A día de hoy seguimos disfrutando de una buena obra de ficción tanto como de un emocionante espectáculo deportivo. Con un aforo más limitado para poder tener buena visión y audición de la escena, nos apretamos en filas de asientos, comiendo fruslerías a la espera de que un grupo de actores nos envuelva con sus tragedias y chanzas y nos evadan de las preocupaciones cotidianas. Hoy lo llamamos cine, aunque siempre ha sido teatro.

Quizá, junto a los Juegos Olímpicos, sea la única afición pública de la Antigüedad que ha llegado casi íntegra hasta nuestros días. Roma, desde que conquistó Grecia y asimiló como suyo el extraordinario legado cultural de ésta, comenzó a valorar el teatro como una forma natural de expresión ciudadana, una manera de liberarse temporalmente del penoso día a día con las vicisitudes o banalidades de un grupo de actores dispuestos a distraer al público con sus acusadas declamaciones, nada valoradas, por cierto; actor era una de las profesiones más denigrantes de la época…

Mosaico actores

En un principio, las representaciones teatrales eran solo eventuales, enmarcadas dentro de alguna festividad u homenaje sin tener edificios dedicados para las mismas; Eran sufragadas por el cargo político de turno para amansar a la plebe y tenían lugar en recintos de madera que se desmontaban después de las funciones. Pero no por ser temporales aquellos entarimados eran menos vistosos; se sabe que alguno de ellos también se revistió de buenas columnas, estatuaria y materiales nobles.

Tan parca e ingrata actividad pública no daba para el florecimiento de nuevos autores, por lo que la oferta teatral se supeditaba a traducciones al latín de las obras clásicas griegas, perdiendo mucha de su hilaridad o sensibilidad en el proceso. Así fue hasta que un tal Tito Macio Plauto, un auxiliar veterano de las Guerras Púnicas, revolucionó la oferta teatral de la ciudad. Plauto, después de años de penuria, renovó el teatro latino con sus comedias puramente romanas que, adoleciendo del refinamiento griego, trasladaban con sarcasmo la idiosincrasia de las gentes de su tiempo sin recurrir a copias de las obras griegas de Aristófanes, Difio, Filemón o Menandro. Eran momentos duros para Roma y sus gobernantes no pedían tragedias, pues Aníbal ya las provocaba él solo; había que animar a la ciudadanía. Obscenidades y groserías, situaciones delirantes, esclavos, viejos verdes, mercaderes, marinos, prostitutas, soldados, jovenzuelos, flautistas, todos ellos protagonizaron sus desternillantes comedias (algunas de ellas aún se pueden ver en ocasiones en el festival de verano “Sagunt a Escena”, como la Asinaria o Miles Gloriosus)

El primer teatro como tal erigido en piedra fue un capricho de Pompeyo el Grande en el 55 a.C. Para salvar la ley senatorial que obligaba a la demolición de estos recintos una vez concluida las funciones, Pompeyo alzó dentro de él un templo dedicado a su protectora, Venus Vitrix. Fue éste el primer edificio de mármol de la antigua Roma y sus escalones fueron mudos testigos del asesinato de César los idus de Marzo del 44 a.C.

Con el fin de las cruentas guerras civiles comenzó el verdadero embellecimiento de la antigua República. Fue a partir del principado de Augusto cuando se promovieron muchas de estas obras por todas las provincias, realizadas siempre según el patrón de uno de los ingenieros más prolíficos del mundo antiguo: Marco Vitrubio Polión.

La imagen del teatro romano que hoy tenemos en mente corresponde exactamente al modelo arquitectónico de Vitrubio (puede verse una explícita muestra de éste en el Museo del Teatro Romano de Cartagena o en el de Zaragoza) Según él mismo expuso “después de haberse diseñado la plaza del mercado, se tenía que elegir un sitio muy bueno para el teatro, donde la gente pudiera presenciar los dramas en los días festivos de los dioses inmortales

Básicamente, la estructura de edificio era esta:

  • La escena, o scenae frons, generalmente compuesta por dos pisos de columnas y estatuaria. Ante ella estaba el proscenium, el lugar más elevado donde tenía lugar la representación teatral.
  • Orchestra, o platea, núcleo central de la circunferencia alrededor del proscenio reservada a personalidades. Allí se ubicaba el altar.
  • Cavea, el graderío del teatro, partido a su vez por los pasillos de acceso (aditus) y cuyos acomodamientos concéntricos estaban reservados para los diferentes estamentos sociales (Inma, media y summa cavea para la aristocracia, plebe y forasteros y mujeres sin pareja y esclavos respectivamente) Una gran lona de franela movida por cordajes y poleas podía cubrir la grada para aliviar los efectos del sol a los espectadores.
  • Vomitoria, las entradas a la cavea desde el exterior.

Bacchic_Theatre

Sus dimensiones correspondían a la población e importancia de la ciudad en donde fueron emplazados; así pues tenemos desde un gran aforo aproximado de 10.000 espectadores en el teatro de la colonia Clunia (Coruña del Conde, Burgos), pasando por los casi 6.000 espectadores en el de Caesaraugusta (Zaragoza), Cartago Nova (Cartagena) o Emertita Augusta (Mérida) hasta los 3.000 asientos de los de Italica (Santiponce, Sevilla), Saguntum (Sagunto, Valencia) Bilbilis (Calatayud, Zaragoza) Segobriga (Saélices, Cuenca) o Baelo Claudia (Playa Bolonia, Cádiz)

Emerita-Augusta

Al igual que vimos en el Circo, sólo los municipios o colonias de cierta envergadura pudieron sufragar el alto coste de levantar estos enormes monumentos, no estando al alcance de otras poblaciones menos pobladas o cuya economía no permitía estos enormes dispendios (ej. Tarraco dispuso de Circo, Teatro y Anfiteatro, mientras que Barcino o Ilerda no tuvieron ningún recinto de estas características)

No podría cerrar esta breve revisión sin hablar de quienes dieron vida a estas moles pétreas que a día de hoy nos siguen fascinando. Los actores. Salvo excepciones, fueron solo hombres quienes interpretaban todos los papeles, fuesen masculinos o femeninos, y, como ya he mencionado, su trabajo no estaba bien visto por parte de la población. Maestros, pantomimos y actores conformaban el estrato social menos valorado.
Ya desde la antigua Grecia, la buena acústica de los teatros, quizá potenciada después gracias a las magistrales proporciones de Vitrubio, favorecía que se escuchasen sus declamaciones desde cualquier rincón del recinto, pero resultaba más complicado poder ver con claridad los gestos de los actores. Por ello se hicieron tan populares las máscaras con las que hoy en día seguimos identificando el mundo del teatro, la comedia y la tragedia, Dionisos y Tanatos, la alegría de vivir y la muerte, los dos extremos intemporales de la existencia.

Colaboración de Gabriel Castelló.