Nuestro archienemigo de hoy es un secundario de la Historia del Oriente romano. Otros personajes más importantes o influyentes de su entorno le mermaron protagonismo. Tigranes II (Tigran Mets en armenio oriental, Dikram Metz) fue rey de Armenia desde el 95 al 55 a.C. No hay consenso en dictaminar si su padre fue Tigranes I o Artavasdes I.

Tigranes II

Tigranes fue el rey más destacado de la dinastía artáxida, fundada por el rey Artaxias en el 189 a.C. cuando, tras la batalla de Magnesia, Roma derrotó a Antíoco (archienemigo que ya vimos) y Armenia quedó libre del yugo seleúcida. Pasó su infancia como rehén de Mitrídates II de Partia. Cuando su padre murió, Tigranes le compró su libertad al rey parto por setenta valles en Media Atropatene (hoy el Azerbaiyán iraní) Tenía por entonces cuarenta años.

Su primera disposición como rey de Armenia fue eliminar el poder nobiliario en los llamados nakharar, valles entre montañas, así como a cuantos pretendientes pudiesen estorbar su carrera. Mientras el reino se hacía más sólido, su nación vecina estaba en condiciones de desafiar a la mismísima Roma. Para afianzar lazos con el reino del Ponto, Tigranes contrajo matrimonio con Cleopatra, hija de Mitrídates VI Eupator, uno de los más declarados enemigos de Roma en toda su Historia.

El pacto con Mitrídates dejaba rienda suelta a su suegro en los asuntos de Asia, contando con su apoyo para expansionar Armenia hacia Siria y Partia. Cuando se desencadenó la Primera Guerra Mitridática con la invasión de Bititnia, Tigranes apoyó a su suegro, pero no se involucró (fue sobre estas fechas cuando, por decreto de Mitrídates, se produjo la gran matanza de ciudadanos romanos en toda Asia que originó la respuesta contundente de Roma: el envío de Lucio Cornelio Sila y sus legiones)

Con su suegro campando a sus anchas por toda Asia, en el 88 a.C. Tigranes vio la oportunidad de vengarse de Partia, descabezada tras la muerte del rey y una violenta incursión de los escitas (jinetes iranios). La facilidad con la que llevó a cabo la campaña parta le dio alas para culminar su proyecto expansionista e invadir Siria. El pretexto fue la disputa sucesoria de los seleúcidas. Una de las facciones solicitó de la mediación armenia y los ejércitos de Tigranes llegaron hasta Judea. Aquel fue su momento de mayor expansión, desde el Jordán al Éufrates, y del Caspio al Mediterráneo, el reino de Armenia se había convertido en estado de referencia en Oriente.

Durante los años siguientes, Tigranes se dedicó a afianzar su poder sobre tan vastos territorios, levantó una nueva capital para su reino, Tigranocerta, y la pobló con armenios y otros pueblos deportados. Como contrapunto a tanta bonanza, las cosas no le marchaban tan bien a su suegro Mitrídates del Ponto. Nicomedes de Bitinia había recuperado su reino con ayuda de Roma, creando unos lazos tan fuertes con sus protectores que en su testamento hizo entrega del reino a la República. Las malas lenguas hablaban de una tórrida relación amorosa entre el rey Nicomedes y el enviado de Roma, un tal Cayo Julio César. Los detractores de éste último le llamaban “La Reina de Bitinia” y sus soldados canturreaban “César sometió la Galia y Nicomedes sometió a César”. El caso es que, desde que Sila forzase a Mitrídates a firma un armisticio en el 85 a.C., las cosas le habían ido de mal en peor al león del Ponto.

En el 74 a.C. estalló la Tercera Guerra Mitridática. Tras una sucesión de operaciones en el Ponto orquestadas por el cónsul Lucio Licinio Lúculo, Mitrídates huyó de su reino y buscó refugio en la corte de su yerno. Tigranes se sentía fuerte, imbatible después de las victoriosas campañas de Partia y Siria. Lúculo pidió formalmente la entrega de Mitrídates, pero el armenio rehusó la propuesta romana. Este hecho propició la batalla de Tigranocerta

Armenian Empire of Tigranes

El 6 de Octubre del 69 a.C. las legiones de Lúculo llegaron ante los muros de la capital armenia después de neutralizar un ataque sorpresa liderado por Mithrobarzanes, uno de los generales armenios de mayor confianza. Ante semejante fracaso, y temeroso de que Lúculo asediase la ciudad, Tigranes sacó a todo su enorme ejército y lo dispuso en orden de batalla en una colina de la ribera sur del río, al suroeste de la ciudad. Al saber de la escasez de tropas del romano, se le atribuye este comentario burlesco: “son demasiado escasos para un ejército, pero demasiados para una embajada

 

La línea de batalla estaba configurada en tres grandes bloques dirigidos por el mismo Tigranes en el centro al frente de los catafractos (caballería pesada al estilo persa) y dos reyes vasallos sus flancos.

Lúculo, con dos legiones y dos mil auxiliares frente a unas fuerzas que quizá superasen los doscientos mil hombres, desoyendo a sus tribunos que le aconsejaban no combatir, movilizó a la infantería ligera, vadeó el río y envió a los jinetes auxiliares galos y tracios a distraer a los flancos. La masa informe de ejército armenio se vio incapaz de reaccionar ante la doble carga lateral de la caballería romana secundada por el avance de las cohortes comandadas por Lúculo hacia el centro. Los catafractos huyeron, la poco consistente línea armenia se quebró por varios puntos y se desató una matanza que los historiadores romanos seguro que magnificaron.

Plutarco comentó que Lúculo, al ganar la colina, exclamó “El día es nuestro, el día es nuestro, mis compañeros soldados”. Probablemente el recuento de bajas sea fruto de la propaganda romana, pero, según Plutarco, Lúculo perdió aquel día cinco hombres y tuvo cien heridos, frente a más de cien mil armenios muertos o cautivos.
Ante la ausencia del rey, desaparecido tras la batalla, los guardias abrieron las puertas de la ciudad y Lúculo añadió un suculento botín a su gran victoria. Tigranes envió seis mil jinetes a su ciudad para intentar salvar cuanto pudo de las garras de los romanos. Lúculo no supo aprovechar el éxito. Su gran victoria solo maquillaba la realidad: Mitrídates y Tigranes habían huido y pronto estarían en condiciones de volver a luchar, como así fue sólo un año después en la batalla de Artaxata, antigua capital en el corazón de las montañas armenias. Fue una victoria pírrica para el romano, pues sufrió tantas bajas y generó tanto descontento entre los suyos que las tropas se le amotinaron hasta tres veces. El senado tuvo que enviar a su mejor hombre, Pompeyo el Grande, para que le sustituyese y acabase con las hostilidades.

Cuando Pompeyo llegó a Armenia en el 66 a.C., Tigranes ya contaba con setenta y cinco años (longevidad extrema cuando la esperanza de vida rondaba los cuarenta) Quizá su avanzada edad, o la cordura que ella imprime, le hicieron pactar con el romano. Seis mil talentos de plata y la entrega de su hijo como rehén fueron el precio de su libertad; continuó gobernando Armenia como amigo y aliado del pueblo de Roma, título honorífico que ostentó hasta su muerte el 55 a.C.