DE RICARDO ZAMORA AL «CAí‘í“N MATA-PULGAS»

Futbol

DE ALGUNOS FUTBOLISTAS…

Desde sus inicios, el mundo del fútbol ha estado lleno de maní­as y de supersticiones. He aquí­ unas cuantas:

El gran portero Ricardo Zamora dejaba siempre un muñeco junto al poste de la porterí­a y utilizaba una gorra de maquinista.

Algo parecido le sucede a Santiago Cañizares, que siempre coloca detrás de la porterí­a en la que juega, una toalla roja.

Siguiendo con los porteros, Iker Casillas, arquero madridista, se cortaba él mismo las mangas de las camisetas por encima del codo.

A la hora de salir al campo muchos se santiguan; casi todos pisan el césped con la pierna derecha; otros se tocan el interior de las media (como hací­a Mijatovic); otros salen en último lugar (Simeone)…

Fernando Hierro tení­a la maní­a de aparecer en la foto siempre en el mismo lugar.

Entre los técnicos, lo más común para aliviar tensiones es comer pipas, tomar chupa-chups o mascar chicle en el banquillo como «Jabo» Irureta.

Reyes

DE ALGUNOS REYES Y REINAS…

La zarina rusa Isabel I Petrovna (1709-1762) no soportaba que la vieran vista vestida con el mismo vestido. A su muerte se comprobó que su guardarropa contení­a nada menos que 15.000 vestidos. Dicen que solí­a cambiarse hasta tres veces en una misma noche.
El rey Francisco I de Francia (1494-1547) adquirió en 1517 el cuadro de «La Gioconda«, y lo utilizó para decorar su cuarto de baño.
Otro rey francés, Luis XIV (1638-1715), el llamado Rey Sol, sólo se bañó dos veces en su vida, y en ambos casos bajo prescripción facultativa. Otra de sus extravagancias era la de conceder audiencias sentado en el «retrete real».

La reina Cristina de Suecia (1628-1689) odiaba tanto a las pulgas que ordenó construir un cañón en miniatura de 15 centí­metros de diámetro, desde el que disparaba diminutas balas a toda pulga que se cruzaba por su camino. Semejante disparate de cañón todaví­a se guarda en el arsenal de Estocolmo…. y funciona.

Fuentes: «Supersticiones y maní­as«: Monográfico Zona Cero (La Rosa de los  Vientos) y «El libro de los hechos insólitos» de Gregorio Doval  

Guille