Escritor y periodista gallego. Autor de varios libros, le conocí­ por «El Gran Capitán«, libro referencia para conocer las gestas de Gonzalo Fernández de Córdoba.

Juan Granados1.- ¿El primer libro que te dejó huella? ¿Qué edad tení­as?

Sin duda «El maravilloso viaje de Nils Holgersson» de Selma Lagerlí¶ff; no tendrí­a más de 5 o 6 años y mi madre me lo leí­a pausadamente mientras tomaba vahos por una larga sinusitis. Cuando aquello terminó, casi eché de menos estar enfermo, en aquel tiempo disfruté mucho con la contemplación de la Laponia desde los hombros de un pato doméstico que habí­a aprendido a volar. Yo creo que en ese instante decidí­ ser escritor.

2.- ¿Tu primer libro que tuvimos la suerte de ver publicado?

Comencé publicando artí­culos relacionados con mi especialidad en Historia Moderna, luego cinco libros, también de historia en Ví­a Láctea, mi editorial de toda la vida. En realidad nunca he dejado la investigación, aún sigo en ello. Pero mi primera novela fue «Sartine y el caballero del punto fijo» (Edhasa, 2003). Un manuscrito con fortuna, porque enseguida fue aceptado por Daniel Fernández, con esa bonhomí­a y generosidad que le caracteriza. En ella trato de homenajear un curioso episodio de nuestro siglo XVIII, el espionaje español en Londres en época del Marqués de la Ensenada, Jorge Juan no era sólo un genio de la hidrodinámica, tení­a una faceta aventurera muy novelable.

3.- Escritores y libros preferidos, releí­dos, especiales, etc.

¡La gran pregunta! Aquí­ uno nunca sabe por donde comenzar y por donde terminar. Sólo me atrevo a facilitar un listado ni ordenado ni exhaustivo de preferencias. Si recuerdo que a los catorce años acompañé a un tí­o medio nihilista de compras por la cuesta de Mollano. Aquella mañana compré un ejemplar de «La Peste» de Camus, una antologí­a de la poesí­a del 27 y un libro de ensayos de Bertrand Russell, dos horas después, tras un café en el Gijón, ya no era el mismo.

De chaval leí­a mucho a Verne y a Salgari, también a Forrester, el de Horatio Hornblower. Yo creo que de ahí­ y de Robert Graves viene mi gusto por la novela histórica, recuerdo una en especial: «Tamburas» de Karl Heinz Grosser; una novela extraordinaria a caballo entre la Persia de Cambises y el Egipto de Psamético, con mercenarios jonios por medio. Pensándolo bien, algunos de mis secundarios, excesivos y gritones, como Felipe O»™Conry o Diego Garcí­a de Paredes, tienen bastante que ver con las sensaciones leí­das en aquella maravillosa novela. Aún aprendo de la delicadí­sima sensualidad de algunas de sus escenas.

Luego vendrí­an muchos más: Steinbeck, Pavese, Juan Marsé, Faulkner, Neruda, William Saroyan, Salinas, Italo Calvino, Cela, siempre Cela y sus frases redondas cargadas de humaní­sima indiferencia, ¿recuerdan por ejemplo aquella de su Mazurca para dos muertos?: «La vida nunca sigue igual y con el dolor por medio, menos aún», no se puede decir mejor. La vuelta a Camus, siempre se regresa a Camus, Borges, naturalmente, una erudición luminosa e impagable, la prosa delicadí­sima de Antonio Lobo Antunes; por supuesto las andanzas de Woody Allen por Manhattan, que me relajan más que cualquier otra cosa en el mundo, no se, afortunadamente son tantos. íšltimamente me interesa mucho Paul Auster, dice todo con muy poco, ¿qué tal estas frases entresacadas de Brooklyn Follies?: «»”Todo ha sido culpa mí­a «”empezó»”. Hace tiempo que lo veí­a venir, pero estaba demasiado débil para hacer frente a la situación, demasiado nerviosa para defenderme. Eso es lo que pasa cuando crees que el otro es mejor que tú. Dejas de pensar por ti misma, y cuando te quieres enterar ya no eres dueña de tu vida. Ni siquiera te das cuenta, tí­o Nat, pero entonces ya estás jodida. Verdaderamente jodida…»

4.- ¿Cuánto suele durar la labor de documentación para escribir un libro?

