La naturaleza nos ha enseñado, a un alto precio, que nadie la puede dominar pero algunos pensaron que podían controlar los elementos, en este caso el mar.

En el transcurso de la Segunda Guerra Médica (480-479 a.C.), entre persas y griegos, el rey de los peras, Jerjes I, pretendía cruzar con sus tropas el estrecho de los Dardanelos mediante la construcción de un puente. La empresa era complicada, recordemos que el estrecho tiene 1.600 m de anchura por su parte más angosta y tiene unos 50 m de profundidad media, pero la megalomanía del monarca no tenía límites.

La idea era construir un puente con barcos atados hasta cubrir todo el estrecho. Cuando la construcción estaba casi terminada, una tempestad destrozó el puente.

Jerjes, irritado, mando azotar el mar con trescientos latigazos, que se echasen unos grilletes al fondo del mar y que se le marcase con hierro candente.

Canuto II, más conocido como Canuto el Grande, fue un  rey vikingo de Dinamarca, Noruega e Inglaterra. En una ocasión, y para demostrar su grandeza, mandó instalar su campamento con toda su corte a orillas del mar. Como las olas molestaban el quehacer diario

mando retirarse a las olas del mar

La respuesta del mar no se hizo esperar y arraso con todo el campamento.

Antes de que se me tache de sensacionalista, o de contar leyendas urbanas de la época, dejaré claro que la intención de estos hechos, si ocurrieron, no eran controlar al mar .

Jerjes utilizó la pantomima de flagelar el mar para demostrar a sus súbditos que él era un Ser Superior, incluso podía castigar al mar.

Canuto II utilizó esta patochada de retirar las aguas (estilo Moisés) para demostrar todo lo contrario, que él no era un Ser Superior, sólo Dios era un ser omnipotente.

Fuente: Pedro Voltes – Grandes mentiras de la Historia