Seguimos con las colaboraciones de nuestros amigos. En este caso el post nos lo remite Antonio Correas de Lite Strabo.

La batalla de Kursk no sólo fue la mayor confrontación de tanques de la Historia, sino también el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial. A partir de este punto, la Alemania de Hitler dejó de tener la iniciativa en el frente del Este para pasar a defender, algo que no cambiarí­a durante el resto de la guerra.

Barbarroja

La invasión de Rusia –operación Barbarroja, comenzada el 22 de Junio de 1941 y pensada para ser una conquista rápida, antes de que llegara el invierno- habí­a ido bien para los alemanes en los primeros meses de lucha. Pese al comienzo demasiado tardí­o de la operación -el invierno ruso iba a llegar de todas formas- y haber infravalorado el poder de resistencia de la Unión Soviética, el ejército alemán contaba con mucha más preparación y mejor apoyo logí­stico. El factor sorpresa, el apoyo aéreo y la desorganización soviética permitieron un avance de 50 km diarios. En Agosto, la Wehrmacht ya estaba a poco más de 100 km de Leningrado, Kiev y Smolensk. Pero un inesperado cambio de planes alteró el ritmo de la invasión.

Hitler siempre se habí­a creí­do un genio militar, y algunos aciertos estratégicos durante la guerra -mayormente, corriendo grandes riesgos- le convencieron para tomar personalmente el mando de los ejércitos del frente oriental. Los planes iniciales del plan eran, además de tomar Leningrado, enviar al sector Ejército Sur a tomar el control de los ricos pozos petrolí­feros del Cáucaso, y al Central hacia Smolensk y directamente a Moscú, que deberí­a estar ocupada antes del invierno. Sin embargo Hitler tomó una decisión desconcertante, contra la opinión de todo el Alto Mando: detuvo el avance a la capital para reforzar el Ejército Sur, que estaba combatiendo muy duramente en Kiev.

A Hitler se le habí­a metido en la cabeza que la ciudad ucraniana debí­a ser tomada, pero dKurskebido a la férrea resistencia por parte de la población, el sitio terminó durando hasta Octubre, ralentizando todo el avance hacia el petróleo del Cáucaso. El resultado fue que, a la llegada del invierno, no se habí­a alcanzado el crucial acceso a los pozos. A su vez, el grueso del sector Central, el IV Ejército de la Wehrmacht, estaba a las puertas de Moscú, pero debilitado a causa de este refuerzo inesperado, se habí­a entretenido demasiado en Smolensk, y también carente de suministros, no podí­a avanzar más. De haberse centrado en el primer objetivo desde el principio habrí­a evitado el traslado de las fábricas soviéticas al otro lado de los Urales, eliminando así­ toda capacidad de resistencia a largo plazo.

Hay que considerar que los rusos tuvieron mucha suerte, puesto que ese año el invierno se adelantó varias semanas y fue especialmente duro, lo que desbarató los planes alemanes de la fase final de la operación. Eso, unido a que la ocupación de los Balcanes habí­a retrasado la operación todo un mes, decidió en buena parte el resultado.

De atacantes a atacados

El ejército soviético demostró una capacidad de regeneración que desquiciaba al oficial alemán más pintado, puesto que tras la pérdida de sus ejércitos de Ucrania (unos 600.000 entre prisioneros y muertos tan solo en la batalla de Kiev) todaví­a tení­a suficientes recursos ese mismo año para hacer frente al avance alemán. En parte se explica por el inoportuno (desde el punto de vista alemán) tratado de no agresión entre Japón y la Unión Soviética, que «liberó» numerosas divisiones hasta entonces desplegadas en Siberia. Otro aspecto fundamental en la derrota del ejército nazi fueron las dificultades logí­sticas de abastecimiento del ejército alemán. En las carreteras rusas, los camiones utilizados sufrian continuas de averí­as y al llegar el invierno, más de la mitad de los camiones alemanes estaban fuera de servicio. Así­ mismo, e inexplicablemente, cuando se planificó la operación Barbarroja, los grupos de ingenieros de ferrocarriles recibieron la última prioridad en el avance.

