La selección natural postulada por el naturalista Charles Darwin, se establece como la base de todo el cambio evolutivo. Es el proceso a través del cuál, los organismos mejor adaptados desplazan a los menos adaptados mediante la acumulación lenta de cambios genéticos favorables en la población a lo largo de las generaciones. Pero como hay mucho «visionario» que suele darle la vuelta a las cosas, apareció Trofim Lysenko, biólogo soviético, que con el apoyo de Stalin consiguió controlar y manipular la investigación para mejorar la producción agrí­cola de la URSS. Nadie podí­a criticar sus teorí­as y muchos cientí­ficos (sobre todo genetistas) vieron truncadas sus carreras, sus enseñanzas e incluso sus vidas. Llegó a decir: » la genética es una ciencia capitalista«.

Según su teorí­a, esta adaptación de las especies – según Darwin, natural y a lo largo de las generaciones – podí­a ser modificada radicalmente exponiendo a las especies a estí­mulos ambientales apropiados: enfriar semillas para adaptarlas a climas extremos, plantas de trigo que producen centeno… El resultado final fue un desastre para la agricultura rusa.

Pero como todo se puede mejorar, en este caso empeorar, en una conferencia en la Academia de Ciencias sobre la herencia de los rasgos adquiridos (Lysenko defendí­a que cualquier modificación radical sobre un ser vivo a lo largo de las generaciones acaba por ser «natural» en la especie modificada) el fí­sico Lev Landau le preguntó:

  • ¿Así­ pues, usted argumenta que si cortamos la oreja a una vaca, a su descendencia y así­ sucesivamente, tarde o temprano nacerán vacas sin orejas?
  • Sí­, es correcto.
  • Entonces señor Lysenko, ¿como explica que sigan naciendo ví­rgenes?

Lamentablemente, años más tarde, Landau morí­a como consecuencia de un choque frontal contra un camión.
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