Este relato, de Guillermo, participó en el I Premio de Relatos Medievales.

Yung-Lo
 Emperador Yang-Lo. Wikipedia


La mano le temblaba.El general Kang-Ping introdujo cuidadosamente una pequeña caja dentro del equipaje de viaje del emperador. A pesar de su compungido gesto por el intenso dolor fí­sico que sentí­a, la cara del maduro y sabio general expresaba en el fondo el alivio de saber que aquello podrí­a salvarle la vida.Yung-Lo (1360-1424), tercer emperador de la dinastí­a Ming de China, habí­a llevado a ésta a su máximo esplendor, gracias en parte a sus proezas militares así­ como a importantes reformas civiles.

De carácter irascible, desconfiado, supersticioso, guerrero y algo paranoico, Yung-Lo se habí­a rebelado contra su sobrino en 1399 (a quien quemó vivo) y se auto proclamó emperador en 1402, tras dos años de guerra civil.

Tomó personalmente el mando de varias exitosas campañas de guerra contra los mongoles, extendiendo el poder de China por toda Manchuria y el valle del Amur. Recuperó el control de importantes rutas de caravanas de Asia Central, envió varias expediciones marí­timas a los Mares del Sur (algunos historiadores sostienen que es muy probable que la última expedición llegara hasta Madagascar, a miles de kilómetros de donde comenzó), construyó la Ciudad Prohibida, trasladó la capital de Nanking a Pekí­n…

Controlar su vasto imperio le obligaba a ausentarse continuamente de la capital.

En esta ocasión el viaje serí­a largo, y Yung-Lo habí­a decidido dejar a su consejero, el general Kang-Ping, al cuidado de su apreciado harén.

Pasados varios meses, y nada más regresar, el desconfiado emperador (tal vez arengado por algún otro consejero ávido de subir puestos en el escalafón de la Corte) acusó al general Kang-Ping de no haberse mantenido alejado de sus concubinas, seduciendo a sus mujeres y, con ello, de rebelarse contra él.

El castigo para la traición, como es de imaginar, serí­a la pena de muerte.

Kang-Ping, confiado y con tranquilidad, se dirigió entonces hacia el equipaje del emperador.

Sacó la pequeña caja y, al tiempo que la abrí­a, mostró su contenido a Yung-Lo.

Allí­ se encontraba la prueba de que la acusación era totalmente infundada.

Y es que, el buen general, conocedor del carácter de Yung-Lo, habí­a tenido la idea de prevenir la sospecha y posible acusación de que hubiera seducido a sus concubinas. Para ello se castró e introdujo su pene en el equipaje del emperador antes de que éste partiese.

Nos cuenta Gregorio Doval, en su «Libro de los hechos insólitos» que el emperador Yung-Lo, conmovido por el gesto de su general, le nombró jefe de sus eunucos y, a su muerte, levantó en su honor un templo como protector eterno de todos los eunucos.