En mi caso bastante. Se ha de tener en cuenta que trabajo como profesor de instituto, hago artí­culos para «El Correo Gallego», alguna crí­tica artí­stica y he de ocuparme de mis niños; así­ que tardo tiempo en documentarme, no sé, al menos un año. Claro que acostumbro a buscar documentación y escribir a la vez, según se va necesitando y manda la circunstancia. A menudo lo hago paralelamente. En el caso de «El Gran Capitán», además de la bibliografí­a al uso, desde Bernáldez y Pérez del Pulgar a Ruí­z Doménech; me he servido sobre todo de las extraordinarias transcripciones de crónicas y correspondencia relativas a Gonzalo Fernández de Córdoba que publicó en 1903 Don Antonio Rodrí­guez Villa. Un verdadero salvavidas para mí­. En especial la crónica llamada «manuscrita», él creí­a y yo también que su autor caminaba a la sombra del Gran Capitán, seguro.

5.- Momento o momentos históricos más importantes de España

Son muchos, pero por mi especialidad prefiero la Historia Moderna, desde el Emperador Carlos a los Borbones, y ya que estamos a un año del bicentenario, la guerra contra el francés y el proceso revolucionario que supuso. El medievo me parece ya un poco agotado, no digamos nada de la Guerra Civil.

6.- Si la realidad histórica de España es sólo una, siendo las fuentes, en teorí­a, las mismas ¿cómo se puede contar nuestra Historia de formas tan dispares?

Ya, pero es que por mucho que se empeñen la historia nunca será una ciencia, puede y debe ser honesta, pero siempre será una aproximación a una realidad demasiado compleja, en este sentido, topamos con las mismas dificultades que se encuentran los cientí­ficos que buscan modelos interpretativos para el cambio climático, demasiadas variables como para poder obtener certezas absolutas.

Le voy a contar una historia de investigadores sociales, En su compendio dedicado al estudio del método del conocimiento histórico que en 1938, Raymond Aron llamó Introducción a la filosofí­a de la historia, encontramos muchos de aquellos jugosos axiomas a los que aquel célebre sociólogo y publicista era tan aficionado. Uno de los más celebrados fue este en el que reflexionaba sobre el quehacer del investigador en ciencias humanas: «El historiador es un experto, no un fí­sico. No busca la causa en la fuerza expansiva de los gases, sino en la cerilla del fumador». Cuando Pierre Vilar, historiador de raza donde los haya, leyó el axioma de Arón, se sintió tocado en su fibra de investigador sistemático formado en la férrea historiografí­a francesa y quiso darle la vuelta a la expresión para proponer esta otra: «El historiador es un fí­sico, no un experto. No busca la causa en la cerilla del fumador sino en la fuerza expansiva de los gases». Quédese con la que más le guste, sin olvidar, eso sí­, que todo historiador es de algún modo hijo de su tiempo.

7.- ¿Quién es tu mentor en tu pasión por la Historia?

El primero mi padre, siempre recordaré sus cuentos a la hora de comer, que si aquello de Scapa Flow, que si la escuadra de Oquendo, mi padre además de excelente marino era un verdadero erudito y yo supe disfrutarlo, afortunadamente. Luego tuve muchos más, recuerdo con emoción las últimas clases del gran Ferdinand Braudel en Florencia, se murió un año después. Pero tengo mucho que agradecer a excelentes maestros y profesores, señaladamente Don Antonio Eiras Roel en Santiago de Compostela, Pablo Fernández Alvadalejo en Madrid y Juan Gelabert, para mí­ el mejor modernista de la actualidad española, ahora en Cantabria.

8.- ¿Cuándo se rodará una gran pelí­cula histórica en nuestro paí­s?. Alatriste y Los Borgia creo que les falta ese salto de calidad.

¿Tal vez «El Gran Capitán»?, ja, ja, ja, épica y acción no le falta…No lo descarte. Por cierto, yo he visto Alatriste, naturalmente, y no está tan mal, a mi me llena mucho la garra de Arturo Pérez Reverte, que es un tio con personalidad y estilo propio, que además ha triunfado sin deberle nada a nadie. Lo he pasado muy bien con esa pelí­cula, desde el mismo instante del asalto nocturno a través de los canales insalubres de Flandes. Cierto es que Madrid siempre parece una sola calle y todos esperábamos más de Rocroi, yo creo que Arturo también, más con las posibilidades que ofrece la actual infografí­a, pero en fin, ya vendrán otras, hay que seguir en ello.

9.- ¿Tus aficiones «secretas»?

El tópico serí­a decir que si las revelo ya no serán secretas. Pero soy muy previsible y de poca acción, recuerde que lo mí­o es escribir, o sea calentar la silla. Lo que más, viajar en buena compañí­a, perderme un poco por ahí­ lejos de la monotoní­a diaria. Me gusta de todo y nada especialmente o en exceso, esa es mi ventaja.

10.- Un dí­a perfecto serí­a

¿Aparte de compartirlo con Angelina Jolie? Pues en su defecto un dí­a en una isla mediterránea, junto al mar, a la sombra de un olivo y nada que hacer aparte de leerse de nuevo «Guerra y Paz» o «Ana Karenina», un ruso, en cualquier caso.