Muchos millones gastó Felipe II para mantener las numerosas posesiones de la Corona española y poder llegar a todos los frentes abiertos: Paí­ses Bajos, Alpujarras, Lepanto, la Armada Invencible… Los usureros, perdón banqueros, europeos (genoveses, flamencos y alemanes) financiaban las campañas del monarca a cambio de tipos de interés leoninos (de hasta el 30%), pero los que sufrí­an la mayor carga eran sus súbditos, sobre todo los castellanos, ví­a impuestos. Por supuesto, la nobleza y la Iglesia estaban exentos de esta carga.

En 1589 convocó las Cortes de Castilla para recaudar un nuevo impuesto: los Millones. Consistí­a en un impuesto extraordinario que se recaudaba con un fin concreto y que la Comisión de los Millones debí­an administrar y supervisar su gasto en el objetivo solicitado. Esta primera concesión se solicitó, y utilizó, para reponer las arcas del Estado tras la estrepitosa derrota de la Armada Invencible en su intento de invadir Inglaterra. Pero como ya sabemos que lo extraordinario se puede convertir en ordinario hubo que limitar su recaudación a seis anuales. Desaparecieron a mediados del siglo XIX.