John Hampden, un fanático de la teoría que afirmaba que la Tierra era plana, se atrevió a postular este reto en 1870:

Apuesto 500 libras a que nadie puede demostrar que la Tierra es redonda, quien acepte este reto pagará la misma cantidad si no puede demostrarlo.

Alfred Russel Wallace, uno de los naturalistas más importantes – incluso a la altura de Darwin-, aceptó la apuesta. Poco podía ganar al mezclarse con este «charlatán», pero sus problemas económicos le obligaron a «recoger el guante».

John pedía como prueba «mostrar un río, canal o lago convexo». Alfred preparó la prueba sobre un canal rectilíneo, en el que colocó unos marcadores, a la misma altura, sobre los tres puentes que lo cruzaban a intervalos de 4,8 Km cada uno. Luego, visto desde un telescopio, el marcador del centro parecería más alto.

El árbitro de Jonh declaró que los tres marcadores estaban perfectamente alineados (era amigo y seguidor de la misma teoría), el de Alfred declaró que el del centro parecía más alto. La disputa entre ambos se alargó hasta que John Hampten tuvo problemas con la justicia, por otros temas, y fue encarcelado. Alfred Russel no pudo cobrar las 500 libras y, además, tuvo que hacerse cargo de los costes del «experimento» porque Hampten se declaró en quiebra.

La ciencia y la experimentación nunca han sido un camino de rosas.

Fuente: Historias curiosas de la ciencia Cyril Aydon