Nuestro personaje de hoy fue considerado uno de los más deleznables traidores de la antigua Roma. De origen germano y ciudadano romano al mismo tiempo, fue el artífice de una de las derrotas más denigrantes que sufrió el ejército romano en toda su historia. Decimotercera entrega de “Archienemigos de Roma“. Colaboración de Gabriel Castelló.

Arminio, o Hermann (que significaba hombre de guerra en su lengua germana), nació entre el 16 y 17 a.C. Fue hijo de Segimer (Segimero), caudillo de los queruscos, un pueblo germánico que poblaba los bosques de las riberas del río Weser en tierras de la actual Hannover. Poco nos ha llegado de esta tribu; según los arcaicos vocablos germanos y galos, Kern-Hirsch significaría cuerno de ciervo. Incorporados a la órbita romana en el 12 a.C., sabemos que en el 4 d.C. Arminio, contando sólo 20 años de edad, ya comandaba una unidad auxiliar junto a las legiones en Pannonia. Aquella campaña le proporcionó prestigio como guerrero y la ciudadanía romana como recompensa.

Arminio

Arminio

La prolongada convivencia de Arminio con la soldadesca romana debió de desmitificarle la fama de imbatibilidad de las legiones. Cuando regresó a sus tierras tras servir en las Águilas entre el 7 ó el 8 d.C. comenzó a gestar un plan para deshacerse del yugo romano. En época de Augusto, casi todas las tierras comprendidas entre el Rin y el Elba estaban bajo la influencia romana, no constituidas en provincias como la Galia o Hispania, pero sí sometidas a los tributos y caprichos de los gobernadores de la Germania Superior e Inferior. El artífice de esta conquista fue el favorito y posible sucesor de Augusto, Claudio Druso, pero una caída de su caballo de vuelta a Roma le costó la vida en el 9 d.C. Sin duda, un mal presagio.

Germania era un territorio inhóspito para hombres de tierras meridionales como los romanos: total ausencia de grandes ciudades, bosques impenetrables y sombríos, pantanos, lluvias constantes y mucho, mucho frío en invierno. Sus moradores eran acordes a tan parco terreno, conflictivos e indómitos, más altos, más fuertes, ojos fieros de intenso color azul y cabellos tan blondos como el trigo en Agosto; así les describió Cátulo poco años antes de estos hechos.

Arminio sembró la discordia entre los suyos, alentando la revuelta y provocando que los queruscos se dividiesen en dos bandos, acaudillando él mismo a los levantiscos frente los agrupados alrededor de Segestes, rival político de Arminio y amigo de Roma. Éste último envió varios avisos de que se estaba fraguando algo muy gordo, pero Publio Quintilio Varo, gobernador de aquellos territorios, desoyó sus advertencias hasta que la rebelión estalló. Varo era un patricio codicioso y engreído que debía su posición a ser yerno del influyente Agrippa y cuya carrera hasta la fecha había sido poco más que discreta. Tras su penosa gestión como propretor en Siria le fue transferido el gobierno de Germania Magna (que es como llamaban a este vasto territorio) Su codicia desmesurada y sus métodos expeditivos para recaudar tributos fueron los mejores aliados de Arminio para sublevar a todas las tribus la zona. Pensó que podría someter la voluntad germana como había hecho en Siria. Craso error. Sirva de ejemplo esta frase que Dión Casio atribuye a un jefe germano años atrás:

«Vosotros los romanos os buscáis los problemas solos. No enviáis perros y pastores para vigilar vuestros rebaños, sino que colocáis lobos hambrientos”

A principios de Otoño del 9 d.C., Varo sacó tres legiones de su campamento estival en territorio querusco y las internó en tierras brúcteras en busca de su presunto amigo y aliado Arminio hasta que llegó a un espeso y estrecho bosque a la altura de la actual ciudad de Osnabrück, en la Baja Sajonia. Arminio, conspirando a sus espaldas, había congregado allí una coalición de tribus germanas dispuestas a preparar una emboscada letal a un iluso legado que movía a la XVII, XVIII y XIX más sus seis cohortes auxiliares con su caballería e impedimenta a través de aquellos sombríos bosques. El pretexto de aquel desplazamiento fue una rebelión inexistente que requería de su intervención. Varo fue avisado de nuevo en varias ocasiones por Segestes y otros caudillos afines a Roma, pero su arrogancia y presunción le hicieron desoír aquellos consejos. Arminio sabía perfectamente cuál era el talón de Aquiles del ejército romano. No tenía ninguna opción de victoria en batalla en campo abierto. Debía de ser una sorpresa en terreno abrupto y blando, como así fue.

