metalúrgico, botánico, químico, físico, ingeniero en aeronáutica, dibujante, músico, ingeniero de minas, tesorero, cosmólogo, teólogo… ¿Alguien da más?

Emanuel Swedenborg

Además de las múltiples materias en las que desarrolló su trabajo, llegó a ser un referente, en vida y tras su muerte, en los trabajos de científicos, escritores y artistas como William Blake (calificado por The Guardian como «el mayor artista que Gran Bretaña ha producido«), Ralph Waldo Emerson, William B. Yeats… y Jorge Luis Borges.

Borges, en una conferencia en la Universidad de Belgrano en 1978, dijo:

Voltaire dijo que el hombre más extraordinario que registra la historia fue Carlos XII. Yo diría: quizá el hombre más extraordinario -si es que admitimos esos superlativos- fue el más misterioso de los súbditos de Carlos XII, Emanuel Swedenborg»

Entonces, ¿qué ocurrió para que muchos lo cataloguen de místico o espiritista? Tomar un té con Jesucristo.

A Swedenborg también le gustaba mucho viajar y llevaba un diario de viajes donde apuntaba cualquier detalle que le sirviese para sus trabajos. En los viajes por los Países Bajos y Londes, 1744 y 1745, anotó una extraña visión:

un desconocido, que silenciosamente le había seguido por las calles de Londres, y de cuyo aspecto nada sabemos, apareció de pronto en su cuarto, se sentaron a la mesa y tomando el té le dijo que era el Señor. Le encomendó la tarea de reconducir la labor de la Iglesia, la interpretación de las escrituras y, facultado con la posibilidad de visitar el Cielo y el Infierno, revelar a la humanidad los secretos de la vida después de la muerte. El resto de su vida lo dedicó a la misión encomendada.

En 1849 se constituyó la Fundación Swedenborg en Nueva York. Hoy en día, sus fines son la difusión de sus obras teológicas, libros contemporáneos y videos sobre el crecimiento espiritual, ofrecer conferencias y talleres, y mantener una biblioteca de literatura Swedenborg. En 1910, se reconoció el carácter extraordinario de su intelecto y el Rey Gustavo V de Suecia presidió el tributo nacional con que se decidió honrar su memoria.