Aquella noche de 1848 el joven Jules llevaba puesto su único traje, aquel que cuidadosamente se turnaba con su amigo Eduoard Bonamy para frecuentar alguna que otra tertulia de ambiente literario e intelectual de Parí­s. Trataba que su vestimenta no delatara frente a los tertulianos su origen provinciano nantesino, y menos aún su apretada situación económica. Muchos dí­as solo se alimentaba de pan y leche, y es que la escasa asignación que recibí­a de su padre la utilizaba para pagar el alquiler de una modesta habitación en el barrio latino (habitación que también compartí­a con su amigo Bonamy) y, sobre todo, para comprar libros y más libros, indispensables para quien, como Jules, pretendí­a ser un gran dramaturgo.

Escalera

Se hací­a tarde, y mientras bajaba las escaleras de la casa de Madame Barreré (un conocido y bohemio salón de tertulias), recordaba distraí­do las conversaciones literarias que acababa de mantener y que tanto le apasionaban. En ese momento, Jules tropezó con un orondo caballero que subí­a apresuradamente y resoplando por las escaleras. Jules no se disculpó. Le miró con altanerí­a y le dijo:

– Seguro que usted ha cenado muy bien esta noche

– Perfectamente joven, nada menos que una tortilla de tocino a la nantesina -respondió el desconocido

– Las tortillas a la nantesina de Parí­s no valen nada. Hay que echarles azafrán, ¿entiende? -interrumpió Jules

– ¿Así­ que sabe usted hacer tortillas, joven? -preguntó el caballero

– ¿Que si sé hacer tortillas, señor?, sobre todo me las sé comer.

– ¡Es usted un insolente! Y le exijo una satisfacción. Aquí­ tiene mi tarjeta. Vendrá el viernes a mi casa a cocinar usted mismo una tortilla

Al día siguiente Jules cuenta el curioso incidente a su amigo Aristide Hignard, momento en el que saca la tarjeta, la lee y grita estupefacto: ¡Alexandre Dumas!

Sí­, aquel orondo y voluminoso caballero de las escaleras era nada más y nada menos que Alejandro Dumas, el gran escritor y autor de novelas de gran éxito como «Los tres Mosqueteros» o «El Conde de Montecristo«. Jules, que no era otro que Julio Verne, acudió al singular «duelo» y cocinó la tortilla.

Desde aquel momento ambos mantuvieron una gran amistad y Dumas se convirtió, hasta su muerte en 1870, en consejero literario y protector de Verne, ayudándole incluso a estrenar en Parí­s alguna que otra obra teatral, aunque con escaso éxito. Pero lo que el gran Alejandro Dumas no pudo siquiera sospechar en aquel momento es que, con el paso del tiempo, Julio Verne, su protegido provinciano de Nantes, llegarí­a a superarle mundialmente tanto en popularidad como en número de tiradas y ediciones. En 1885, quince años después de la muerte de Dumas, Verne le dedicará su novela «Matí­as Sandorf«, su propia versión de «El Conde de Montecristo«.

Colaboración de Guillermo.