Fue una auténtica matanza. Durante tres días los germanos aguijonearon la delgada línea romana, partiéndola y acabando poco a poco con cada legión, cohorte o manípulo que quedaba aislada de la fuerza principal. El comandante de la caballería, Numonio, fue el primero en intentar huir y el primero en morir; tras él cayeron otros muchos más, incluido el legado Lucio Egio, que en un alarde de ignorancia intentó rendirse y murió en el intento. El propio Varo resultó herido y, viéndose incapaz de contener aquel desastre y temeroso de acaban en manos germanas, se suicidó. Cerca de 15.000 legionarios más un indeterminado número de auxiliares y civiles (los magos, artesanos, meretrices y demás seguidores del ejército) dejaron su vida y miserias en el bosque de Teutoburgo.

Batalla de Teutoburgo

Esta ignominiosa derrota se supo por el testimonio de un joven oficial, Casio Querea, que fue el único capaz de salvar el cerco germano con un destacamento amparado por la oscuridad nocturna. Quizá su destino le salvó la vida (años después sería quien apuñalara a Calígula) Cuando Augusto conoció tan triste suceso quedó profundamente apesadumbrado. Según Suetonio durmió mal desde que le dieron aquella fatal noticia, despertándose sudado por las noches y golpeándose la cabeza contra una puerta gritando «Quintili Vare, legiones redde!” (¡Varo, devuélveme mis legiones!) Arminio ordenó quemar la cabeza de Varo y enviarla a Roma como advertencia y muchos de los prisioneros fueron sacrificados a los dioses germanos, poblando sus testas cercenadas los bosques hasta que las alimañas limpiaron sus huesos…
Tamaña afrenta no quedó sin más. Augusto destituyó a todo germano o galo con cierto poder en las provincias y envió en el 14 d.C. a su sobrino, Julio César Germánico, al mando de ocho legiones con la misión de recuperar las Águilas y paliar la imagen de debilidad que semejante descalabro había dejado en unas zonas muy poco romanizadas. Tras una serie de pequeñas derrotas, como la de su legado Cecina, Germánico cumplió su misión. Llegó hasta Teutoburgo y recuperó las sagradas insignias de las legiones. Tácito describió así aquel momento:

No lejos estaba el bosque donde se decía que los restos de Varo y de sus legiones quedaron sin sepultura. A Germánico le vino el deseo de tributar los últimos honores a Varo y a sus soldados. Esta misma conmiseración se extendió a todo el ejército de Germánico, pensando en sus parientes y amigos, en los azares de la guerra y en el destino de los hombres… En medio del campo blanqueaban los huesos, separados o amontonados, según que hubieran huido o hecho frente. Junto a ellos yacían restos de armas, y miembros de caballos y cabezas humanas estaban clavadas en troncos de árboles. En los bosques cercanos había altares bárbaros, junto a los cuales habían sacrificado a los tribunos y a los primeros centuriones

Segestes solicitó la ayuda de Germánico, el cual no dudó en internarse en territorio querusco, llevándose consigo a Thusnelda, su hija y esposa de Arminio, entregada por su padre como acto de venganza contra su díscolo yerno y por su conducta inadmisible, pues habiendo estado prometida a otro hombre, se escapó para reunirse con su proscrito amado, algo inaceptable para un clan declaradamente amigo de Roma.

Arminio y Thusdenla

Arminio y Thusdenla

En el 16 a.C., Germánico se enfrentó con Arminio en el río Weser, cerca de Minden; se conoce como la Batalla de Idistaviso. El romano llegó a aquel recodo con cuatro legiones y veinte mil auxiliares galos y bátavos. Frente a él estaba Arminio con cerca de cincuenta mil germanos de a pie y mil jinetes. Aquella batalla, sin trampas ni tretas, se saldó como era habitual cuando una fuerza ingente de bárbaros se enfrentaba a las legiones romanas. El tío de Arminio, Inviomero, hizo caso omiso de las directrices marcadas por alguien que conocía bien el funcionamiento de las legiones y su imprudencia tuvo un alto precio. Arminio consiguió huir, pero quince mil de sus hombres quedaron extendidos en las rojas riberas del Weser. Germánico sólo perdió mil hombres.

Idistaviso supuso el fin de Arminio como caudillo germano. Ni pudo recuperar a su amada, ni mantener la fidelidad de los suyos. Con la victoria de Roma, las fugaces alianzas que había hilvanado se deshicieron con facilidad. El rey Marbod de los marcomanos (actual Bohemia) rompió relaciones con él y Thusnelda fue exhibida en el Triunfo de Germánico por las calles de Roma en el 18 d.C. El hijo que tuvo con Arminio, Tumélico, acabó sus días en la arena como gladiador. Nada más se supo de ella.

La estrella de Arminio fue apagándose gradualmente hasta que en el 21 d.C. una conspiración urdida por el clan de su suegro forzoso acabó con su vida. Tenía 37 años y, sin saberlo, había liberado Germania del poder de Roma. Tiberio desestimó emplear más recursos para dominar un territorio tan ingrato e improductivo. El romanticismo del siglo XIX rescató la figura de Arminio como uno de los grandes héroes del nacionalismo germánico.