Olalla Garcí­a es historiadora y autora de las novelas históricas «Ardashir, rey de Persia» (2005), «Las puertas de seda» (2007) y «El jardí­n de Hipatia» (2009)

Una buena novela histórica ha de ser, ante todo, una buena novela.

1.- ¿El primer libro que te dejó huella? ¿Qué edad tení­as?

Es curioso: me han hecho muchas veces esta pregunta, y he llegado a la conclusión de que no puedo responder con precisión. La casa de mis padres estaba repleta de libros, y yo aprendí­ a leer antes de ir al colegio. Recuerdo que me gustaban mucho las historias de la épica y la mitologí­a clásicas, con esa intensidad de pasiones y conflictos internos, que hoy son la fuerza impulsora de mis novelas; y me hace gracia recordar que me impactaron mucho La Ilí­ada y Las metamorfosis de Ovidio, aunque hoy sé que en aquella primera lectura no entendí­ ni la mitad de su contenido, y no hablemos ya de su profundidad.

2.- ¿Tu primer libro que tuvimos la suerte de ver publicado?

«Ardashir, rey de Persia», en el año 2005. Después vinieron «Las puertas de seda» (2007) y «El jardí­n de Hipatia» (2009). Pero sigo guardando un cariño especial a mi primera novela, por lo mucho que significa para mí­ a nivel personal.

3.- Escritores y libros preferidos, releí­dos, especiales, etc.

El mí­o es un caso peculiar. Me alimento, por un lado, de clásicos literarios (especialmente, del s. XIX) y, por otro, de fuentes históricas y textos de investigación historiográfica. Ahora bien, si me preguntas en concreto qué autores de novela histórica me han influido más, te diré que algunos de los «pesos pesados» como Robert Graves, Mary Renault, Gisbert Haefs o Mika Waltari.

4.- ¿Cuánto suele durar la labor de documentación para escribir un libro?

Ya dicho que soy un caso raro, ¿no? Otra prueba: si digo que tardo dos o tres años en documentarme y escribir una novela, hay que tener en cuenta ciertos factores para calcular las horas de trabajo y su intensidad. Tengo dos ventajas: la primera es llevar a mis espaldas la carrera de Historia y cinco años de doctorado, por lo que no sólo parto ya de una base sólida en cuanto a técnicas y conocimientos, sino que, además, estoy habituada a trabajar con documentación; la segunda es que, a diferencia de la mayorí­a de mis compañeros novelistas, me dedico en exclusiva a la escritura; no tengo otro empleo al que tenga que dedicar gran parte de tiempo.

5.- Momento o momentos históricos más importantes en la Historia de España.

Seguro que muchos de los que lean este entrevista pueden contestar a la pregunta con mayor propiedad que yo. Cualquiera que lea mis novelas y mis artí­culos constatará que no soy especialista en Historia de España; además, he estudiado mucha más historia social y de las mentalidades que historia de los hechos polí­ticos. En este sentido, sí­ reseñarí­a los grandes pilares ideológicos que nos definen como cultura: la introducción del derecho romano como base de nuestro sistema jurí­dico; la del cristianismo y, con mayor propiedad, ese catolicismo post-trentino tan arraigado que nos diferencia de nuestros vecinos europeos; y, junto a eso, los ideales humanistas del Renacimiento y los de la Ilustración, de importancia fundamental para lo que se ha dado en llamar «la civilización occidental»; todos los anteriores son factores importantes a la hora de conformar nuestra idiosincrasia cultural, con excepción de que, como individuos, nos adhiramos a unos más que otros.

6.- Si la realidad histórica de España es sólo una, siendo las fuentes, en teorí­a, las mismas ¿cómo se puede contar nuestra Historia de formas tan dispares?

Porque la Historia no es una ciencia exacta, sino una disciplina humaní­stica. Ni siquiera nuestras fuentes son neutrales: han sido redactadas por individuos concretos, con sus particulares circunstancias, intereses y posicionamientos ideológicos. La labor del historiador no consiste leerlas, sino en interpretarlas. Y es en ese proceso de interpretación donde se generan las diferencias en la forma de narrar la Historia. Hay estudiosos que han sostenido una determinada tesis durante su juventud y, años después, han llegado defender otra interpretación incompatible con la primera, basándose siempre en las mismas fuentes. Esto demuestra que es inevitable cierto grado de subjetividad, por mucho que nos empeñemos en fingir lo contrario; pero, con todo, un verdadero historiador debe luchar por ser honesto y no convertir la Historia en un arma arrojadiza y tendenciosa.

7.- ¿Quién es tu mentor en tu pasión por el Historia?

He tenido varios, no en vano estudié esa carrera en la universidad. Pero el primero y, tal vez, el que me ha dejado una huella más profunda, ha sido mi padre. Era profesor de latí­n en un instituto (ahora está jubilado), y una persona con verdadera vocación por su trabajo, que me legó, entre otras muchas cosas, un profundo amor por el mundo clásico.

8.- ¿Cuándo se rodará una gran pelí­cula histórica en nuestro paí­s? A los intentos de «Alatriste» y «Los Borgia» creo que les falta «ese» salto de calidad. ¿Será Ágora? ¿Cuál serí­a esa pelí­cula?

Para disfrutar de una obra de ficción, sea novela, pelí­cula, etc., hay que dejar de lado la mentalidad del historiador. Son obras de ficción y el creador tiene su margen para manejar los elementos narrativos. Desde esta perspectiva, puedo decir que disfruté mucho de la pelí­cula Ágora; me ayudó el hecho de conocer muy bien la Alejandrí­a de la época y a la protagonista gracias al minucioso proceso de documentación que habí­a realizado para mi última novela. Por lo demás, todos sabemos que la industria cinematográfica acostumbra a tomarse ciencias licencias respecto a los verdaderos hechos históricos. Espero que los espectadores tengan muy claro este último punto.

9.- ¿Tus aficiones «secretas»?

No es que sean tan secretas: el té y la ópera. El primero despierta el espí­ritu y la segunda lo eleva.

10.- Un dí­a perfecto serí­a…

Para mí­, el dí­a en que siento que he escrito una escena magistral. Y con esto me refiero a una escena capaz de conmover y, al mismo tiempo, plantear una reflexión al lector. Creo que la misión de un novelista histórico no estriba en dar una respuesta, sino en suscitar las preguntas adecuadas.