Durante la Segunda Guerra Mundial los soviéticos demostraron ser los maestros de la «maskirovka» (engaño), y los alemanes los mejores en dejarse engañar. Así­, por un lado los sovieticos interceptaron las comunicaciones alemanas y conocian a la perfeccion los preparativos de la operación Ciudadela, pero engañaron habilmente a los alemanes haciéndoles creer que no eran conscientes de la amenaza mientras cavaban las trincheras y escondian sus unidades defensivas y ofensivas. La incapacidad alemana para mantener sus comunicaciones seguras y su continua negativa a admitir la posibilidad de ser engañados por «razas inferiores» fue una de las principales causas de sus mayores derrotas (en todo el frente ruso a partir de Stanlingrado, Normandí­a, Batalla del Atlántico, …).

Tras la reorganización soviética, la expulsión de los nazis de Moscú y la estabilización relativa del frente ocurrida en el invierno, en 1942 los alemanes trataron de ocupar finalmente el Cáucaso. Sin embargo, de nuevo los conflictos de Hitler con el Alto Mando hicieron que la Operación Azul se convirtiera en un torpe avance que acabó atrapando a los alemanes en la batalla de Estalingrado, en la que perdieron a su mayor fuerza de elite, el VI Ejército.

El mariscal Von Manstein consiguió sin embargo contrarrestar la contraofensiva proveniente de Estalingrado, e incluso avanzar en Jarkov durante el mes de Marzo de 1943. Entonces propuso al Alto Mando tender una trampa que, atrayendo al Ejército Rojo hacia los restos del VI Ejército alemán, realizarí­a una maniobra envolvente que atraparí­a a los rusos en la cuenca del Donetz. Hitler, reacio a ataques envolventes, no aprobó el plan y se centró en Kursk, una zona entrante en el recto frente ruso.

El objetivo era demasiado obvio: los rusos previeron el ataque, que todaví­a les dio más ventaja al retrasarlo hasta Julio -Hitler querí­a que los nuevos carros Panther llegaran al frente-. Los generales Rokossovsky y Vatutin habí­an instalado decenas de cinturones defensivos, y disponí­an de planes de retirada progresiva conforme los alemanes fueran avanzando. Los rusos sabí­an que el ataque iba a venir de manos del enorme número de tanques que se habí­an acumulado allí­. Cuando éstos comenzaron la Operación Ciudadela el 5 de Julio, más de un millón de minas antitanque diezmaron las columnas de acorazados. La artillerí­a y aviación rusas, que tras dos años de campaña ya eran comparables en número y preparación a las alemanas, diezmaron el apoyo artillero alemán.

Aunque los Panzer seguí­an siendo un arma formidable apoyada por la Luftwaffe, no tení­an el apoyo de infanterí­a adecuado, y los soldados rusos fueron capaces de destruirlos fácilmente con cañones antitanque o simples cócteles molotov. Además, los nuevos modelos –Tiger y Panther– eran muy escasos y no dieron el resultado esperado. Más de la mitad quedaron fuera de combate el primer dí­a por problemas con su sistema de refrigeración.

El 12 de Julio, los alemanes creyeron estar ante el final de los cinturones defensivos rusos. Sin embargo, al entrar en Prokorovka, la SS-Panzerkorps se encontró de frente con toda una división blindada de T-34 soviéticos. El mayor combate de blindados de la Historia (400 alemanes frente a 900 soviéticos) terminó en empate técnico, pero fue una enorme derrota moral para los nazis, que creí­anestar cerca de la victoria. El 17 de Julio, cuando los soldados de la Wehrmacht vieron cómo todos los Panzer eran retirados y trasladados al nuevo frente de Sicilia, supieron que pasaban a la defensiva. Los contraataques soviéticos empezaron de inmediato. Los atacantes se convertí­an en atacados.

Antonio